martes, 26 de mayo de 2015

Vivir en un reino de desamor…
Quizá no tanto en tu caso, o, para puntualizar las cosas, no tanto como en el mío, aunque sea preciso matizar que en tu familia, además de manifestarse un aire superficial, no había mucho lugar para la demostración de afecto, y que, a mi entender, en su conjunto, la única con sentimientos profundos, con capacidad para percibir el significado del amor, y sentirlo intensamente, eras tú. 
Refiriéndome al mío, es decir, al desbarajustado mundo del cual procedo, sólo se podría denominar como reino del desamor, como un ejemplo claro de frialdad. No hay más que echar un vistazo a la falta de entendimiento entre mis padres así como sus lamentables e inexplicables conceptos respecto a lo que significa el amor y lo que representa un hijo y las atenciones que requiere. Y ya ves, alma mía, yo que me creía libre de heridas o que, de tenerlas, pensaba que ya estaban cicatrizadas, ahora, al evocar algunos momentos de mi pasado y exponerlos ante ti, al analizar los hechos que influyeron de forma tan determinante en mi vida, siento que el velo tras el que yo mismo pretendía ocultarme, se ha descorrido y ha dejado al descubierto todos los fantasmas de mi pasado. Y me doy en pensar que esos fantasmas nunca dejaron de atormentarme, nunca se alejaron de mí por más que haya vuelto la cara hacia otro lado. ¿Qué carencias, qué estigmas han supuesto para mi vida tantos aportes negativos, además de vivir permanentemente en la sensación de ser un advenedizo, un hijo no deseado, un inoportuno? Decía Saint-Étienne que nuestra historia no es un código, es decir, que los seres humanos no estamos atados a nuestro pasado, ni somos su consecuencia. Y, en un principio, esa era mi bandera, ese era el camino por el que me proponía transitar. Pero ahora caigo en la cuenta de la enorme ingenuidad que supone un concepto de tal calibre, porque ahora yo sí sé que no somos autores, sino resultado; que existen demasiadas influencias sobre nuestro espíritu para pensar que somos libres, que realmente podemos ser como queremos ser. Que la mayoría de nuestros sueños, a falta de quien los estimule, no pasan de ser meras ilusiones y acaban por desvanecerse en el espacio...
Lo sabes bien, amor, porque formaba parte de mi repertorio de gemidos. No recuerdo haber recibido nunca esas muestras de cariño que todo hijo espera de su madre: una caricia, el beso de las buenas noches, la felicitación por los logros alcanzados, el amor de una mirada, la estimulante alabanza, la emoción de una lágrima derramada por mí, o darme ánimos para alcanzar ciertas metas... Todo eso me fue negado. Sólo censuras, malos augurios, vaticinio de desventuradas acciones, comparaciones aborrecibles, desaprobaciones a priori. El mal comportamiento, las deserciones de mi padre, las pagaron conmigo. Cuando mi madre lloraba, no lo hacía por mí, sino por ella, por su incapacidad frente al mundo, por su inconsolable papel de víctima, en el que se complacía. Mientras, yo, no pasé de ser el hijo postergado, abandonado a mi soledad, al arréglatelas como puedas… 
Todo esto ocurría hasta que apareciste tú, amor.

