viernes, 9 de enero de 2015

El fulgor
Todos los días, cuando me levanto por la mañana, al trasladar el cuadro con la fotografía de mi mujer de la habitación donde duermo a la habitación donde trabajo (una labor que hago cada día), miro su cara, le doy un beso y después analizo su expresión. Luego me digo: Hoy está contenta; Hoy está triste; Hoy está tierna; Hoy está enfadada, porque su expresión suele cambiar casi a diario. Después continuo preguntándome: ¿Será por algo que he hecho que no es aprobado por ella? ¿O estará contenta por mis procedimientos? Y enseguida me interrogo a mí mismo: ¿A qué se deberá su enfado, o su ternura, o su alegría, o su sonrisa leve, o el ánimo que me transmite? Pero, y sobre todo, ¿es ella la que sonríe, la que está seria, la que está contenta, o es mi subconsciente que reacciona así, según el estado de mi conciencia o mi estado de ánimo, o mis sentimientos? ¡Pero, oiga: la veo de esta o de aquella forma sin que exista una razón moral, o sin que tenga complicaciones espirituales o filosóficas especiales en ese día! Y no es esto lo malo: si trato de obtener la respuesta en la razón, es peor, porque ésta me dice: ¡No seas imbécil! ¿Cuándo has visto tú que una fotografía llore, o se ría, o esté con ese tono de tristeza que tú la asignas, o se muestra severa contigo…? ¡Su posición es invariable porque no se trata de un documental, sino de una cartulina impresa! Entonces, no se me ocurre qué puede ser. ¿Quién ha podido introducir o trazar estos modos, y estas normas de vida mágicas en nuestro ser? ¿Quién o qué gobierna nuestras conciencias y con qué fin lo hace? Todo ello me suena a truco, a embaucamiento, en darle un peluche al niño para que se entretenga. El hecho de que yo tenga visiones de ese calibre o de esa naturaleza demuestra que alguien nos acecha y nos manipula; es como si nos trataran como si fuésemos seres azoquetados, porque hay muchas, muchísimas tretas creadas para disimular otras fases más profundas, o más terribles, o que quieren desviar nuestro pensamiento, y para ello requieren una zafiedad, un alejamiento de la verdad… ¿Por qué al ser humano no le ha sido revelada la verdadera información? Lo curioso es que este cambio de expresión solo me ocurre con esta fotografía. Tengo otras muchas cuyos gestos no cambian. Ojo, y esta no es una ocurrencia de un loco, lo juro: yo todavía soy capaz de amarrarme los cordones de mis zapatos… ¡No faltaría más! La acción de ella sobre mí y sobre mi subconsciente, me ocurre a raíz de su muerte (ocurrida hace ahora hace 15 años); además, es frecuente que me encuentre con su espíritu al escribir, al pensar, al organizar mi vida, al soñar; influye en mis razonamientos y me crea normas de vida, alertas y compromisos. Con perdón de Richard Dawkins, de Steven Weinberg, y de otros científicos cerrados al espíritu —y aún reconociendo que en el Universo existen leyes físicas inviolables—, pero, pasando mi brazo por encima del hombro de Paul Davies, considero que en la vida, además de la cuestión física, hay otros misterios trascendentes dentro de movimientos que no se ven, pero que están ahí, como es el pensamiento, la conciencia, la mística, el amor, el arte y la admiración que causa, así como el orden y el fulgor de las estrellas que nos viene de lejos.

(La foto que encabeza este artículo es de Angelina, poro no se trata de la foto a la que me refiero en esta reseña.)

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