Ser y existir
Probablemente, el mundo comenzó a convertirse en mundo desde el mismo momento que hubo alguien que fue capaz de apreciarlo, o sea a partir del día que los individuos tuvieron la sensación de que eran, luego existían. Y desde aquel momento todo comenzó a ser modificado, descompuesto, variado sin respetar los designios de la Naturaleza —si es que realmente ésta tenía alguno—, o de Dios, si fue él quien lo creó todo, o de un desenvolvimiento más acorde con lo natural, como si hubiera sido todo habitado solo por animales. Pero llegó el ser humano y con él todo comenzó a situarse fuera de orden: comenzaron los trapicheos, los saqueos, los camuflajes, los embustes, las pillerías, las confabulaciones de algunos ante la ignorancia de todos, el aprovechamiento ilícito, los abusos: «¡Esto debe de ser así porque yo lo digo y porque me conviene a mí y, además, me envanece, porque yo soy el que tiene el garrote más grande y le puedo volar la cabeza a aquel que no me obedezca…!», dijo uno cuyas cejas aparecían como una sola enmarcada sobre sus ojos hundidos y bajo una frente pequeña y retirada. Luego a este le fueron saliendo imitadores por doquier unos que entre ellos comenzaron a llamarse «demócratas» como hubieran podido llamarse «embaucadores», «rompehuevos» o «meapilas».
Fue desde ese momento cuando todo el mundo comenzó a «arrimar el ascua a su sardina». y aparecieron los bancos con la sana intención de desplumar a las incautos; luego vinieron las cajas de ahorro para llevarse lo que quedaba; más tarde llegaron los especuladores, los políticos, los estraperlistas, los falsificadores, los gobernantes de medio pelo con malas ideas, los estafadores, los mentirosos, los de las inmobiliarias, los fabricantes de hamburguesas… O sea, para demostrar que el ser humano es profundamente egoísta y, al que no lo es, lo tienen oprimido, arrinconado, explotado y abochornado.
Sí, es que el egoísmo es el sentimiento que mueve el mundo, y no el amor, como creen algunos ingenuos. A ver, dígame: ¿qué significa el amor? ¿Tiene algún fundamento? ¿Traer más gente al mundo? Mira, cada ser que nace es un explotador o un explotado. Una de dos. ¿A qué bando se afilia usted?
Podría haber sido de otra manera, qué duda cabe. Porque, me pregunto: ¿quién inventó a los médicos, por ejemplo? ¿No estábamos bien con aquellos que se ponían una careta de jabalí y danzaban alrededor del enfermo? Era más económico e igual o más efectivo… Pero pasa eso: que hay muchas almas cándidas. El asunto es que los buenos no contribuyen un ápice a que el mundo se desarrolle. ¿Es que no sabe usted que todo se desarrolla en la fuerza bruta, en la amenaza, y en —ya lo dije antes— en el egoísmo?
¿Qué hubiese sido de nosotros si todos fuésemos como esos budistas que van barriendo delante de ellos para no matar ni una hormiga (¿y qué hacen éstos, me pregunto, cuando les sale al paso un león? ¿Tratan de barrerlo o la emprenden a escobazos? O le dicen: espere un momento, señor león, que tengo que cantar unos salmos, y después me dejo comer por usted con mucho gusto… O ese atacante tan educado que pide permiso con mucha moderación: ¿Da usted su permiso? Perdone lo intempestivo de la hora, pero es que me han enviado a quemar su casa… Pues nada, nada, pase usted que no tenemos inconveniente. Cumpla con su trabajo… Vamos, algo así como aquellas guerras de Gila que tanto nos divirtieron en el pasado).
No tengo ninguna duda de que podría haber tomado el mundo un camino diferente si no existieran los especuladores. Imagínese que no existiera el dinero; que todo consistiera en el trueque. Tendríamos que tener huertas, corrales y establos para poder cambiar cuatro gallinas por tres repollos o dos vacas por un saco de arroz. Porque de lo contrario la raza humana habría durado tres días.
¿Y qué me dice del transporte? ¡A todos los sitios caminando o en carreta movida por cebra o por camello! Bueno, tal vez iríamos en parapente, que es seguro que ya se hubieran inventado porque no necesita gasolina. O las bicicletas que funcionan a base de echarle piernas. O los patines. O ponernos una vela en la cabeza y esperar a que sople el viento
Pero ya hubo otras épocas que existió un mundo así —más o menos—, lo que pasa es que la gente no aguantó mucho porque existe dentro del alma humana un deseo permanente de mejorar, de vivir más cómodo, por ejemplo en esos rascacielos interminables, que cuando en los pisos de abajo ya es de noche, en los de arriba es todavía de día. ¡Y, sobre todo, sería tan triste vivir sin las ofertas de otoño del Corte Inglés…!
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