lunes, 7 de marzo de 2016

Declaración de principios
Recapacitemos: ¿Dónde está la barrera o el repertorio de faltas que interrumpen nuestro convenimiento? Me hago esta pregunta porque no deseo que así, de buenas a primeras, tenga que botar nuestra amistad por la borda, o deshacerla, o hacerme el distraído y fingir que nunca hubiera existido. Debes tener en cuenta que si nuestros orígenes no están muy parejos ni proceden del mismo campo, sí concuerda nuestro nivel de inteligencia, el respectivo, y nuestro grado de sensibilidad. Ambos, en general, sintonizamos en la misma onda. No, no, cuanto más lo pienso, más me niego a cortar nuestra amistad, porque se trata de una amistad que es más fuerte por el lado sólido que por el débil a pesar de que se pueda conceptuar como una amistad un tanto sui generis. Y, por favor, no consideres mi apego a ti como un asunto de intereses materiales, porque es más bien de corte moral o espiritual. Tú en mí, en mi vida, en el corto tiempo que nos tratamos, tuviste cierta influencia, y ahora no puedes decirme «si te he visto no me acuerdo»… Si soy escritor es gracias a ti, puesto que los estímulos más significativos me llegaron de tu parte. Y no estoy en condiciones de medirnos ahora con frivolidad, con una fuerza pasiva y decirme alegremente: «Bien, pues a rey muerto rey puesto». ¿Puede haber algo en mis actuaciones o en mis dichos que te hayan herido? ¡Pues, te lo aseguro, no ha sido intencional! Yo siempre creí que hablaba para gente inteligente. Tal vez en alguna de mis expresiones respecto a la cultura no estas de acuerdo, o mi desprecio hacia el «chantaje» de la ciencia… Y te confieso esto cuando es probable que no nos veamos jamás pues de aquí en Puerto Rico obtengo la movilidad espiritual que necesito para vivir y para escribir, apartado de esa España ingrata, revuelta, estúpida, cerril e insensata que no me atrae en absoluto. Pero quiero tener la conciencias tranquila: cuando un amigo es un amigo, y lo es de verdad, las actitudes no se miden frívolamente, sino con cierto respeto.
Hemos aceptar ambos que, en muchos renglones de nuestra historia respectiva, seamos diametralmente opuestos. Tú eres más clásico, más respetuoso de lo simbólico, más afectuoso con la engañosa propaganda, con el mito que cubre las auténticas verdades; eres más admirador de ti y tiendes a disculpar tus propios errores. Yo soy más severo, más exigente; soy un tanto «iconoclasta», un ser que no acepta los falsos valores, los engaños de la propaganda ni las imágenes engañosas. Soy irrespetuoso con lo convencional, pero eso no quita que nos admiremos  y que podamos encontrar nuestro entendimiento en los extremos de la soga y de nuestra disquisición.
No puedes dejar de reconocer que en los vaivenes de la ciencia existen muchos intereses ocultos. Casi los mismos que en los de la política o, inclusive, en los de la filosofía. 
Tú y Mada Carreño (¿la recuerdas? Fue la segunda esposa de mi padre), además de mi mujer, son las personas que han tenido la mayor trascendencia en mi vida… Te lo confieso.

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