miércoles, 30 de septiembre de 2009



Vivir es un milagro


Para mí, el hecho de contemplar el amanecer entraña una sensación espiritual de amplio contenido. Y es que ese momento misterioso situado entre la noche y el día, aunque, lo confieso, me produce un amago de temor, un tinte de sobrecogimiento, al mismo tiempo me trae una gran sensación de paz y una emoción indecible. Me produce también un respeto por la vida y sus melancólicos silencios… Y, además, un júbilo, un agradecimiento —aunque no tenga idea de a quien debo darle las gracias— por distinguirme entre los seres privilegiados que pueden vivir y disfrutar esta quietud maravillosa que nos ofrece la gran catedral del cosmos. Es en ese instante cuando las ideas fluyen en mi mente de un modo vertiginoso, y no me paro a considerar si son ideas racionales o fantasiosas, porque en ese instante no existe la realidad, ni existe la fantasía, y tampoco existe lo bello ni lo feo, ni el bien ni el mal o el arriba y el abajo, sólo la paz, el amor, la dicha, la admiración ante las profusas representaciones que tiene el mundo. En esa ocasión, digo, cuando el silencio impone su influencia sobre los sentimientos y uno se siente libre de rencores y enemistades, las motivaciones del espíritu fluyen de tal manera que hasta se tiene la tendencia a creer en algo, a pensar que hay un mundo de los espíritus y otro de los ángeles, y otro más de los dioses. Se cree, sobre todo, que la vida es un milagro, un milagro dimensional, algo que nunca entenderemos por más que tratemos de asomar nuestra cabeza tras el Velo de Maya o nos quedemos atónitos contemplando las estrellas ante una magnificencia y unos sentimientos que nada tienen que ver con las leyes de la física. En ese momento todo cabe dentro de nuestra inteligencia: no existe la materia, ni el laboratorio donde lo invisible, lo inmaterial, se niega, tampoco se impone la fuerza de la razón: en ese mágico rato que va desde que las nubes comienzan a enrojecer hasta que el sol asoma por el horizonte, nuestra conciencia, subyugada por lo que ve, acepta todos los mitos, todas las leyendas, y las diferentes formas de interpretar la vida, ya de por sí mágica e inexplicable. Luego, cuando el sol aparece del todo y el vértigo del nuevo día comienza (no por eso menos mágico), no queda otro remedio que regresar al materialismo, a la ambición, a la competencia, y dejamos a un lado el tono maravilloso y poético, la emoción de sentir y vivir la vida…

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