jueves, 5 de febrero de 2015
La mujer
Por ejemplo, hoy, mi relación íntima con una mujer sería desastrosa. Primero que, por mi edad, ya no poseo los recursos mentales, físicos ni biológicos que se requieren para un cruce de amor en condiciones, y, segundo, ¿me puede decir qué conversaciones habría entre ella y yo? Los asuntos frívolos no me interesan y para entrar en contemplaciones filosóficas o culturales se requiere mucho conocimiento que, por otra parte, poca gente lo tiene. Y, además de ésto, ¿qué planes futuros diseñaríamos? ¿Cuál y cómo podría desarrollarse nuestra actividad sexual? ¿Me atraería solamente por su atractivo físico, o por su personalidad, o por las dos cosas? Hay veces que me quedó mirando a una mujer, deslumbrado por su atractivo, y enseguida paso a pensar: ¿Y qué haría yo con ella si ya no dispongo de las herramientas necesarias? Porque diré, aunque me avergüence, que mis funciones físicas han pasado de lo esplendoroso a lo grotesco. Luego, sigo pensando: ¿Y de qué hablaríamos? ¿Como puedo saber si su conversación es interesante o aburrida? ¿Y sus gustos, sus preferencias, y sus ideales, sus alimentos preferidos? Un ejemplo ideal sería mi ex-amiga Leida: el fracaso de mi relación con ella se debió a que le hablaba tanto de mi difunta mujer que acabó harta y me mandó a hacer gárgaras, pero entre nosotros casi no había conversación o todo eran desacuerdos. Y, además, a partir de cierta edad uno solo habla del pasado: que si yo hice esto; que si hice lo otro, lo importante que fui y lo lejos que «pude haber llegado» si me lo hubiera propuesto… ¡Qué perversa es la vida! ¡Qué seria de nosotros si no tuviéramos imaginación para suplir sus defectos! Bueno, o tal vez no sea tan perversa… Yo, ahora, mi única relación femenina, la más profunda, es con mi difunta mujer. De hecho, he realizado un esperimento: la escribo casi diariamente y comento nuestros asuntos familiares, mis sentimientos, mis ideas acerca de la vida y nuestros asuntos íntimos del pasado. Y, aunque no soy un creyente como Dios manda, pienso tanto en ella, en sus cosas, en sus actitudes, en su amor hacia mí, que casi, casi la he resucitado y no puedo dejar de pensar que ella anda por aquí tratando de llevarme por el buen camino. Hasta hay veces que la noto viva, a mi lado, ayudándome a pensar, dándome la inspiración necesaria para que mis aburridos escritos no resulten tan pesados, y con esa misma mirada cargada de mensaje que siempre tenía; ¡ah! y su sonrisa cautivadora que la sabía usar con tanta sabiduría. Yo no podría haber tenido una relación con una mujer excesivamente frívola. A mí me cautiva la mujer de pensamiento; la que ve la vida no solo para afuera, sino también para adentro. Pero, claro, estoy hablando de relación amorosa, porque el otro tipo de relación, la de carácter social, si tengo. Están mis hijas, dos, en primer lugar y a las que amo con locura, y está mi nieta que me derrito cuando la oigo llamarme abuelo (ella acaba de tener una hija –mi bisnieta– que es el retrato de mi mujer). Está mi norinha (o sea, mi nuera), la cual significa el mayor acierto de mi hijo Dani y dice muchas cosas acerca de él y de nuestro cromosomas. Ella sigue todas las características que me agradan en una mujer: simpática, íntima en el trato, tan bella que no se puede pedir más y con una sonrisa que me parece el mejor complemento en los atributos de una mujer. Como habrán visto, me gusta bastante más hablar de mujeres que de hombres. Yo a ellas las considero mi contrapartida; mi complemento, mi desarrollo como persona. Ellas son lo que a mí me falta para completar mi vida y mi pensamiento de hombre.
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