domingo, 3 de enero de 2016


¿Somos o solo cumplimos? 
En mi novela hablo de amor, de la relación hombre-mujer, de la pasión ciega, la traición a los compromisos contraídos, del remordimiento y la aniquilación de normas morales. ¿En qué puede consistir el remordimiento y de dónde proviene? ¿Existe en verdad o nos ha sido inculcado como una imposición de la sociedad, por un prejuicio, por una costumbre, por una convención social o por todo un poco? ¿Por qué hay que observar unas normas de conducta? ¿Por qué hemos de mantener una conducta determinada? ¿Quién lo exige además de la ley? ¿Es la misma sociedad quien las ha ido imponiendo como base del entendimiento y la organización y la protección social? Por ejemplo, los sentimientos, el amor, la caridad, muchos de nuestros complejos ¿son sentimientos naturales o nos han sido impuestos por vía de la necesidad social, por lo que exige la convivencia? Ahora, que es un hecho comprobado que las creencias en Dios han ido decayendo, que la idea de un Dios omnipotente disminuye en el mundo del pensamiento, en el mundo más sofisticado (podría ser una exigencia más de la evolución), convengamos que hasta hoy o hasta ayer esta idea representó uno de los envites más importantes de la sociedad, la base del desarrollo, la que nos inculcó los principios, las normas de conducta, el temor, la estructura de la vida y del comportamiento. Leía recientemente en un libro de  Peter Sloterdijk (Los hijos terribles de la edad moderna), sobre la necesidad práctica y evolutiva del pecado original. Si la vida hubiese arrancado desde un concepto paradisíaco, idílico, sin pecado, no se hubiera desarrollado y no hubiera tenido mucha durabilidad. Para que nos desarrollemos, había que crear conceptos partiendo de las obligaciones impuestas por un pecado original leve e injustificado, cuyas consecuencias fue producir trabajo, lucha, competencia, iniciativa y la sensación de que estamos castigados a hacer lo que hacemos debido a una exigencia bíblica… ¿No parece que somos la consecuencia de los fines de un creador, de sus cálculos, de sus trazados, de sus puntos de partida y sus normas? En nuestro origen parece haber un propósito, un plan para que la humanidad responda de cierta manera y progrese, para que vayamos creando nuestro modus vivendi, nuestros alicientes y nuestros estímulos antes impuestos por una voluntad mayor solo válida hasta el momento que alcancemos la verdad filosófica o podamos desenvolvernos por nosotros mismos, sin la necesidad perentoria de recurrir a la divinidad. 
En este mundo complicado y tornadizo, los personajes de mi novela se ven envueltos en acciones encontradas partiendo de actitudes morales y de la inevitable atracción física, y muchas veces esos hechos son considerados como una fatalidad o como ciertas imposiciones que invitan a salirse de las normas pero sin dejar de padecer remordimiento y sin dejar de considerar estos procesos válidos y necesarios, es decir, a pesar de nuestros conceptos morales, de nuestros propósitos de vivir sujetos a unos principios. Yo, a estas alturas (mañana hace 56 años que me casé), veo la fotografía de mi mujer, veo a mis hijos, veo a mis nietos (incluso, veo a mi bisnieta) y me digo: «He creado un mundo, lo he continuado tal como la vida esperaba de mí, he respondido con creces a las exigencias de perpetuidad, a sus propósitos, a los deseos de la Naturaleza. He sido uno más de los millones y millones de seres que construyen la vida torturados y acuciados a instancias o debido a las exigencias del pecado original…». Lo más importante es que todo o la mayor parte de los hechos de mi vida han sido la consecuencia de mis deseos.

(En la fotografía, mi norinha Robi, mi hijo Dany y mis nietos gemelos Lara y Leo)

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