martes, 4 de febrero de 2014


Los amores imprescindibles
Aún teniendo en cuenta que mi padre no me transmitió la noción del amor paterno (difícilmente me podía inculcar algo que no sentía), yo sí sustento una sensibilidad que me predispone a un amor fervientemente hacia mis hijos. Entre los actos de mi vida relacionados con mi pasado, podrían existir algunos hechos que me ocasionan lamentos o autocensuras, pero en lo relacionado con mi matrimonio solo existen parabienes para mí, sentimientos plenos, auténticos, de amor y satisfacción. Tengo la sensación de que en ese capítulo todo estuvo para mí completo, rebosante. Claro, son dos amores diferentes: el amor a mi mujer está condimentado por nuestra relación sexual: no en vano dormimos 40 años juntos y llegamos a conocer nuestros respectivos cuerpos y nuestras zonas erógenas como algo propio («Tu cuerpo es mío y el mío es tuyo»). Además, mi conocimiento de ella, de su alma, de sus delirios, de sus predilecciones, de sus lujurias, de sus penas y sus virtudes, de sus anhelos, de sus quereres, de sus pasiones y sentimientos, la convirtieron en mi alma gemela, en mi propio yo o en el otro lado de mi yo. En el caso de mis hijos, el amor es de diferente calibre. A ellos se les crea para que se conviertan en una parte de uno, de la misma familia, una parte íntegra, representan un quehacer, un desvelo y una prolongación de sí mismo; representan fielmente el perfeccionamiento deseado para el grupo familiar. Yo siento como si me perpetuara en ellos, como si mi vida, a través de ellos, formara parte de una cadena sin fin: ellos tienen mis genes, mis genomas —los míos y los de mi mujer, claro—, son la materialización de nuestros sueños, la evolución de nuestras actitudes, representan los grandes momentos de felicidad vividos. Cuando uno de ellos se ríe, se lamenta, se hiere o habla, es como si yo mismo me riese, me lamentase, me hiriese o hablase. En su comportamiento veo mi personalidad evolucionada, mi yo del futuro. Ellos, mis hijos, representan el lado glorioso de mi vida (de la nuestra, de mi mujer y mía), el lado mágico y perpetuo donde se materializa y se prolonga nuestra vida. Quererlos a ellos es como quererse a uno mismo.

En la foto: Angelines nos contempla desde una ventana privada; Mónica y Adita, detrás. Dani, yo, Rodrigo y Álvaro, en el frente (en una próxima foto, incluiré a David para que todos estemos completos).

1 comentario:

  1. muy buen blog papa, espero seguir contribuyendo a prolongar tu vida y la de mama. Y que e bonita foto, la verdad es que son guapos (as) tus hijos (as) especialmente el pequeño

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