viernes, 15 de mayo de 2015

Los malos arreglos
Tal vez existen numerosas formas a mi edad de salir adelante, hallando la adaptación apropiada o, incluso, congraciándome con la vida, esa que aún le puede restar a mi historia, o, en el peor de los casos, aceptarlo con resignación, pero la verdad es que yo no encuentro a qué clavo ardiendo agarrarme. Sí…, hay ratos, momentos que uno se ilusiona, se queda admirando el paisaje, por ejemplo, o la belleza de un niño o una niña correteando por el parque, o la sonrisa de una mujer, pero, en general, son escasos los estímulos que se reciben. Y eso que le pongo mucho afán y una imaginación libre de «paños calientes» –al menos lo procuro– y no me agarro a lloros estériles, pero, en general, a esta edad mía lo que más se impone en la conciencia, la sensación dolorosa, o negativa, o frustrante de la muerte, del tiempo perdido, de las acciones dañadas, de los amores frustrados. Es decir, es el saber que la muerte está cerca y que no existe una solución para amortiguarlo o para enjugar las lágrimas del desconsuelo. Hay momentos que, incluso, no le veo ningún sentido al acto de escribir, aún considerando que esta ocupación —unida a mi supuesta «comunicación con Angelina», y mi tendencia a filosofar sobre las composiciones y las motivaciones de la vida— es la que me suele sostener y me brinda cierta dosis de ayuda para soportar los momentos de soledad. Pero como ninguna de estas acciones o estos hechos poseen formas contundentes de comprobarse (cuando hablo con Angelina no puedo evitar tener la impresión paralela de que puedo estar hablando con el aire, y, por lo que respecta a hacer filosofía de la vida, puede introducirlo a uno en un callejón sin salida). Además, en esta existencia precaria que tenemos los viejos hay mucha propensión a la melancolía; a pensar que nada tiene objeto, a que se ha perdido el tiempo y que todo es una burda mentira… Claro, pienso que todo o la mayor parte de mi estado, es por causa de mi viudez, ya que es probable que si tuviera una mujer a mi lado sentiría enjugadas mis lágrimas, y las cosas cambiarían. Pero, ¿qué quieren? Las veces que he pensado en la posibilidad de volver a casarme, inmediatamente lo he desechado. Es muy difícil que después de haber tenido una relación intensa de más de cuarenta años con una misma mujer y habernos amado, entendido y comunicado en la forma que lo hicimos; después de haber vertido mi corazón sobre ella y ella sobre mí sin prejuicios ni fingimientos, no veo que me sea posible unir mi vida a otra mujer. Eso significaría volver a comenzar la historia, y no creo que eso sea factible. Yo solo puedo tener una relación sobre la base del conocimiento y la comprensión mutua… Mi filosofía es que si una relación de esta magnitud se rompió, tengo que aceptarlo y no tratar de hacer un arreglo sustitutorio que, a todas luces, sería grotesco y defectuoso dado que en ningún momento podría reemplazar a la primera. 

viernes, 8 de mayo de 2015

















Cambios
generacionales
Este texto me lo inspiró Angelines. Podría haber sido escrito por ella:
«La vida, esa vida que ahora es tuya mientras a mí ya no se me da, circula de atrás hacia adelante. Según van pasando los años, las costumbres, la filosofía, los conceptos, las formas de vida van cambiando. De generación a generación, los hijos van sabiendo más que los padres, de eso no hay duda. Sus sensaciones cambian; sus requerimientos o sus conceptos de lo que puede ser el amor son diferentes; sus relaciones amorosas no son tan «pecaminosas» como fueron las nuestras. En torno a la mujer se han ido destruyendo muchos mitos, hasta el punto de que, probablemente, hoy, Virginia Woolf no se hubiera suicidado porque la mujer se mueve en la misma línea que el hombre, o casi en la misma. Al menos ya no existe esa sumisión, ese sometimiento hacia el hombre que hubo en el pasado. Por ejemplo, mi madre siempre vivió sometida y excesivamente respetuosa con mi padre como si este fuese un pequeño dios que había que socorrer en todos sus caprichos, en los sexuales y en los materiales. Él tenía la virtud de ser un hombre hecho a sí mismo. Cuando apenas tenía doce años, abandonó su remoto pueblo y se fue para Madrid, y lo hizo con lo que llevaba puesto, sin otro equipaje que su gorra. Una vez en Madrid, entró a trabajar en una carnicería y en la misma tienda le concedieron un rincón (él solía decir que debajo del mostrador) para dormir. Era tan trabajador y tan diligente que, finalmente, pasó a la categoría de dependiente y más adelante acabó comprando el negocio. Tal vez esa fuera la razón de que se sintiera crecido y se comportara con actitudes de amo, con todas las prerrogativas, por eso se convirtió en quien dictaba las leyes, quien disponía de plena libertad y frenaba o controlaba la de sus familiares; mi madre era la dócil esposa, la cocinera, un poco la sirvienta, la responsable de que la casa estuviera en orden y de la educación de los hijos. Y se sometía sin rechistar porque esa era su interpretación de la vida (algo que en el pasado fue heredado de los árabes). Además, ella provenía de un pueblo donde las costumbres estaban más arraigadas, donde las leyes sociales eran inamovibles, donde el dominio de los hombres era aceptado y la sumisión de las mujeres era total. Además, se educó en la pobreza. Ahora, al ser sus hijos mayores —mis hermanas y hermanos—, las cosas habían cambiado y ellas poseían otros conceptos. Pero en el trato hacia mí no se explica bien su actitud. Según ellos —mi madre, mi padre y mi tía—, tú eras el representante del mal, de la juerga, de la informalidad. Lo extraño es que a mis dos hermanas no se les puso ningún impedimento en sus respectivos noviazgos. ¿Por qué a mí sí? Tal vez sería debido a que yo había tenido un novio anteriormente y después de dos años desapareció de mi lado y no volvió a dar señales de vida. O sería por mi carácter independiente, por mi afán de no exponer públicamente mis sentimientos, o puede que debido a que tú, Jacinto, provenías de una familia culta pero no adinerada. Y ellos todo lo evaluaban por lo 'abultado' del bolsillo…».

