domingo, 7 de febrero de 2016


¿Quién me gobierna?
Yo no soy yo, o sea, no soy el yo que creo o el yo que quisiera ser. Solo soy un producto de mi regulación neurobiológica, de la reabsorción y concentración de serotonina en mi cerebro y del comportamiento, la abundancia o la escasez de otras sustancias almacenadas en mí. Y es que esa es la incógnita de la vida: dependemos de la regulación de transmisores, de sustancias estimulantes. Y es que, como dice Eagleman, «nuestra realidad depende de nuestra biología». Pero, me pregunto, ¿soy el resultado del experimento de alguien? ¿Quién hace y a quién le interesa que mis neurotransmisores abunden o escaseen y trabajen de determinada manera para construir mi personalidad? Es que ese es el concierto de la vida, me dirán algunos, así se comporta uno casualmente: a uno le toca uno y a otro le toca otro. ¿Y con qué fin lo hace? ¿Por qué influye en mi comportamiento específicamente, y en el tuyo, o en de aquel? Y en otra versión física, ¿por qué hace que la Tierra dé vueltas alrededor del Sol a pesar de que recientemente un científico ha declarado que es extraño que aquí haya vida teniendo en cuenta que estamos muy cerca de dicho astro? Es muy difícil determinarnos, analizar nuestros comportamientos y nuestras condiciones físicas, porque todo carece de explicación. La misma herencia de cromosomas y sus genes, que forman la parte de mi personalidad heredada. Es otra función que me construye sin que yo nada pueda hacer en contra. Mi caso personal tal vez es distinto y no creo que haya mucha herencia cromosómica: mi padre era epiléptico y murió de cáncer a los 44 años, y yo tengo 83 y aquí estoy vivito y coleando; ¡ah! y de epilepsia nada. Y de mi madre no creo haber heredado ninguna características. Puede que haya en mí un rechazo hacia mis mayores firme y de carácter psicológico. Hacia las características de mi padre (Eduardo de Ontañón) por siempre sentí una especie de repulsa. Aparte de que él me abandonó cuando yo tenía 5 años (se exilió en México por causa, decía, de la guerra civil), cuando nací y él vio que se trataba de un varón, estuvo a punto de «devolverme»: y como en la tienda donde me había comprado no admitían devoluciones, entonces exclamó, ¡bueno, pues qué le vamos a hacer! y se quedó tan pancho. Él quería una niña a pesar de que ya tenían dos. Cuando regresó de México a los diez años de su huida, su relación y la mía fueron malas, irreconciliables. Yo no me cansaba de pedirle cuentas y a él eso le exasperaba (había que tener en cuenta que durante sus 10 años de exilio, jamás envió la más mínima ayuda). Hubo un día que le dijo a mi madre que estaría dispuesto a regresar con ella, pero que no quería vivir bajo el mismo techo que yo… Cuando me lo manifestó mi madre (ignoro con qué intención lo hizo), hice mi maleta y me fugué de casa. Y solo tenía 16 años recién cumplidos… Más tarde, ya casado y viviendo en México con mi mujer Angelines, Mada (su segunda esposa) se empeñó en hacerme cambiar de idea tratando de narrarme la verdadera personalidad de mi progenitor. Pero lo extraño es que con sus explicaciones (que empezaban siendo buenas pero terminaban siendo malas) solo lograba que mi opinión sobre él empeorara aún más. Sí, debo reconocer que entre sus cromosomas, recibí mi tendencia a escribir y ser periodista. ¡¡Pero, poeta, jamás!! Bueno, tal vez sea porque como poeta era bastante mediocre. Y como escritor, tampoco llegó muy lejos…

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