jueves, 29 de enero de 2015
¡Una casualidad lo será usted!
¿A qué se deberá que los soportes de la razón, los pensamientos acerca de la estructura de la vida, o la función que puede ejercer el ser humano sobre el mundo no tengan el mismo significado para todos, ni se mantengan los mismos orígenes, ni supongan las mismas preocupaciones, ni sea igual la condición espiritual? Esta diversidad de criterios en el temario de la existencia perturba mi sistema psicológico y tensa mi red nerviosa, así como mi función de entendimiento. Sí, se podría aceptar que esa diversidad de comprensión hacia el funcionamiento de la vida es necesaria y útil: es necesario que los conocimientos proliferen sobre diferentes bases… Pero es igual que si viviéramos en el engaño, o en un desbarajuste perpetuo, encerrados en una vida loca, en un parque de atracciones sin sentido, en un castillo de «irás y no volverás». Y significaría que hay un propósito de «alguien» en confundir los términos. Yo no dejo de pensar que el desacuerdo que más se impone entre los científicos y los intelectuales, revierte en soltar unas cuantas afirmaciones sensacionalistas, anómalas, que unas contradigan a las otras, aunque sean, incluso, descabelladas, y después escribir un libro con el propósito evidente de llenar la bolsa… Sobre todo, las contradicciones suceden con prioridad cuando se habla de asuntos de teísmo o de ateísmo, o de ontologías divinas, de éticas o comportamientos, de espiritualidades, de actitudes morales, de filosofías dispares, de vidas después de la muerte. ¿Cómo es posible que entre tantos pensadores cultos y bien preparados escaseen tanto las coincidencias? ¿Será un propósito de la Naturaleza introducido en nuestra estructura habitual con el fin de confundir las mentes y sacar el mejor partido de ello? Hay que considerar que solo la raza humana difiere en sus actitudes y en sus comportamientos… Yo creo que nuestro complicado mecanismo estructural, no solo material sino también espiritual, es lo que garantiza nuestra procedencia divina, extraterrestre, o nuestra formación en el laboratorio de un supergenio. Y es algo que parece escapársele a los científicos… Mi principal empeño a mis años consiste en no despojarme de un fundamento físico ni espiritual aunque tenga que recurrir a la fantasía. Y es que me niego a ser una complicada célula cuya existencia carezca de sentido y esté despojada de un fin. Leo un artículo donde se dice que el estado energético inicial, altamente desordenado, produjo átomos y moléculas que se combinaron para formar estrellas y planetas, y sobre los que, a su vez, evolucionó la vida. Y en la evolución que también parece proceder hacia nuestra estructura, la vida aparenta tener «su propio patrón de aumento de la complejidad, pasando de organismos muy simples a otros cada vez más complicados hasta el punto de llegar a desarrollar la razón y la cultura como es hoy en día.» Para llegar a estas conclusiones Smith, que es biólogo evolutivo y filósofo, aplica los últimos desarrollos teóricos en Biología y Sistemas Complejos, y a través de ellos intenta dar nuevas respuestas a las grandes cuestiones morales que, hasta ahora, habían sido consideradas como algo exclusivo de los seres humanos. De hecho, afirma que la vida en general, incluso la racional con su cultura tecnológica asociada, podría ser mucho más común de lo que pensamos. Y, lo que es más, «esa tendencia universal posee connotaciones claramente religiosas y podría, incluso, haber establecido una base verdaderamente universal para el desarrollo de la moralidad y la honra.» No deja de ser una teoría excelente…
viernes, 16 de enero de 2015
Amor de verdad
¿Cómo asumir y festejar la vida conociendo de qué «pata» cojea? Sí, reconozco que nos envuelven momentos maravillosos los cuales se viven a plenitud: por ejemplo, cuando te enamoras; cuando te casas; cuando llegan al mundo los primeros retoños; cuando ves que estás construyendo un hogar y una vida para los tuyos y para ti; cuando eres apreciado en tu trabajo; cuando tienes experiencias dichosas, cuando haces un viaje maravilloso, cuando conoces a otras personas y entablas una buena amistad con ellas, cuando hueles una flor o cuando te echas un baile al son de una canción bella… Pero, luego, sin casi advertirlo, sin darte cuenta ni pensar que se te viene encima, comienzas a envejecer que es como si fueras cayendo por un precipicio sin un paracaídas para amortiguar el golpe; es cuando llegan las enfermedades y los achaques propios, o cuando levantar del suelo una cosa que se te ha caído te cuesta un esfuerzo supremo y cuando te agachas no te puedes levantar; y no se diga cuando se van de tu lado los seres queridos, las personas a las que amas y quienes te amaron… Y no