sábado, 2 de mayo de 2015



Añorar a Dios…
Sobre mis creencias, debo confesar que añoro de forma vehemente la presencia de un Dios inventor y constructor del mundo, puesto que, para mí, esa sería la única explicación admisible de la existencia… Pero no hay pruebas o soy yo tan lerdo que no las encuentro. Por otra parte, resulta difícil, prácticamente imposible, aceptar la presencia de un Creador cuando recurrimos a la razón… Puede decirse que esta pasión mía por razonar es lo que me conduce, no digamos a un ateísmo fiero, pero sí a un agnosticismo cerril. Aunque no deja de ser curioso que inmediatamente después de caer en estos incrédulos e inquietantes razonamientos, sienta una sensación de abandono, una soledad profunda, un convencimiento de que los seres vivos carecemos de significado, lo cual causa una descomposición a mi ego. Cuando reflexiono sobre la posibilidad de que seamos producto de la casualidad, como pregonan algunos científicos de escasa o nula imaginación y con el cerebro cuadrado, esta teoría es tan desconcertante o más como la otra referida a nuestra creación por un Dios (y digo un Dios como podía decir un Ser con unos poderes excelsos desde donde pueda concebirse una línea de concepción). Consideremos que, por principio, desde el nacimiento de la humanidad hasta hace bien poco, la presencia de Dios era incuestionable; quiere decir que lo intuitivo, lo natural en el ser, lo aceptado acerca de la comprensión de la vida, lo más compensatorio para el alma, es creer. Y da lo mismo que se mantenga esto en la versión, en la creencia o en la filosofía que se quiera. Si lo vemos bien, los seres vivos somos un ingenioso robot, un utensilio, una admirable obra de ingeniería que hasta hace concebir que la idea de haber sido creados proviene de nuestra intuición, y está más en consonancia con la forma de entender la vida. Incluso, mi estado mental cambia según el concepto que aplique: cuando miro desde mi ventana hacia la calle, según como piense, atribuyo una intención diferente a la vida: cuando pienso que los transeúntes son hijos de Dios, los veo como seres especiales, gloriosos, que tienen una razón de ser, que su moral, sus pasos, su sonrisa es promovida y acondicionada a la vida y al comportamiento; que, en resumen, caminan hacia alguna parte definida. Mientras que si los considero producto de la casualidad, me parecen unas pobres almas sin sentido, sin orientación, perdidas en la nada, que no responden a ninguna razón. Nos veo solos y no pasamos de ser unos desvalidos sin ningún sentido, sin ningún fin, sin ninguna esperanza, sin ninguna magnificencia; es decir, que aunque seamos unos seres a los que la «casualidad» nos permite soñar, y a los que se permite tener ilusiones aunque sea sin razón alguna, sin tener un destino determinado, somos una obra de ingeniería física, biológica y espiritual que no servirá para nada, que carecerá de un fin. En este caso del azar, los científicos, los pensadores, las filosofías de los principios y el sentido de la vida, no tendrían explicación alguna (ni la evolución, ni la ciencia, ni el conocimiento). Acabo de leer en un periódico donde se dice que cabe la posibilidad de que estemos solos en el Universo, o sea, que no existan otros mundos. Esa teoría pudiera tumbar la explicación de la casualidad, que, por otra parte, insisto, es la versión menos creíble. Y de ninguna manera quiero aparecer como si yo tuviera algo contra los científicos y defendiera una idea religiosa, ya que, a pesar de mí, ese no es el medio donde se desenvuelve mi alma. Puede que ellos no lo quieran reconocer, paro la teoría del big bang, en el caso de ser cierta —cosa que yo, igual que otros muchos pensadores, dudo abiertamente— encierra un misterio más profundo, es más difícil de comprender que si fuéramos el producto del chasquido de los dedos de un Dios como dice la Biblia. ¿Dónde se ha visto que después de una explosión de tal magnitud surja algo? O sea, es como decir que los árboles que nos dan sombra, son una casualidad; la atmósfera que nos envuelve, otra; el agua que bebemos, ídem de ídem; la fuerza de la gravedad, la misma cosa… Y no deseo mencionar el perfume de una flor, el color del cielo, la placidez del mar, el amor, el arte, la música… ¿Todo eso es producto de una casualidad? ¿Y por qué esta casualidad no se ha dado en ninguna otra parte del Universo, y sí aquí? Pero, creo que lo mejor será no meditar en esas cosas indescifrables y dejarme ir, o dejarme caer por la pendiente o ser elevado hacia el infinito, pero sin que yo me lo proponga…