jueves, 14 de noviembre de 2013


Nuestra vida éramos 
nosotros mismos
¿Cómo sería la vida si no fuera por esa multiplicidad de influencias y modos externos e internos que recibimos? Me refiero a manías, ambiciones, desdenes, mitos, fantasías, engaños, momentos de felicidad, alegrías e ilusiones, amores, que todos portamos en nuestras almas y los vamos trasladando después a nuestros pensamientos. Ellos forman una confluencia inseparable con nuestra manera de encarar la vida, y de interpretarla. Y eso sin dejar de considerar las actitudes constructivas y destructivas que exhalamos con nuestros modos y que van modificando el mundo y ejerciendo tal vez un desvío de sus planes originales y naturales.
¿Angelines y yo pertenecimos como pareja a un mundo explicable y coherente, constructivo? ¿Edificamos algo respondiendo a las exigencias de un ser que está fuera de nuestra comprensión?  ¿Respondimos a la Naturaleza construyendo seis vidas como pago de arbitrios y utilidades por el servicio de nuestra creación? Entonces, habrá alguien que controla el comportamiento, que exige nuestr aplauso y que nos premia o nos castiga según el uso que hagamos de la vida que se nos ha sido entregada.
A ver, a ver, entremos en materia: 
¿Me podrías decir, sin timideces ni cortedades qué pensabas tú de mí? ¿Cómo me juzgabas en realidad? ¿Cuál era mi significado material y espiritual para tu vida? ¿Compensaba yo tus apetencias sexuales y emocionales o había necesidades que no llegaba a cubrir? ¿Te sentías agradecida a tu dios por lo generoso que había sido contigo, o escondías tus lamentos porque habrías necesitado o ambicionabas algo superior a mí, más concordante con tus apetencias y con lo que creías que en verdad te correspondía? Una vez que pasaron los primeros años de pasión desbordada, a medida que fuimos dejando de ser amantes en términos frenéticos para convertirnos en dos seres fraternos y armoniosos, amigos, confidentes y conciliadores, moldeadores respectivamente de nuestras almas, ¿cubrías conmigo a tu lado tus necesidades de amor o escondías otras apetencias de otra vida y otras intensidades?  
Recuerdo que cuando íbamos a caminar al Parque Central, en San Juan, en un punto de nuestro recorrido comenzamos a cruzarnos con un individuo que caminaba en sentido contrario a nosotros y que se detenía a mirarte cuando cruzábamos delante de él, sin ningún respeto hacia a mí que era tu acompañante permanente. Al tercero o cuarto día de encontrarnos con el tal individuo, yo me sentía tan molesto, que iba con la intención de llamarla la atención incluso con violencia si era necesario. Pero, de forma imprevisible, cuando nos faltaban alrededor de 50 metros para cruzarnos con él, vi que te atusabas el pelo y adoptabas una compostura más solemne: ibas a pasar delante de tu admirador… Entonces yo me aproximé a ti, te pasé el brazo por encima de los hombros, y te dije: 
—Ahí tenemos a tu admirador de todos los días…
—¡Qué tonto eres! —dijiste cariñosamente entre risas.
—Si no me importa. Al contrario: me siento encantado de que todavía seas admirada por los demás y no sólo por mí.
—¡Anda! ¿Qué te crees tú? ¡Una todavía tiene sus encantos…!
—No lo pongo en duda. Pero te aseguro que yo soy tu admirador principal…
—¡Ya lo sé! Yo también soy tu máxima admiradora…
Pasamos tan acaramelados delante del «presunto admirador», que desde aquel día no volvió a aparecer. Y yo cambié mi actitud en adelante: me sentí satisfecho —y orgulloso— de que ella sintiera que todavía atraía las miradas de otros hombres.
Fue una anécdota ésta que sirvió para que, en lo sucesivo, yo viviera demostrándole más intensamente lo valiosa que era para mí y lo mucho que la admiraba.

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