¿Con qué ojos debemos mirar la vida?
¿Con los que la reprueban o con los que la bendicen? ¿Con qué cristal y de qué color hemos de observarla?
A partir del día que en mi declaración fiscal comencé a escribir “viudo” en respuesta a “diga su estado civil”, mis parámetros, es decir, mis impulsos, o sea, mis puntos de vista o, más bien, mi sentido de la vida, ha cambiado radicalmente. Sobre todo, ha cambiado mi entorno, mis circunstancias, mis temores, mis ideales. Ahora, dentro de mi casa, todo es silencio, no hay rumores ni risas, ni conversaciones, ni tan siquiera llantos. Sólo capto la persistente gota de un grifo mal cerrado, o el motor de la nevera, o los sones musicales a los que suelo recurrir cuando mi pensamiento anda perturbado. Y es curioso que lo que antes aborrecía, ahora es lo que más me agrada, como son los ecos del vecindario que llegan a mis oídos desde los patios, o a través de las paredes. Esos clamores me traen la sensación de que la vida no se ha detenido, salvo para mí. Escuchar las discusiones de matrimonios mal avenidos, el angustioso grito de una hija impaciente ante las prevenciones de su madre, los ladridos lejanos de un perro, el paso regular del tren, el lloro de un bebé, el golpeteo rítmico de una lavadora, la música de rock duro que ahoga el desamparo de un adolescente, el palique de dos mujeres de ventana a ventana, o de puerta a puerta, o en los rellanos…
Viniendo como vengo de una familia numerosa, compuesta por una mujer, la mía, seis hijos, los nuestros —plenos de energía y de humor alborotador—, y yo, es decir, una familia amplia y, por si fuera poco, predispuesta a lo extravagante; donde reinaba el amor, la risa, la ilusión, o la alegría; donde privaban el hambre de vivir, los anhelos, las ansiedades, las pasiones; los proyectos, los discursos, los desengaños, las inquietudes, las ansiedades, las visitas, y otras concreciones ambiguas, si se quiere, pero plenas de vitalidad… desde tal procedencia, digo, a verme desposeído de amor palpable, carente de confrontaciones domésticas, de todas esas pequeñas y grandes agitaciones propias de la vida diaria, ha significado un cambio inesperado, tan ajeno a lo que podría calcular, que he acabado sumido en un anonimato vacío de ilusiones.
Mis vivencias de ahora las obtengo en el acto de pensar, meditar, leer, tomar notas, escribir poesías, registrar mis angustias en un diario, que es como si me escribiera a mí mismo…
(Escrito integrado en mi novela-memoria De la misma tela que los sueños, escrito en Valencia, España, el año 2004)
(Escrito integrado en mi novela-memoria De la misma tela que los sueños, escrito en Valencia, España, el año 2004)
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