miércoles, 6 de febrero de 2013





Encantado de saludarle. La presente es para agradecerle el envío de su conferencia «Antorchas de ismos en el Burgos de María Teresa León». Soy Jacinto Eduardo de Ontañón, hijo de Eduardo y nieto de Jacinto, de quienes Ud. habla en su disertación. Ambos son hijos de Burgos, igual que yo. Aunque a mí me sacaron de esa ciudad a la edad de tres años para trasladarnos a Madrid, por lo cual me siento casi más madrileño que burgalés. Eso no quita que en el año de 2006, cuando se celebraron en Burgos unas jornadas en memoria de mi padre, me emocionara delante de las viejas piedras de San Lesmes, donde fui bautizado; o me extasiara ante la Llana de Afuera, donde nació mi abuelo; o me conmoviera al contemplar la Librería del Espolón, que fue propiedad de ambos antecesores míos, o del edifico de la calle Vitoria frente al Teatro Principal, donde viví hasta que nos fuimos a Madrid (y antes de éste, en el edificio de la Plaza Mayor, donde yo nací). Por lo demás, y aunque me honra contarle a Ud. entre mis amigos más connotados, me siento un poco acobardado a la hora de escribirle esta comunicación. He visto en Internet (¿cómo se puede vivir en esta época sin servirse de Internet?) su importantísima mención donde se destacan las innumerables publicaciones, premios, saberes, erudición, categoría profesional que posee, y me digo: ¿Cómo debe expresarse uno cuando intenta comunicarse con una persona de semejante rango intelectual? Comparados con los suyos, mis conocimientos no llegan ni a la altura de su zapato. De lo único que puedo presumir es de ser un aceptable «autodidacta», muy interesado, eso sí, por la cultura, por el cine, por la literatura, por la música, pero la falta de método me ha convertido en un individuo con un conocimiento desperdigado, poco firme, poco cargado de conceptos. Cuando mi padre se amparó en el exilio, yo apenas tenía siete años y, a su regreso, contaba con 16. Y fue una etapa ésta tan esencial y desaprovechada en mi infancia-adolescencia que nunca logré recuperarme del todo. En ese tiempo, el único interés por parte de mi madre y de su familia, fue denostar a mi padre y exigirme que trabajara (claro, motivados por nula ayuda por parte de mi antecesor), y lo hice de botones, mensajero, vendedor a comisión de géneros para fajas de señora, y ayudante en un taller donde se construían diferentes componentes para aparatos de radio. Y, por otra parte, en mi familia materna la cultura era considerada como un complemento innecesario, y más si se pertenecía a esa clase social denominada entonces «pobre», dicha con cierto desprecio y una leve conmiseración dentro de un tono de superioridad religiosa. Y cuando regresó mi padre del exilio ya el mal en mí estaba hecho. Mi sentimiento hacia él había sido envenenado, y nuestra relación peor de lo que fue no pudo ser. Por esa razón me desatendí de cualquier obra que proviniera de él, y en lugar de orgullo lo que sentí fue despecho. Más adelante, cuando cumplí 21 años y comencé a ejercer de periodista (gracias a las enseñanzas epistolares de Mada Carreño –segunda esposa de mi padre–), y después me vi obligado a huir a México, Mada, que vivía allí (murió el año 2000), se empeñó en describírmelo como un hombre de bien, e intentar que lo conociera y lo comprendiera… Misión que logró solo a medias dado que ella a veces se resentía. Por otra parte, durante el «franquismo» y después, el nombre de mi padre se mantuvo oculto en el fondo del baúl. Y al sacarlo a relucir, yo difícilmente creí que el prestigio que comenzó a dársele era más bien una maniobra política o que se hacía con fines de encumbramiento local. Finalmente, he tenido que aceptar que su figura tiene más importancia de la que yo le atribuía (en lo cultural, claro, no en lo social ni en su papel como padre). De cualquier manera, no dejo de creer que hay cierta exageración en la importancia literaria que se le está adjudicando. 
Yo, después de México –5 años–, viví en Caracas –9 años–, regresé a España tras la muerte de Franco, pero cinco años después, la familia –compuesta por mi mujer y 6 hijos–, regresó a México y, posteriormente, a Puerto Rico (aunque hay una etapa intercalada de seis años viviendo en Valencia tras la muerte de mi mujer). Escribí una pequeño libro de relatos basados en mi vida, titulado Nacido en la guerra, y dos novelas, Da la misma tela que los sueños, y Lo demás es silencio, que fueron muy alabadas por aquellos que se las di a leer pero que no han sido publicadas dado que nunca lo intenté. Yo escribo para exigirle a mi mente un ejercicio intelectual, pero nunca con fines comerciales. Comencé no hace mucho a escribir una biografía de mi padre, pero lo abandoné porque no se puede ser juez y parte, y el lado personal se me imponía más de lo que yo deseaba. Ahora estoy escribiendo –y ya casi terminando– otra novela que se titulará Orquitis. Ésta si la publicaré ante la insistencia de mis hijos. Ya le mantendré informado. Gracias por todo. Afectuosamente, Jacinto Eduardo de Ontañón.

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