Recuerdo del pasado en tiempo de futuro
Súbitamente aparece ante mis ojos una fotografía enternecedora: en ella me veo dando la comida a Adita, la primera de mis hijas (para aquel momento, porque luego vendrían cinco más). Estamos en la ciudad de México, y es en los primeros años de habernos casado mi mujer y yo. O sea, se trata de la maravillosa época donde todo es primero: primeros años de casado; primera hija; primeros años en México; primeros enfoques de la vida; primeros propósitos; primeras ilusiones… Y toda la vida por delante para realizar grandes proezas. Y yo me pregunto, ¿qué diferencias puede haber de entonces acá? ¿Se trata de la misma persona ese que intenta dar la comida a la nena y el que está escribiendo este artículo? Es decir, y aclaremos la intención del escrito: ¿quién era yo entonces y quien soy ahora? Y la interrogación más dramática: ¿cuantos de aquellos sueños se cumplieron y cuántos se quedaron en el camino? O esta otra que viene siendo la de los 100 millones: ¿así es la vida y no hay que darle más vueltas? ¿A una época de hacer planes le sigue otra donde todo se va abandonando por sí solo?
Yo veo a mis hijos que pasan por las mismas fases que pasé yo: grandes propósitos, excelsas ideas, incontenible excitación… Claro, y yo de ninguna manera se lo discuto ni trato de aclararles que al final de todo solo se encuentran decepciones, porque es probable que este sea el verdadero sentido de la vida: nacer, ser ayudado por tus padres a crecer (bueno, hay excepciones, porque a mí no me ayudó nadie —claro, nací en tiempos de guerra: primero la de España y después la segunda guerra mundial, donde solo había escasez de recursos, mi padre huido al exilio, y el mundo carente de promesas. Y en ese estado, ¿quien hubiera tenido tiempo de ocuparse de mí?), cultivarte, estimular los conocimientos, dedicar tus afanes a desarrollar un trabajo, hacer propósitos pensando en el mañana, casarte, tener hijos, hacer lo posible por sacarlos adelante… Es decir, el todo es «un vuelta a empezar» permanente. Así una generación tras otra. Luego, cuando te haces mayor y ves que estos propósitos esenciales se han logrado, estiras tus brazos por encima de tu cabeza, bostezas, y te dedicas a sufrir tus penas en solitario… Y por más que adornes el sentido de la vida —aún considerando que te salen algunos estímulos al paso—, hasta la Naturaleza te va musitando: «Tú aquí ya estás de más, así que pírate».
O sea, que la vida viene siendo como ese refrán que dice: «Todo es como pan para hoy y hambre para mañana».
Claro, este diálogo se puede tachar como «diálogo de viudo», que es lo que soy. Tal vez si no lo fuera, si estuviera mi mujer aquí, pensaría de otra manera porque los enfoques serían distintos y la vida tendría otros alicientes…