te quiero decir cuando comienzas a perder facultades y cuando la gente y los tuyos, te comienzan «ningunear»… Ahí es cuando te preguntas: ¿De qué sirvió todo esto? Eras una persona útil y, un día, de buenas a primeras, te apartan de la vida porque dicen que tú ya no sirves, que tienes que hacer las cosas con calma, y te ves invadido por un desconsuelo que no tiene remedio ni solución. Y comienzas a pensar en lo que hiciste y no debías de haber hecho, o en lo que no hiciste y debiste hacer. A mí ahora lo que más me duele es considerar que debí de haber amado más, más intensamente, para que ella, mi mujer, no tuviera dudas de que era mi amor supremo, el más grande, o sea, haberla amado más de lo que le amé, o habérselo demostrado con mayor fuerza, con más ahínco, con más intensidad, con más entrega. Claro, tampoco era cosa de estarse besuqueando y abrazando todo el día, pero a veces el amor se demuestra con una mirada, o con una sonrisa, o con un cumplido, o con una frase, con una actitud igual que cuando éramos novios. Pero es que la sociedad nos ha inducido a que si amamos con la misma pasión todos los días y en todo momento, nos estamos comportando como si fuésemos tontos, o cursis, o ridículos, o débiles mentales; como si decir una frase de amor fuese propio de seres solitarios o pacientes para el psiquiatra…
Cuando, realmente, el bien que tú me hiciste, el bien que me causaba el hecho de sentirme amado por ti era el talismán de mi vida.
viernes, 9 de enero de 2015
El fulgor
Todos los días, cuando me levanto por la mañana, al trasladar el cuadro con la fotografía de mi mujer de la habitación donde duermo a la habitación donde trabajo (una labor que hago cada día), miro su cara, le doy un beso y después analizo su expresión. Luego me digo: Hoy está contenta; Hoy está triste; Hoy está tierna; Hoy está enfadada, porque su expresión suele cambiar casi a diario. Después continuo preguntándome: ¿Será por algo que he hecho que no es aprobado por ella? ¿O estará contenta por mis procedimientos? Y enseguida me interrogo a mí mismo: ¿A qué se deberá su enfado, o su ternura, o su alegría, o su sonrisa leve, o el ánimo que me transmite? Pero, y sobre todo, ¿es ella la que sonríe, la que está seria, la que está contenta, o es mi subconsciente que reacciona así, según el estado de mi conciencia o mi estado de ánimo, o mis sentimientos? ¡Pero, oiga: la veo de esta o de aquella forma sin que exista una razón moral, o sin que tenga complicaciones espirituales o filosóficas especiales en ese día! Y no es esto lo malo: si trato de obtener la respuesta en la razón, es peor, porque ésta me dice: ¡No seas imbécil! ¿Cuándo has visto tú que una fotografía llore, o se ría, o esté con ese tono de tristeza que tú la asignas, o se muestra severa contigo…? ¡Su posición es invariable porque no se trata de un documental, sino de una cartulina impresa! Entonces, no se me ocurre qué puede ser. ¿Quién ha podido introducir o trazar estos modos, y estas normas de vida mágicas en nuestro ser? ¿Quién o qué gobierna nuestras conciencias y con qué fin lo hace? Todo ello me suena a truco, a embaucamiento, en darle un peluche al niño para que se entretenga. El hecho de que yo tenga visiones de ese calibre o de esa naturaleza demuestra que alguien nos acecha y nos manipula; es como si nos trataran como si fuésemos seres azoquetados, porque hay muchas, muchísimas tretas creadas para disimular otras fases más profundas, o más terribles, o que quieren desviar nuestro pensamiento, y para ello requieren una zafiedad, un alejamiento de la verdad… ¿Por qué al ser humano no le ha sido revelada la verdadera información? Lo curioso es que este cambio de expresión solo me ocurre con esta fotografía. Tengo otras muchas cuyos gestos no cambian. Ojo, y esta no es una ocurrencia de un loco, lo juro: yo todavía soy capaz de amarrarme los cordones de mis zapatos… ¡No faltaría más! La acción de ella sobre mí y sobre mi subconsciente, me ocurre a raíz de su muerte (ocurrida hace ahora hace 15 años); además, es frecuente que me encuentre con su espíritu al escribir, al pensar, al organizar mi vida, al soñar; influye en mis razonamientos y me crea normas de vida, alertas y compromisos. Con perdón de Richard Dawkins, de Steven Weinberg, y de otros científicos cerrados al espíritu —y aún reconociendo que en el Universo existen leyes físicas inviolables—, pero, pasando mi brazo por encima del hombro de Paul Davies, considero que en la vida, además de la cuestión física, hay otros misterios trascendentes dentro de movimientos que no se ven, pero que están ahí, como es el pensamiento, la conciencia, la mística, el amor, el arte y la admiración que causa, así como el orden y el fulgor de las estrellas que nos viene de lejos.
