Conjeturas acerca de la vida
¡Cuántos elementos difusos, ininteligibles, misteriosos y apasionantes se conjugan en el suceso de la vida, y que, encima, existen así, sin más, confundidos con lo que denominamos realidad aunque no estemos muy seguros de lo que significa ella…! Y no todas las sensaciones mágicas se camuflan: algunas, muchas, las podemos ver delante de nuestros ojos y manifestándose en nuestro vivir diario, aunque lo hagan sin revelarse plenamente ni conceder explicaciones acerca de sus fundamentos, o sin aclararnos sus extrañas razones. O sea, sin permitirnos descubrir lo que hay acerca del componente espiritual que las mueve. Aunque sí lo hacen en relación a su composición material (física, química o biológica). Ahí sí lo exponen todo, sí se abren a nuestro conocimiento, y nos permiten desentrañarlas, pero se mantienen férreamente en el empeño de escondernos su alma, su razón de ser, sus percepciones y motivaciones, las verdades acerca de su naturaleza universal… Y es que, de por sí, la vida, toda ella, constituye un enigma profundo, indescifrable (¿por qué hay «algo» en lugar de «nada»?, se preguntaba el filósofo), y no por mucho recurrir a costosos aceleradores de partículas o a enviar sondas al espacio sideral con la intención de descubrir los secretos de los agujeros negros (¿habrá algo más misterioso y apasionante que un agujero negro?), vamos a encontrar la respuesta acerca de su función vital y de su constituyente espiritual (pese a lo que nos digan algunos científicos materialistas, sobre todo aquellos que todos los fenómenos los consideran normales mientras aseguran sin inmutarse que los entresijos de la vida han surgido de la nada y sin ningún propósito y que, después —y esto para ellos no tiene significado alguno—, se fueron desarrollando de una forma armoniosa, perfectamente diseñada… Como si esa afirmación, en sí misma, no encerrara un peso específico, un alma, un componente apasionante, rodeado de gran misterio).
Yo, ahora, a mi edad avanzada, pensando, quizás, que voy a descubrir la pólvora, pero, sobre todo, considerándome parte integrante del misterio del cual procedo, me sobrevaloro, salgo de la mediocridad, conformo la hechura de mi propia vida, me procuro un aliento, una excitación, recurriendo a componentes místicos y de elevada condición emocional, es decir: asomo mi mente por el minúsculo resquicio que solo me permite atisbar una ínfima parte de su magia, esa que existe en el lado oculto del «velo de maya» —algo que viene siendo el objetivo fundamental de la filosofía y la metafísica— y, aunque no pienso manifestar públicamente las sensaciones que dicha sensibilización me confiere (dado que estoy en la edad apropiada para que se me pueda considerar que no soy más que un loco «iluminado»), sí puedo confirmar que este empeño alienta bases trascendentales para «engancharme en otra composición de la vida» y moverme por ella. Echo mano, simplemente, del pensamiento, de la imaginación o de la fantasía, y hasta del deseo de trascender o del de abandonar la rutina de la vida y alcanzar otras sensaciones más puras; eso es lo que me alienta y, hasta cierto punto, me sostiene y me permite acercarme, casi, hasta rozar un género integrado en una vida más espiritual, más eminente, mas incorpórea y, desde luego, más nutritiva y con vitaminas de condición sublime.
¿Es locura? ¿Insensatez? ¿Imaginación desbordada? Tal vez, pero no se puede dejar de reconocer que son facultades incluidas en las funciones del ser y que nos han sido conferidas por la Naturaleza.
Ken Wilber —un pensador moderno dotado de unos conceptos muy claros— y otros pensadores eminentes, interpretan la vida de forma global donde se aúna tanto lo espiritual como lo físico, constituyendo toda esta amalgama una parte íntegra del ser. Negar ese constituyente —especialidad, por ejemplo, de Richard Dawkins, que utiliza la negación como reclamo publicitario para lograr la mayor venta de sus libros— es como negarse a sí mismo y negar que con algún propósito determinado fuimos diseñados todos así como la vida que nos rodea.