martes, 19 de enero de 2016


Una partida de ajedrez
Escribir, escribir, escribir, oír música, leer y complicarme la vida cuando se me ocurre entrar en temas filosóficos y metafísicos que no me llevan a ninguna conclusión. De cuando en cuando pierdo mi tiempo viendo un partido de fútbol en la tele o dedicándome a prepararme una comida especial, algo que momentáneamente reclama mi paladar y que, una vez que lo he preparado, no me apetece comerlo. Y aunque mentalmente siempre hay una buena disposición en mí, el esfuerzo físico que me exige el trabajo corporal que supone, me echa para atrás y, así, cada día tengo menos ganas de hacer cosas que exijan una acción material. Lo que demuestra que mi vida ya está más del otro lado que de éste. Sí, me entrego a actividades de tipo intelectual, a funciones propias del pensamiento, pero eso no me llena del todo, no evita que sienta añoranza por actividades más frívolas, más desenfadadas, menos formales. Ahora me ha dado por escribir una novela donde enfoco los temas que atontaron mi vida… Y esa es mi acción correspondiente a mi estado viudo. Si mi mujer viviera sería diferente porque todo se realizaría de otra manera: la mujer tiene otros principios más acordes con la vida, más entonados, mientras que los hombres vivimos más envueltos en el ensueño y si éste no se da pensamos que la principal misión de nuestra vida no se ha realizado. Aparte de eso,  estamos muy acostumbrados que ella nos limpie la baba… ¿No seremos nosotros, los del género masculino, los que procedemos de la costilla de una mujer? ¿Qué sustancia enloquecedora se tomaría aquel grupo de sabios congregados por Ptolomeo cuando escribió en la Biblia que la mujer procede de una costilla del hombre? ¡Aunque hay tanta confusión al determinar quién escribió la Biblia y con qué fin lo hizo! Pienso que en aquella época lejana, se hizo por ponerle freno a las perversiones del ser humano, tratando de que el Diluvio no fuera el único remedio … Pero, vayamos a lo que nos trae aquí: La mujer cuando es mayor y se queda viuda, sabe vivir mejor que el hombre. La mujer se expande, crece, hace cosas que tal vez su marido no se las permitía. Mientras que el hombre se contrae, se derrumba, se vuelve solitario y vive con más angustia el signo final de la vida. Además, la mujer cuenta con los hijos que viven más pendientes de ella, de darle elementos para que se distraiga, de contemplar con más paciencia sus manías. El hombre, en cambio, cuando se hace viejo es ninguneada. Ni tan siquiera unos viejos a otros nos aguantamos bien. Yo, aunque soy un viejo (o casi, pues solo tengo 83 años), no los soporto. Te encuentras con uno, le das conversación y al rato ya te está contando su vida, sus proezas, sus grandes hazañas… Hace tiempo, cuando iba al cementerio a visitar el nicho donde reposan los restos de mi mujer, me encontraba con una viejo que arrastraba un equipo para ayudarse a respirar. El hombre se sentaba allí en un banco y, como coincidíamos en el día, entablábamos conversación. Él, casi siempre, sacaba a relucir el tema de mujeres y tenía una obsesión por referirme sus conquistas… Y yo lo miraba con desprecio. ¡Que se habrá creído el viejo éste! Él pensaba que con todo y su aparato para respirar, todavía atraía a las mujeres… Y yo pensaba: ¿Seré yo tan latoso como él? Para poner un ejemplo diré que vi en televisión un anuncio de alguien que llega a su casa con un telefonito de estos modernos que hablan, filman, graban las conversaciones y sacan fotografías. El que lo trae se lo  va enseñando a todos los miembros de la familia. Y cuando llega el turno del viejo, el hombre pone una cara de imbécil y balbucea algo inteligible con una sonrisa de loco. No hacer mucho iba yo en un automóvil acompañado de un tipo mucho más joven que yo, cuando vimos a una chica muy vistosa que iba caminando por la calle. Mi acompañante me preguntó: «¡Mira! ¿Qué harías tú con esa chica?» Y yo le contesté: «Pues no sé… Ojalá sepa jugar al ajedrez. Porque si sabe, lo único que se me ocurre es que podríamos jugar una partida…». 

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