(La foto que encabeza este artículo es de Angelina, poro no se trata de la foto a la que me refiero en esta reseña.)
Todos los días, cuando me levanto por la mañana, al trasladar el cuadro con la fotografía de mi mujer de la habitación donde duermo a la habitación donde trabajo (una labor que hago cada día), miro su cara, le doy un beso y después analizo su expresión. Luego me digo: Hoy está contenta; Hoy está triste; Hoy está tierna; Hoy está enfadada, porque su expresión suele cambiar casi a diario. Después continuo preguntándome: ¿Será por algo que he hecho que no es aprobado por ella? ¿O estará contenta por mis procedimientos? Y enseguida me interrogo a mí mismo: ¿A qué se deberá su enfado, o su ternura, o su alegría, o su sonrisa leve, o el ánimo que me transmite? Pero, y sobre todo, ¿es ella la que sonríe, la que está seria, la que está contenta, o es mi subconsciente que reacciona así, según el estado de mi conciencia o mi estado de ánimo, o mis sentimientos? ¡Pero, oiga: la veo de esta o de aquella forma sin que exista una razón moral, o sin que tenga complicaciones espirituales o filosóficas especiales en ese día! Y no es esto lo malo: si trato de obtener la respuesta en la razón, es peor, porque ésta me dice: ¡No seas imbécil! ¿Cuándo has visto tú que una fotografía llore, o se ría, o esté con ese tono de tristeza que tú la asignas, o se muestra severa contigo…? ¡Su posición es invariable porque no se trata de un documental, sino de una cartulina impresa! Entonces, no se me ocurre qué puede ser. ¿Quién ha podido introducir o trazar estos modos, y estas normas de vida mágicas en nuestro ser? ¿Quién o qué gobierna nuestras conciencias y con qué fin lo hace? Todo ello me suena a truco, a embaucamiento, en darle un peluche al niño para que se entretenga. El hecho de que yo tenga visiones de ese calibre o de esa naturaleza demuestra que alguien nos acecha y nos manipula; es como si nos trataran como si fuésemos seres azoquetados, porque hay muchas, muchísimas tretas creadas para disimular otras fases más profundas, o más terribles, o que quieren desviar nuestro pensamiento, y para ello requieren una zafiedad, un alejamiento de la verdad… ¿Por qué al ser humano no le ha sido revelada la verdadera información? Lo curioso es que este cambio de expresión solo me ocurre con esta fotografía. Tengo otras muchas cuyos gestos no cambian. Ojo, y esta no es una ocurrencia de un loco, lo juro: yo todavía soy capaz de amarrarme los cordones de mis zapatos… ¡No faltaría más! La acción de ella sobre mí y sobre mi subconsciente, me ocurre a raíz de su muerte (ocurrida hace ahora hace 15 años); además, es frecuente que me encuentre con su espíritu al escribir, al pensar, al organizar mi vida, al soñar; influye en mis razonamientos y me crea normas de vida, alertas y compromisos. Con perdón de Richard Dawkins, de Steven Weinberg, y de otros científicos cerrados al espíritu —y aún reconociendo que en el Universo existen leyes físicas inviolables—, pero, pasando mi brazo por encima del hombro de Paul Davies, considero que en la vida, además de la cuestión física, hay otros misterios trascendentes dentro de movimientos que no se ven, pero que están ahí, como es el pensamiento, la conciencia, la mística, el amor, el arte y la admiración que causa, así como el orden y el fulgor de las estrellas que nos viene de lejos.
