martes, 24 de febrero de 2015



¡Estos sí saben!
¿Pero por qué no o por qué sí? ¿Quienes son ustedes para determinar el sentido de la vida? ¿Alguien les ha dotado de un conocimiento, una inteligencia superior al resto de los mortales? Sí, sabemos lo que hay por debajo de nosotros: las hormigas, los camellos, los cocodrilos, los monos, las ranas, el cobrador de la luz…, pero ¿qué sabemos de los endemoniados misterios que tenemos por encima? ¿Ustedes sí? ¡Jolines, qué tíos! Deben estar felices de que la vida no les depare ningún conflicto ni exterior ni interior. Una de dos: o son zoquetes envueltos en una coraza de hierro o carecen de sensibilidad… O sea, y perdonen que les corrija: saben los principios de la materia, su funcionamiento inaudito, pero no saben quién la puso ahí, ni con qué fin. No saben nada de aquella molécula mágica de donde surgieron los corazones, el pensamiento, las plantas, los peces, los árboles, ese inmenso cielo azul que estoy viendo ahora, las flores, el avión que cruza por ese firmamento inmaculado en este momento… ¿He dicho algo que no sea conveniente para la vida, algo que no me traiga satisfacción al espíritu? Sí, porque a los dinosaurios la Naturaleza me los quitó de encima, algo que vino a representar una especie de corrección física: ¡cómo íbamos a poder convivir las personas con esos enormes mastodontes delante de nuestras narices!
Leía ayer en un artículo sobre que el gran equilibrio de los factores que deparan la vida en la Tierra y sostienen el Universo: todos  son precarios, casi imposibles tanto en su relación física como en la biológica, sobre todo si se considera que son unos elementos cuya finalidad es producir nuestra existencia. Si no es con ese fin, o sea que se tratara de un hecho fortuito, nos ponemos a temblar porque pensamos que nos encontramos solos, sin referencias, sin razón ni justificación que nos ampare, que somos un hecho casual, más inservibles que una lata vacía de cerveza… ¿Estaremos aquí en verdad o solo somos una imagen de lo imposible surgida de una mente poderosa, del acaso, de la no estructura…? Cualquiera de estos factores (moléculas, gravedad, composición atmosférica, magnetismo, partículas inalterables que conforman la materia, emisiones energéticas, carbono 14, radio-frecuencias cuánticas) que fallara en un momento dado o cambiara sus funciones, supondría el fin de la vida biológica, lo que quiere decir que nuestra vida acabaría así, sin pena ni gloria. Este hecho, ya de por sí, invita a reflexionar sobre la vida y la razón de su procedencia. Porque otros instrumentos, como la pugna entre creencia y razón, que parece constituir una convulsión perpetua, también nos trae de cabeza. A mí mismo, que vivo entre ambas percepciones, me causa un estremecimiento: todos los dilemas que me presenta la vida y que suelo someterlos a la razón (lo cual aseguraba Victoria Camps que es una perversión mental, porque también hay que dar paso a las emociones, a la imaginación, al deseo, a los engaños que nos trae la física, por ejemplo, ese cielo azul al que me refería antes, no es tal cielo, ni es azul, ni es una entrada al paraíso, ni es una muestra de pureza, ni nos enseña parte del más allá: solo son unas partículas de nuestra atmósfera doradas por el sol que producen ese efecto; tampoco soy yo el que creo ser: soy tan solo un grupo de células, de partículas, de intestinos que producen mierda, de instintos que me obligan a hacer lo que no quiero…), lo cual me hace salir escaldado, porque sé de sobra que la razón tiene sus límites… Pero tendremos que convenir que todo se muestra así a nuestros ojos para encantar de mil formas nuestro vivir.

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