lunes, 11 de abril de 2011


Recuerdos a 11 años de tu muerte


No puedo calcular qué fue lo que sentiste tú al verme por primera vez. Yo sí sé lo que sentí cuando te vi a ti. Recordarás, cariño mío, que fuimos presentados en la Gran Vía, bajo el reloj de Movado, y que, a primera vista, además de tener la impresión de que te conocía de antes (más tarde descubrí que poseía una fotografía tuya llegada a mis manos por extrañas circunstancias un año antes de que nos conociéramos), algún detalle de tu persona o de tu personalidad debí observar que me fascinó. No voy a negar —ahora no puedo negar nada que tú no sepas— que, aquel día, en mis planes no se contemplaba la posibilidad de buscar una pareja estable, es decir, no iba con la intención de conseguirme una novia. Se trataba de una de mis primeras salidas después de haber regresado del servicio militar maltrecho y descolocado, la verdad, con mi ego vapuleado, y cargado de cuestionamientos acerca de mi futuro. Y dada la abstinencia sufrida durante los últimas semanas de encierro en casa, mi intención al acudir a esta cita —organizada por nuestro común amigo Félix—, se limitaba a la búsqueda de una relación física del máximo alcance posible, exclusivamente inspirada por Eros. Sospechando tal propósito, mis amigos, que presumían de conocerme, me impusieron una veda: entre las cinco féminas que estarían presentes, dos, Angelines y Maxi, tú y tu amiga, pertenecientes a familias conocidas por alguno de los asistentes varones, consideradas como gente de principios sanos y criterios convencionales, estaban clasificadas bajo la inscripción de “no tocar”, es decir: bajo ningún concepto me podía propasar con ellas o, para mayor claridad, dicho en lenguaje vulgar, no podía “meterles mano”. Respecto a las otras tres, me dijeron, tienes el campo abierto para llegar hasta donde puedas. O sea, es algo que queda supeditado a las posibilidades que te deparen tu habilidad y tus encantos. Tal requisito, vida mía, no supuso para mí ningún impedimento: quedaban tres piezas aptas para ejercitar aquella cacería que las exigencias de mi lado animal me proponía violentamente. Por lo cual tú, aunque en mi observación inicial eras la que más se amoldaba a mis gustos, fuiste clasificada como “intocable” y opté por emparejarme con aquella chica llamada Olvido, tetuda ella, culona y metida en carne, con labios carnosos y mirada lasciva. Y una vez en Morocco, que fue el lugar elegido para pasar la tarde, la tal Olvido colmó mis aspiraciones: no solo aguantó mi intensas aproximaciones físicas —limitadas, exclusivamente, a la exigencia de no caer en lo escandaloso—, sino que con sus robustos brazos me atenazó de tal manera que me puso al borde de la asfixia dado que las presión de su prominente pecho me impedía respirar con normalidad.

Pero el hecho de que las circunstancias me obligaran a renunciar a ti desde el primer momento, no quiere decir que dejara de observarte de cuando en cuando, y que llegaras a llamar mi atención cada vez con más fuerza, además de por tu atractiva figura, por tu aspecto femenino y dulce; por tu aplomo, por tu aparente madurez no obstante el aspecto aniñado e ingenuo que reflejaba tu cara. Cuando te hablaban, mirabas directamente a los ojos, y ponías la máxima atención, iluminando tu rostro con esa leve sonrisa muy tuya, que tanta dulzura te infunde.

¿Estás tú, vida mía, en condiciones de recrear, en la misma forma que yo, aquellos momentos vividos? ¿En ese lugar de sombras o claridades, en ese mundo inorgánico y misterioso, donde tal vez te halles, se poseen facultades para saborear de nuevo la felicidad terrenal recurriendo a los recuerdos? Ignoro cuál pueda ser la capacidad emocional que se alberga en un espíritu como el que tú has de ser ahora, pero pongo el mayor afán en transmitirte mis vivencias, abriéndote mi alma como desearía hacerlo si estuvieras presente. Debo decirte que hoy, dada mi situación, y en medio de esta cautivadora nostalgia de ti, el hecho de rememorar aquellos momentos, aquellos días de vino y rosas, me causa un intenso, un emotivo, un divino y tierno placer, colmado de poesía y espiritualidad. Al recordarlo, siento aumentar la velocidad de mis palpitaciones, y mi corazón parece que quiere dejar de latir, pero me fascina sentir como si me fundiera con tu imagen, y ver impregnado mi ser por ti hasta sentirme acaparado totalmente. Sólo cuando abro los ojos, cuando vuelvo a la realidad, es cuando me invade una profunda sensación de inconsolable añoranza.


(Hoy se cumplen 11 años del fallecimiento de Angelines. Este texto —publicado en memoria de ella— fue sacado de mi novela De la misma tela que los sueños. Y continuará mañana.)

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