(La foto que encabeza este artículo es de Angelina, poro no se trata de la foto a la que me refiero en esta reseña.)
lunes, 5 de enero de 2015
La influencia del amor
Sí, explícamelo, esclarécemelo, prodúceme la inspiración que necesito para determinar cuál es el juego de la vida. En principio, no tengo dudas en afirmar que es el amor, pero necesito perfilarlo con absoluta certeza. Admito que nos podemos desviar, podemos poner nuestro punto de interés en otros asuntos materiales, e, incluso, morales; podemos ser desplazados por la ambición material, o por el deseo de destacar en una función determinada; incluso los deseos lúdicos, los sentimientos frívolos, nos pueden conducir por distintos derroteros, pero por encima de todo está el amor auténtico, el verdadero. Y conste que de esta argumentación no excluyo el amor sexual, pero creo sin lugar a dudas que es el amor espiritual lo que impera, lo que se impone sobre nosotros. El amor sexual bien interpretado puede ser una consecuencia del amor espiritual. Fíjate en mí. Yo, que ahora, a mi edad, siento que el sexo no es lo primordial en mi vida, que ha pasado a cumplir un papel secundario, ambiguo, que ya no me quita el sueño, siento el amor como nunca lo he sentido antes. Estoy más necesitado que nunca de ese sentirse amado que se generaba en ti, de esa identificación casi plena contigo, de esa comunicación íntima, de esa mirada complaciente tuya, de esa sonrisa que alentaba mi vida, de esa interpretación nuestra de un aria lírica a dos voces, de ese ver crecer a nuestros hijos tomados de la mano. En medio de la lucha por la vida, nos desviamos, nos desatendemos de la pasión amorosa, pero el amor está ahí, presente, alentando los dones sensibles. Si yo a lo largo de la vida he ido permitiendo que tú me reconozcas, que conozcas mi virtudes y mis flaquezas, y que te des a conocer por mí, si siento que me he ido formando gracias a tu proximidad, a tu actitud compasiva; si he ido aceptando y dando forma a la vida mientras me miraba en tus ojos, no puedo interponer la frivolidad...
Sí, explícamelo, esclarécemelo, prodúceme la inspiración que necesito para determinar cuál es el juego de la vida. En principio, no tengo dudas en afirmar que es el amor, pero necesito perfilarlo con absoluta certeza. Admito que nos podemos desviar, podemos poner nuestro punto de interés en otros asuntos materiales, e, incluso, morales; podemos ser desplazados por la ambición material, o por el deseo de destacar en una función determinada; incluso los deseos lúdicos, los sentimientos frívolos, nos pueden conducir por distintos derroteros, pero por encima de todo está el amor auténtico, el verdadero. Y conste que de esta argumentación no excluyo el amor sexual, pero creo sin lugar a dudas que es el amor espiritual lo que impera, lo que se impone sobre nosotros. El amor sexual bien interpretado puede ser una consecuencia del amor espiritual. Fíjate en mí. Yo, que ahora, a mi edad, siento que el sexo no es lo primordial en mi vida, que ha pasado a cumplir un papel secundario, ambiguo, que ya no me quita el sueño, siento el amor como nunca lo he sentido antes. Estoy más necesitado que nunca de ese sentirse amado que se generaba en ti, de esa identificación casi plena contigo, de esa comunicación íntima, de esa mirada complaciente tuya, de esa sonrisa que alentaba mi vida, de esa interpretación nuestra de un aria lírica a dos voces, de ese ver crecer a nuestros hijos tomados de la mano. En medio de la lucha por la vida, nos desviamos, nos desatendemos de la pasión amorosa, pero el amor está ahí, presente, alentando los dones sensibles. Si yo a lo largo de la vida he ido permitiendo que tú me reconozcas, que conozcas mi virtudes y mis flaquezas, y que te des a conocer por mí, si siento que me he ido formando gracias a tu proximidad, a tu actitud compasiva; si he ido aceptando y dando forma a la vida mientras me miraba en tus ojos, no puedo interponer la frivolidad...
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