sábado, 2 de febrero de 2019


Sí, estoy cada día más torpe o menos necesitado de manifestar mis cuitas. Bueno, en realidad podría olvidarme de las cosas de la vida y preocuparme más de mi personalidad. Estoy en esa fase del desengaño, de la frustración, del convencimiento de que la mayoría de las veces (o todas) la vida es un cruel desengaño. En la adolescencia y en los primeros pasos de la juventud es cuando uno se ilusiona, hace planes; la vida por delante parece una quimera interminable, algo lleno de promesas y posibilidades. Pero después, a partir de los 50 años, empiezas con la desconfianza y ésta cada vez se hace más firme 

lunes, 28 de agosto de 2017

Volviendo al martirio...


Cuando tomé la decisión de volver con mis blogs, pensaba que todo me volvería a ser fácil, o igual que antes. Pero me he llevado la sorpresa de que las cosas no son lo mismo. Antes, cuando vivía en Puerto Rico, todo lo que pensaba podía trasladarlo a la caligrafía y publicarlo, buscar alguna fotografía conforme con mi pensamiento y presentarlo todo en este blog llamado Confidencias de un extraño. Pero ahora ya veo que nada es igual. Serán los años (estoy en los 85) o la falta de interés, o la escasa motivación (sobre este asunto de la motivación hablaré en un futuro), o el instinto del fracaso, o el pensamiento de que la gente carga con sus problemas para que le vengan con otros nuevos... Aquí en Valencia, donde vivo ahora, suelo desayunar en mi terraza y mientras me tomo mi desayuno veo a la gente yendo y viniendo, sacando a sus perros, haciendo parte de las compras del día, todos sumidos en tus tristes pensamientos o fastidiados por tener que ir a trabajar (un trabajo que por lo general no les gusta) muy a pesar de sí mismos, con una cara de desesperación o de desencanto. ¿Es la vida así?, me pregunto, ¿tan desabrida y falta de encanto? Bueno, perdonen esta forme tan desabrida de recomenzar. Tal vez estoy un poco decaído... Quizá el próximo sea mejor pensado. 

viernes, 28 de julio de 2017

 Senderos de la vida

De cualquier manera yo, ahora, a mi edad (el 22 del mes pasado cumplí 85 años), busco una definición de la vida: una razón, un motivo, un concepto que justifique mi presencia y que me traiga la calma espiritual; pero, en los caminos de esa búsqueda, se niega mi mente a asimilar la idea de que nos debemos a un caos fortuito o casual: un hecho de ese genero no entra en mi mollera por más que venga refrendado por una legión de científicos. Con semejante teoría esos sabios negados solo demuestran no poseer imaginación ni sensibilidad, ni ser capaces de asimilar funciones ambiguas: ellos solo se atienen a lo demostrado por el camino de la ciencia. Es increíble que haya tantos seres que no se cuestionen la existencia, sobre todo entre gente preparada y de pensamiento elevado. Solamente entre los creyentes, o en las religiones, en los que creen en un dios omnipotente se disimula tal dilema. No obstante, con dios o sin él, existen muchas muestras no científicas en la vida en las que se puede contemplar que tras de ellas existe una intención clara de crear vida o de ser propicia al menos para pensarse, y las intenciones no se crean por casualidad. Me refiero a la reproducción de seres con el elevado número de complicadas funciones físicas y espirituales que se ponen en juego. Me refiero a la presencia de un planeta como el nuestro que permanece rodeado de una profusión de pedruscos sin vida y sin funciones específicas. Hace poco leía un libro científico donde se decía que vivimos de milagro: habitamos dentro de un conjunto espacial que se sostiene y da vida de una forma poco científica, amenazado por un sin fin de funciones físicas, como las grandes oleadas magnéticas y destructivas procedentes del sol (paradójicamente, porque, al mismo tiempo, el sol es el que nos da la vida…), o la lluvia de meteoritos, o los agujeros negros, o la ausencia de agua tan normal en otros cuerpos celestes, o la existencia inalterable de la gravedad que es la que nos sostiene y la que mueve el orbe, o el sentimiento constructivo y el rechazo de la maldad dentro de nuestros haberes morales. O el ingenio para producir vehículos, puentes, alimentos, o embelesarnos con la música y con el arte, funciones todas ellas dirigidas a la vida… Eso no se reproduce por los medios de la ciencia. 
¿Y entonces qué? Porque la idea de los creyentes (y no trato de echarla abajo, que conste. ¡Ojalá fuera yo uno de ellos!), de un Dios misericordioso, un Cristo hijo de Dios, que vino a la Tierra para «salvarnos» (¿salvarnos de qué?) y para transmitir «la verdad» aunque esa verdad les llegue solo a unos pocos elegidos es una idea absolutamente ingenua, infantil, falta de consistencia y solidez mental. ¿Habrá algo más incongruente que un Dios que nos vigila uno por uno durante la noche y el día y que nuestras actos los anota en una libreta con el fin de castigarnos? 
Hoy Dios se ha convertido en un medio de vida tanto para los que creen en él y tratan de difundirlo mediante puestos eclesiásticos y recibiendo grandes colaboraciones económicas de los acólitos, como para los que no creen pero que gracias a su actitud negativa se llenan los bolsillos mediante libros, cargos en universidades y manifestaciones públicas.

