Hemisferios en contradicción
Piénsatelo detenidamente —me digo—; medítalo sin contraponer convencionalismos, ni deseos personales de perpetuidad. Tampoco recurras a auto-lavados del cerebro acogiéndote a referencias filosóficas, científicas o académicas. La intención es meditar acerca de la realidad sobre la existencia de Dios, tan absurda cuando se analiza bien. Y tan incomprensible… Pero, ¡ojo!, igual debes pensar sobre su contraria, o sea, la del No-Dios, la que nos representa como hijos del acaso. Porque esta es, en realidad, tan imposible como la otra.
De cualquier manera, es evidente que si Él es y está, no desea que encontremos una vía que nos lo descubra, que nos permita averiguar su composición, su pensamiento, su origen, su función entre nosotros y en el orbe. Sí, quizás, levemente podemos llegar a Él utilizando como vehículo la vía espiritual. No por el camino dogmático del razonamiento o la lógica, sino por el instintivo, por el que no exige pruebas ni métodos. Pero éste no es apto para todos. O sea, no todo el mundo tiene acceso a él.
Bien, atemos cabos: dejemos claro que si el Deseado insiste en permanecer al margen, o imposible para ser captado por nuestro entendimiento, será por razones convincentes. ¿Por qué mantiene esa actitud de ausencia, aparentemente negativa? Pues porque si descubriéramos su presencia en una versión verdadera, la que nos permitiría creer sin ningún género de dudas, mantendríamos —por la carga de bondades que conlleva— un comportamiento todo lo fiel y benigno que se quiera, pero pasivo, un tanto abúlico en relación al progreso. Ya no nos debilitaríamos ante tentaciones consideradas pecaminosas por las distintas religiones. Así, una vez fallecidos, no seríamos juzgados ni clasificados conforme a nuestro comportamiento, porque todos seríamos «almas bondadosas» y captaríamos con fijeza que Dios nos está mirando y que vivimos bajo su supervisión. El premio recibido a partir de nuestro deceso dependería, si acaso, de una serie de actuaciones muy sutiles observadas mientras estamos en la Tierra…
Otra razón del hermetismo divino —quizá la más significativa— se deberá a que, a lo largo de nuestra vida, en cuanto apenas nos salieran las cosas mal, estaríamos deseando morir para entrar en otro mundo considerado como más justo y equilibrado. Lo cual también atentaría contra el progreso, pues la ambición, la corrupción, el maltrato a nuestros semejantes, los deseos turbios de prosperar, y esa sensación dañina de que «no existe otra vida nada más que ésta», ese «pecado» deformador de soberbia, no existiría aunque sean actitudes necesarias para el desarrollo y la evolución del mundo, el cual funciona sobre parámetros moralmente destructivos, nos guste o no, mezclando la bondad con la maldad; estimulando la «convivencia» de los malos con los buenos, la enfermedad con la salud, los virus con los anticuerpos, la felicidad con la desdicha, la belleza con la fealdad, el frío con el calor. El hecho de que aquí, en nuestro mundo, existan millones de gentes que lloran y ríen, que son felices y desdichadas al mismo tiempo, es lo que nos motiva (pese a que muchos se sientan abandonados por la sociedad y por Dios). Se trata de ésas dualidades que los budistas y ciertos filósofos niegan y que yo, con ciertas dudas, las acepto porque a nivel universal el bien y el mal, el blanco y el negro no existen, pero según las normas y sensaciones que han ido imponiéndose en nuestras culturas, ahí sí existen y son la base del progreso y de la vida. Lo que nos obliga a emprender una lucha titánica para abrirnos paso.
Gracias a lo cual el mundo crece.
Y eso es lo que llama mi atención: ¿por qué existen estas reglas desdichadas? ¿Quién ha introducido en nuestras vidas estas normativas con tantas bases deformadas con el fin de que el mundo funcione? ¿Quién ha introducido en nuestras cabezas las ideas —colmadas de dudas— de que si nos portamos bien, nos encontraremos con nuestros seres queridos un día, en un supuesto Paraíso situado en alguna parte ignota y, de lo contrario, si nos portamos mal, seremos sepultados en el Valle de las Sombras? ¿No se trata de un cuento un poco tenebroso?
Luego, están los sentimientos encontrados, esos que tanto nos perturban.
En mi caso, por ejemplo, aunque no creo en ese dios convencional, «siento» que hablo decenas de veces con mi Angelines; sueño con ella, recibo el bien de sus milagros, y hasta siento, a veces, el olor a bebé que generaba su cuerpo… ¡Ah, y me siento protegido por ella… Hasta —confesaré para vergüenza mía— beso su fotografía* en varias ocasiones cada día, como si yo fuera una persona supersticiosa carente de conocimientos científicos. Quiere decir que expreso mi amor utilizando como vehículo una fotografía donde la veo sonreír o llorar, y que detecto cuando me mira con severidad o con ternura, conforme a mi comportamiento…
Pero, de repente, y aquí viene lo contradictorio del asunto: hay veces que, en mis divagaciones continuas, interfiere mi pensamiento razonador, deductivo, maduro, y pienso que me estoy comportando como un retrasado, y me llamo a mí mismo desde idiota hasta demente. ¿Cómo es posible que una persona de mi estatura intelectual le de besos a una cartulina? ¡Y es que no tengo ninguna duda de que hay una parte de mi cerebro donde la idea del más allá no penetra! No me lo permite, y no me deja concebir que ella esté ahí, frente a mí, transparente, incorpórea, difusa, suspendida en el aire, encima mío, o a un lado, y está contemplándome como si yo fuera su tema de mayor preocupación o respondiendo de alguna manera a mi amor, o fuera la misión que le ha sido encomendada por los altos mandatarios de la Región Remota, para ayudarme a soportar su ausencia y dándome protección para que no perezca mientras espero… (pero sin dejarse ver, ¿eh? —aunque tenga evidencias abundantes de su presencia—). A veces me recrimino: «Pero oye, ¿qué estás haciendo? ¿Qué sería de ti si no la tuvieras a ella, si dejaras de sentir su amparo y notar el beneficio de su compañía; si no creyeras que esa sonrisa melancólica o esa mirada tierna están dedicadas a ti, a cambiar, sobre todo, los momentos oscuros de tu vida? Y aquí viene una representación de lo voluble de mi cerebro: inmediatamente después me arrepiento de mi dureza de corazón que, en realidad, no congenia con mi verdadera forma de ser. Luego llego al colmo de la incongruencia: le pido perdón por ser tan frío, tan cerebral, tan poco imaginativo, tan negado para sentir la magia de la vida a pesar de ser poseedor de tantas percepciones mágicas otorgadas por la Naturaleza… Tras este acto de contrición, se me queda una sonrisa beatífica que me dura por el resto del día. Es como si hubiera puesto combustible a mi alma…
Claro, con este tema —que ya lo he expuesto por varias ocasiones en este blog—, no sé si trato de convencerme a mí mismo, de hacerme creer que la vida es de por sí extraña y caben en ella cientos de hechos fantásticos y sobrenaturales —e inexplicables… Hechos que, si lo vemos bien, ocurren a todas horas.
Pero, de tanto contemplarlos, hemos llegado a considerar que son normales.
(*No es a esa fotografía que figura a la entrada de este
artículo a la que me refiero. Esta es otra que me
pareció muy apropiada para ilustrar mi escrito.)
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