martes, 4 de octubre de 2016


Una evolución con significado…
¿Es la muerte un hecho físico y definitivo, o sea, terminal, sin prolongación alguna? Me estoy preguntando que si la muerte es el final-final y, en realidad, no se dispone de un más allá trascendente… ¿O es un principio, un modo de producir el nacimiento de los espíritus que serían algo así como las hormonas o las células que sostienen al Universo? La verdad es que no sé si ahora, a mi edad avanzada, me dedico a buscar razones que me consuelen y atenúen un tanto lo terrible de esa idea de la exterminación definitiva, tratando de que la muerta se convierta en algo más llevadero, menos truculento, más de signo metafísico. El otro día, en contra de mis razones, me dio por pensar que pudiera ser que la vida, el universo, necesitara a los seres humanos para que éstos fueran las estructuras básicas requeridas para producir espíritus, que, a su vez, vendrían a ser lo verdaderamente valioso, el prototipo, algo así como el combustible necesario para que la vida, el cosmos, funcione. Y, en ese caso, para que nazca un espíritu sería necesario partir de estructuras físicas, de un cuerpo con los elementos para producir esas estructuras requeridas… Esa sería la razón de nuestra existencia en la Tierra y en otros planetas habitados… Es decir, nosotros seríamos algo así como los productores de los espíritus. Después de pensar semejante cosa, me quedé muy tranquilo, con una cara beatífica, diciéndome a mi mismo: «¡Acabo de aclarar el misterio!». Pero, claro, esto no pasa de ser un subterfugio, una forma de engañarme a mí mismo, de darme una esperanza que me alivie de la angustia de un final definitivo, sin remisión, como supongo que ha de ser la muerte. Claro, que si se piensa bien, una estructura como la nuestra, entrañada en una composición biológica, mezclado con potingues químicos y piezas hormonales, con estructuras físicas y funcionales, si lo vemos fríamente, desposeídos de mitos y desechando la imaginación calenturienta, no encontramos una explicación y nos enajenamos al pensar que no respondemos a una necesidad determinada. Si la presencia de unos seres humanos, con cerebro, con facultad de hablar y de apreciar las estructuras físicas y adaptar la vida a sus modos, no pueden carecer de un fin ni poner en duda las razones de la creación, sean cuales sean. Los animales actúan por instinto: saben lo que tienen que hacer sin necesidad de detenerse a pensar (al menos eso creo), mientras que el ser humano, con su facultad de decidir las cosas, de caminar de un lado para el otro, de sentir placer por la música y por el arte, de valerse de unas manos combinadas con el pensamiento y con la facultad de hacer diferentes cosas, además de poseer unos sentimientos y recabar unas exigencias de la vida (lo que influye en la evolución), con su habilidad para leer e inventar y desear cosas mejores, si no tienen ningún significado, que me devuelvan a la fabrica y sustituyan mi cerebro por un corcho… Pero algo, además de traer seres al mundo, tenemos que significar. Y conste: la idea de la muerte no une asusta. Lo que me asusta y me decepciona es la inutilidad.

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