Acerca de mí…
No tengo que martirizarme ahora, cuando soy viudo, por no hacer lo que creo que los demás esperan de mí, sino por no hacer lo que yo creo que debo hacer. Ése, no hacer lo que yo mismo me impongo, debe de ser mi mayor motivo de aflicción.
Pero, detengámonos un momento… Pensemos… Meditemos profundamente… ¿Qué esperarías de ti o qué es lo que crees que debes esperar? ¿En qué reglamento, realmente, puedes determinar las pautas que debes seguir? ¿En tu cerebro? ¿En tu corazón? ¿En tu alma? ¿En tu infierno interior o en tus pasiones o en tus momentos de felicidad? En realidad, ¿crees poseer un componente mental que te dicta las decisiones de cada día o éstas te llegan de la nada, del instinto, del estado de ánimo? Y, a fin de cuentas, ¿de dónde sacas que tienes el deber de seguir un normaa? Ahora, casi ochenta años después, ¿te ves a ti mismo como hubieras deseado verte? ¿Y cómo querías verte, si no te importa la pregunta? Porque, en realidad, la vida es como el mar: unas veces hay una visión panorámica espléndida, con un inmenso espacio azul pleno de calma, sedante, productor de dulces deseos y sensaciones, un mar que te invita a vivir y a soñar con otros parajes ignotos, con otras vidas que tú no viviste antes o las viviste pero sin captar la felicidad que te produjeron en el momento, sino después, al recordarlas… Pero, otras veces, se presenta como un mar tormentoso, atemorizante, con unas olas gigantescas y ruidosas, que amenazan destruir el mundo y entonces tus pensamientos cambian…O sea, son momentos que parece que el mar está furioso con el mundo, cuando su aparente furia es solo el resultado de encontrarse un baja presión con una alta; que no se trata de que haya alguien con mal humor que pretende aniliquilarte… Precisamente, a eso voy: estas «furias» y «calmas» del mar son la doble vertiente de la vida: existen desarreglos atmosféricos, mentales, relacionados con la salud, de buena o mala suerte, que pueden provenir de desarreglos meteorológicos, de enfermedades físicas o de la mente debido a un virus o a un contagios, y hasta la participación de la casualidad… O se deben a una furia del mar organizada por sus tritones, o a castigos de Dios dedicados al ser humano, o a los espíritus, o a los diablos, o a la propia mente, de sus pesares y de su necesidad de olvido. De sus melancolías…
Sí, ya sé que si se investigan esos «desarreglos», siempre se encuentran causas físicas, químicas o biológicas, pero a un sistema de organización tiene que recurrir quien nos produce tanto mal o tanta felicidad. Porque, yo no creo, ya lo dije antes, en el chasquido de dedos de un Dios superpoderoso que diga: «Hágase…». A ver, dígame: ¿por qué razón estoy yo aquí, en mi apartamento confortable, escribiendo y oyendo música, y aquel muchacho que está en el patio-jardín situado frente a mi, empleado del recinto, está acarreando la basura hacia unos contenedores que hay en la parte de afuera? ¿Quién nos miró a ambos con agrado a mí y con desagrado a é y por qué razón? ¿Yo se lo pedí a un Dios omnipotente y este muchacho no lo hizo? Nada de eso tendría explicación. La vida es como es, no de quien la ha creado. En el desarrollo de cada vida interviene una serie de factores como la suerte, el deseo, el sacrificio, el afán, el sentido de responsabilidad, el conocimiento, el deseo de hacer lo que se hace y hacerlo bien, las circunstancias, atenerse a ciertas cláusulas…
Lo demás es solo intentar encontrar una explicación que justifique las cosas.
Pero, aún así, con creador o sin él, pienso que la vida, el universo, tiene necesidad de nosotros y por esa razón nos pone los cebos para que «crezcamos y nos multipliquemos». El hecho de que las plantas estén ahí para producir —entre otras cosas— el oxígeno que nos da la vida; la procreación de descendientes mediante el impulso irrefrenable de la atracción sexual; el proceso de evolución al que nos sometemos y con el que colaboramos a trancas y barrancas, la curiosidad y deseo de saber, la acción y la sabiduría para construir cosas, los deseos de aprender, la facultad de hablar y comunicarnos, la transmisión genética de generación a generación, tantas y tantas cosas que no han sido inventadas y creadas por los humanos, ¿para qué son? ¿A quién le sirven? ¿Quién las promueve?
¿Y, a todo esto, quién se cree que el costoso Acelerador de partículas va a responder a estas cuestiones?
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