martes, 10 de febrero de 2015

¿Somos producto de laboratorio?
Yo, a veces, me río de mí mismo, de mis reacciones, de mis componendas con respecto a mi difunta mujer. Me sonrío sobre todo cuando logro borrar de mi mente la facultad de razonar y ser más espontáneo. La vida, las influencias, los predicadores, los falsos profetas, nos han llevado a la confusión o a transitar por caminos distorsionados. Insisten en que vivimos de prestado, que nacemos y morimos para nada y por nada, que solo somos unas moléculas con «patas» que nos sirven para caminar y nos llevan de un sitio a otro porque no sabemos quedarnos quietos. Menos mal que existe alguien que nos echa una mano: Leía ayer en un libro de Victoria Camps (El gobierno de las emociones) que dice que debemos abandonar «los razonamientos e ir directamente al corazón, y que mientras que emocionarse es bueno; razonar es una perversión de tantas», es como jugar al escondite con nuestra alma y, en muchas ocasiones, confundirla. Un poco después asegura que «Hay que saber sentir» en lugar de abusar del pensamiento, de la cultura, de la ciencia. Eso me produce una confianza, un descanso emocional respecto a lo que yo «siento» acerca de Angelines, mi difunta mujer: la presencia de ella en mí proviene de mi sentimiento, pertenece al género de las emociones y no al de la razón científica, no al de la superstición, no al del mito. Yo la siento dentro de mí; hablo con ella, me recreo rememorando su mirada o viéndola en las numerosas fotografías que guardo de ella. Y a veces (no se ría, por favor) siento su presencia de una forma palpables, con hechos que no se pueden negar… Al mismo tiempo, ella ahorma mi vida, me da alas para volar, me retiene cuando me excedo, me impulsa cuando me desanimo. Puede ser producto de mi deseo, lo sé, o de mi imaginación, pero, si paso a considerarme así, por naturaleza, una persona descreída que siempre confió su pensamiento a la razón, ¿no representa ahora una transformación que aboga por mi dicha, y hace que nazca una gran ilusión dentro de mí? ¿No es una forma de mantenerla con vida a ella, de tenerla cerca, de vivirla de nuevo? ¿No es una forma de seguirnos amando? Sí, ya sé que no como nos amábamos antes, pero desde el punto de vista de la profundidad del sentimiento, debo considerarlo que este de ahora es mayor? Ahora en abril van a hacer 15 años que falleció, y a pesar del tiempo transcurrido, mi amor por ella se mantiene intacto y hasta podría decirse que es más intenso porque, sin proponérmelo, la he ido idealizando hasta convertirla en una diosa, en el ser que dirige mi vida, la que me trae aliento y conformación para mantener mis sentimientos más profundos, y me ayuda a despreciar aquello que puede dañar mi conciencia… ¿Por qué he de prestar atención a lo que borra mis sentimientos, a lo que atenta contra los privilegios de mi alma, anulándolos, ridiculizándolos, diciéndome que esta forma de pensar no es una forma razonable ni propia de un ser maduro? Las emociones, el sentimiento, las abluciones del alma, ¿no forman parte de nosotros igual que nuestro corazón, nuestro pulmón o nuestro páncreas? ¿Quiénes son esos científicos para proclamar la composición de la vida? ¿Quién les ha dado esa categoría para venir a decirnos en qué tenemos que creer y cuáles son las verdades que deben regir nuestra existencia? ¿Yo me meto en la vida de ellos? ¿Desconfío yo de sus libros? ¿Hago campaña para que nadie los lea? ¡Pues que ellos respeten la mía! Como dice Victoria Camps, razonar resulta perverso, propio de quien ha introducido su alma dentro una probeta colmada de líquidos extraños y quiere determinar que las verdades solo surgen del laboratorio…

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