Lo mejor sería vigilar el comportamiento de uno y quedarse a la espera de ver en qué acaba todo: ¿con la muerte se termina todo o existe una extraña linea de prolongación? Ese es el dilema. En mi caso, vigilo mi comportamiento mientras de mi mente no se desprende el espíritu  mi esposa (muerta hace años). Dentro de mi corazón y de mi sentimiento (es una contradicción que no tiene cabida en mi forma de pensar) la siento a ella y siento que me alimenta espiritualmente. Solamente ella es quien me sugiere una esperanza y hace que mi función no decaiga. Y es curioso: ahora, después de que han pasado varios años, la voy descubriendo con mayor intensidad que cuando vivía junto a mí. A veces de tanto pensarla llego a sentirla, y me hace admitir (aunque sea a regañadientes) de que existe algo que late tras la vida regular. Con «su presencia» me obliga a sentir que está en alguna parte o que no se ha marchado del todo. Es muy, muy intensa la forma como se ha introducidos en mi… Mada Carreño, escritora y segunda esposa de mi padre, a la que me unió una buena amistad, cuando murió mi mujer me escribió una carta donde me decía:  «…me parece imposible que aquellos a quienes amamos desaparezcan para siempre; algún arreglo debe  haber por ahí  para que nos encontremos cuando pasemos al otro lado. Ni el amor ni el espíritu son cosas que puedan disolverse. Nada sabemos, pero es imposible  que esta inmensa lógica en que estamos envueltos no tenga sentido…»

jueves, 27 de julio de 2017

Como las rosas

Yo podría describirme a mí mismo diciendo que soy una especie de embaucador cerebral, o un exaltado, o un creador de historias. Claro, hay que entender que viviendo solo como yo vivo, en esta soledad que me encierro no tengo más remedio que arreglármelas para salir adelante pensando cosas estrambóticas o inasequibles. Por ejemplo, resucitando a los seres más queridos y entendiéndome con ellos. Como a mi difunta mujer, Angelina
Claro, ahora las cosas han cambiado: cuando yo era un adolescente todo estaba prohibido. Teníamos que vivir casi en la clandestinidad. A mi, que era un poco más libre de pensamiento, mis tías me trataban mal. Difundieron de mí que yo era un embustero; que no hacía caso a nadie. Que era casi un pervertido, irrespetuoso, poco piadoso… ¡Claro, cómo tenía que ser el hijo de un comunista!

viernes, 21 de octubre de 2016

Dios y Richard Dawkins
Bueno, aceptémoslo, es posible que Dios no exista… Que se trate de una burda mentira inventada por aquellos que deseaban dominar al mundo. El infierno, al paraíso, el premio, el castigo, la dicha, la desdicha no reflejan aplicaciones que vengan de nadie… ¿Y a dónde nos lleva todo esto? 
No recuerdo si el texto que antecede lo he escrito yo o lo leí en algún sitio y se quedó grabado en mi coco, pero mío o de otro, la suposición nos atañe a todos, a todos los mortales, porque tan inverosímil es que hayamos sido creados por un Dios como que seamos frutos del azar.  Y lo más duro es que no podamos hallar la respuesta. Esa situación de ignorancia es lo que más me inclina a pensar que por encima de nosotros existe alguien. ¿Que nos ocurriría si encontráramos con certeza que somos fruto de la casualidad? Que caeríamos en la ley del absurdo, en la incomprensión y el desacato, en la burla, en cumplir las leyes solo por miedo al castigo y no porque nos haya sido inculcada como base de nuestro comportamiento. Y si descubriéramos que somos el fruto de un ser que está por encima de nuestras cabezas, un creador, en este mundo donde vivimos se acabaría el progreso, esperaríamos la hora de nuestra muerte adoptando una actitud pasiva con la esperanza de llegar lo antes posible a ese otro mundo que sabemos superior a este.
Ahora, razonemos: la negación acérrima de Dios proviene principalmente de los científicos y yo de los científicos desconfío mucho, aunque para esta desconfianza me base en mi propio criterio y no en mis conocimientos académicos. Ahora mismo acabo de ver un programa dedicado a la ciencia, en un canal de televisión… Y me admiro: cuántas teorías, cuántos principios, cuantas elucubraciones sin base. Nadie habla apoyado por un conocimiento profundo, todo son elucubraciones, posibilidades, mitos, creencias falsas o pretenciosas. Y la única verdad es que no hemos sido puestos aquí con un folleto bajo el brazo donde se explique nuestra utilidad y nuestro manejo. ¿Qué hace un científico en esta época? Trabajar para quien le paga, claro, experimentar, hacer números y fórmulas que nadie entiendo y decir: esto es así porque lo digo yo.
De cualquier forma, a Dios, si existe, le ha de tener sin cuidado que creamos o no en él: ya la vida nos ha dado un sentido del bien y el mal y con eso es suficiente. Lo demás, que creamos o no creamos carece de importancia.

