domingo, 3 de julio de 2011



¿Para qué explicar lo que uno

pueda creer o no respecto a la vida?


¿Sobre qué escribiré ahora —y, sobre todo, me pregunto, ¿para qué escribir?—, cuando acabo de cumplir 79 años y estoy muy lejos de llegar a entender el significado de la vida y lograr la clarividencia respecto a qué pintamos los seres vivos, especialmente los que, con cierta altisonancia, nos denominamos humanos?

Bueno, a una conclusión sí he llegado, una de carácter un tanto sobrecogedor: Si todo esto es solo un vacío, si la observación de nuestro comportamiento se basa sólo en unas reglas inventadas, si carecemos de ese futuro eterno y dichoso con el que tanto se nos martiriza, y la importancia de nuestra presencia en el cosmos es insignificante, o se trata de una falacia provocada por ilusiones infantiles aliñadas con ambiciones personales de progreso y perpetuidad, ¿por qué tenemos que buscar explicaciones? ¿Por qué tenemos que hablar de un significado si no lo tiene?

Echándole imaginación e intentando desoír las insistentes indecisiones de nuestra función racional —la cual, por un lado, nos invita a mirar la vida como un espejismo casual, o sea, un cúmulo de casualidades reunidas, y, por otro, nos incita a desarrollar ideas con testimonios fundacionales—, podríamos definirnos recurriendo a una serie de pistas desordenadas y confusas, y algunas excéntricas; o elucubrar agarrándonos a diversos signos filosóficos que no desprecian lo imaginativo, o recurriendo a basarnos en unos métodos más sediciosos sobre cómo se puede vivir una vida plena y aprovechable sin entrar en abstracciones bíblicas ni declinaciones verbales, aunque ello nos exija encontrar al menos un fundamento, un signo que justifique y ampare nuestra existencia, aunque solo sea explicado de una forma somera.

Pero —al menos yo—, cuando profundizo en el asunto, es decir, cuando asomo mi nariz más allá de lo convencional, solo encuentro una respuesta de silencio. Sí, de un silencio algo ruidoso…

Y es precisamente ahí donde residen las «deficiencias», lo inexplicable de la vida. ¿Por qué hemos sido creados y dotados de un pensamiento cuando nos enfrentamos a tantos límites deductivos?

Pero, lo acepto: la vida pudiera haber sido construida así, como la vemos, no como nos dicen que es las diversas corrientes religiosas y filosóficas. La estamos viviendo con una morfología un tanto confusa y deshilvanada, con el fin de que los mortales evolucionemos y salgamos adelante por nosotros mismos, sin necesidad de analizar lo que hacemos ni por qué. ¡Ah! y sin saber un ápice sobre el futuro que nos aguarda. Al no estar conscientes de nada, nos decimos a nosotros mismos: «Aprovéchalo que son dos días…», y nos impulsamos nosotros e impulsamos a nuestro vecino…

Mas, veámoslo desde otro ángulo: si en mi cabeza fluyen los recuerdos —y que son ellos los que me sostienen—, tanto de los desaguisados que la vida me ha presentado, así como de esos momentos felices que he vivido (cuyo noventa por ciento ocurre junto a mi Angelines…, o sea, el hecho de que juntos hayamos traído seis hijos al mundo, y que juntos hayamos fraguado cómo debía desarrollarse nuestra historia, y cuál debía de ser nuestro camino y nuestra filosofía de la vida, y donde lo más importante no lo basamos en la producción de riqueza, sino en el hecho de vivir intensamente, de sentir, de disfrutar) y si nos unimos a pesar de tanto inconveniente que nos salió al paso, y elaboramos una vida absolutamente propia, ¿no se ve una mano inteligente detrás de todo? ¿No se siente como si, instintivamente, estuviésemos cumpliendo una ordenanza que viene del «más allá»? Y es que el pensamiento es así: una parte de él se inclina a considerar que la vida se desarrolla sobre manipulaciones escondidas, es decir, sobre un plan establecido. De todos modos, yo diría para poder concluir esta historia, que mi trecho de vida, el que me concierne a mí, está a punto de concluir y por esa razón cada día siento menos deseos de expresar mis pensamientos (que consisten mayormente en dudas) a los demás.

Además, últimamente no siento como si viviera, sino como si me viven. Incluso, hay momentos que no parezco ser yo…

A pesar de todo, de vez en cuando, aunque ocurra con unas pausas cada vez más prolongadas, continuaré con el blog aunque solo sea para asegurar que el queso suele salir de la leche de la vaca…

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