viernes, 15 de marzo de 2013
Caer en el vacío
Hoy me encuentro vacío, o abrumado por las dudas, o con mis elucubraciones torcidas, o con mi razonamiento seco y desentonado, o con mi inteligencia desconcertada y obtusa, y, por si fuera poco, indomable, sensiblemente fría, sin principios ni postulados. No sé. De repente, al levantarme de la cama hoy y mirar tu fotografía, ha ocupado mi cabeza un pensamiento fugaz pero tenebroso, feroz, cortante, destructivo, y he sentido que mis encantadoras fórmulas para la vida me abandonaban, y se desbarataban mis conformaciones cerebrales, y quedaba reducido a lo más ínfimo, como una molécula inerte, sin valor no solo físico, sino espiritual, solo numérico, o con ese anonimato que te da la pertenencia colectiva. He mirado al horizonte y he pensado: «Ella no está. No me espera. No está en ninguna parte. No puede estar; es absurdo, carece de toda lógica». Ha sido como un flash, un fogonazo, una bofetada en el alma. Ella no está…, me digo apesadumbrado. En realidad, si lo vemos bien, no estamos nadie, ni tú, ni yo, ni los otros. Todos somos como una especie de célula múltiple, un cromosoma, un gene de pertenencia, totalmente ignorados, confusos, infinitamente pasajeros, anónimos, de bulto. Tenemos una ilusión infiltrada para que nos figuremos algo, para que creamos que realizamos proezas mientras fabricamos seres (que es lo que se espera de nosotros). Somos como ese aditivo que se añade a la gasolina para que su fuerza propulsora sea mayor, pero no salimos de ser un corpúsculo polimorfo, desnutrido, infinitamente nulo en cuanto a lo que significa la perpetuidad. Y, además, sin ningún relieve universal.
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