Contemplemos el caso de Richard Dawkins, una especie de fanático de la negación, y, digamos, esa actitud suya le ha producido mucho dinero. Dicho eso, ya no tenemos más que hablar: Richard Dawkins mantiene esa postura para ganar dinero. Yo tampoco creo, pero no lo discuto con nadie, no lo publico y no escribo libros porque prefieren respetar a aquellos que tienen otras creencias. Por otra parte, está muy claro de que RD es un hombre con poca o nada sensibilidad, con ninguna preocupación metafísica porque él va a lo suyo. Me pregunto: ¿Qué diferencia de conocimientos, de posesiones, de cultura hay entre Dawkins y la chica dominicana que viene a limpiar mi apartamento los jueves, y que es casi analfabeta? ¿Cómo a esa chica yo la voy a decir que Dios no existe cuando la idea de Dios y de otra vida le sirven de acicate para soportar esta? Pero, ¿cuál es el mundo de Richard Dawkins? ¿Cómo es su vida? ¿Admira la magnificencia del mundo? ¿Y a quién se lo agradece? ¿Ni por un momento se tambalean sus propósitos? Y es que él no piensa en otra posibilidad porque si pensara en otra el éxito de sus libros bajaría. ¿Es que carece de sensibilidad? Y cuando huele una flor, ¿qué siente? ¿Que relación hay entre esa flor y el Bing-Bang? ¿Ha sido la casualidad la que ha puesto ahí a la flor? No, no, no des tu brazo a torcer pienses lo que pienses o veas lo que veas mantente firme porque si te tambaleas, si se te debilitas tus acciones bajarían el precio…

jueves, 20 de octubre de 2016

Mir recuerdos cuando niño 
El recuerdo que guardo de mí cuando soy un niño se refiere principalmente a que no tengo claro quién soy, ni quién puedo ser, ni cuáles son mis inclinaciones. Me limito a vivir y hacer lo que puedo por resultar simpático y agradar a las personas que me festejan y se ríen conmigo. Puede que haya un momento en el que advierto que formo parte del mundo, que vivo en él, pero en mi concepto se va imponiendo con firmeza que, si bien todo es digno de admiración, también deben  mirarse las cosas, los hechos y las personas con cierto recelo. 
Observo, eso sí, todo a mi alrededor un tanto fascinado, pero sin abandonar la impresión de que la vida que contemplo pertenece a otros, no a mí. Aún así, hay veces que pongo todo mi empeño en aferrarme a ella, en mirarla con sonriente e ingenua ilusión (pero no con una ilusión plena), en infundirme esperanzas asido a un futuro que solo se me presenta en migajas y donde sus promesas no son fijas ni certeras… Por esa razón nunca lo hago con pleno convencimiento o con una ilusión exenta de reservas. Son incontables los inconvenientes que me salen al paso, los cuales van anidando en mi subconsciente y me imponen, quieras o no, su cruda realidad. Las citaré por orden según me van llegando: la ruina que representa nuestro traslado a Madrid cuando apenas tengo tres años; el inicio y permanencia de la guerra civil española con todas sus imposiciones: el hambre permanente, la amenaza sobre nuestras cabezas, los bombardeos del bando contrario que nos obligan a salir corriendo para el refugio o a la estación del metro más próxima, la deserción de mi padre (huyó a México con su secretaria y nos dejó a mi madre y a mis dos hermanas y a mí empantanados), las imposiciones de mis tías y mis abuelos maternos (lo que significaría misas, novenas, comuniones, penitencias, pórtate bien que Dios te está mirando, Purgatorios, Infiernos a todo pasto), los días de colegio interno en un caserón de Burgos cuyo recuerdo aún me hiela la sangre, las enfermedades, la soledad que significó el desmembramiento de la familia, la falta de estabilidad impuesta por los cambios constantes, la sensación de ser un hijo poco amado y escasamente deseado, la dependencia que anula cualquier opinión que provenga de mí, el continuo estado «sufridor» de mi madre y sus empleos precarios que nos obligan a vivir en una especie de «miseria decorosa»… Es decir, puro maltrato emocional y físico hasta cumplidos los 14 años. ¡Ah! Y dentro de esta clima, cero escuelas, lo que significa cero universidad… A partir de ahí, mi primer trabajo (de mensajero repartidor de cartas y paquetes por todo Madrid montado en una bicicleta), y el regreso de mi padre, lo que significa el hundimiento definitivo de mi persona. 
Ya tengo 17 años y emprendo el intento fallido de ser marino mercante, lo que, debido a las imposibilidades «académicas» que representa, me conduce a un servicio militar en la marina plagado de contratiempos y accidentes (me costó lo indecible aceptar una vida consistente en obediencia ciega e indiscutibles y burdas órdenes militares). 
Después, el regreso a casa sin oficio, sin ideas, sin ambiciones, sin amor y pelado al cero (lo cual entonces era un signo vergonzante).
Ahí fue cuando conocí a Angelina.

miércoles, 19 de octubre de 2016