martes, 15 de enero de 2013



Estás y no estás
Hola, cariño. Ayer por la tarde te decía que, a veces, desapareces de mi lado o soy yo quien, sin que sepa la razón, hay momentos que se me dificulta localizarte. Será que mi grado de sensibilidad desciende o que las antenas de mi intelecto se apagan. El caso que es en estos momentos de silencio cuando caigo en una especie de sopor intelectual, en una desagradable inapetencia espiritual, y mi pensamiento se anquilosa, se endurece, pierde flexibilidad. (Como verás, ahora dependo mucho más de ti que antes, cuando estabas a mi lado.) ¡Pero, qué difícil se me hace entenderlo, penetrar en el misterio de la vida…! Por una parte, pensar que después de muerto te mantienes ahí (lo mismo si es por requerimientos de la Naturaleza, o por imperativos del sistema universal, o porque un supuesto e inexplicable Dios tiene sus leyes, o por una rapto de amor de no sé quien, o porque somos una reproducción virtual y no podemos transgredirla, o por quien sea o por lo que sea), te veas convertido en un espíritu, o en una luz (como creen los budistas), o en un ente indefinible, o en un espíritu incorpóreo. Y todo ello me resulta poco convincente; parece un sueño infantil, o el rapto de una mente descabalada, o una historia de ciencia ficción, o el sueño de una mente que se siente desolada y necesitada de apoyos morales y de apuntalamientos psicológicos. Pero, por otro, aceptar fríamente que todo acaba con la muerte, que no hay otra opción, es un tanto frívolo y atrevido, es especialmente inexplicable. Diría que esta versión sólo se puede concebir si se sostiene con un talante de audacia, de prepotencia intelectual, dado que, igual que la otra teoría de perpetuidad, carece de sentido, es algo que no tiene lógica ni explicación. El hecho de que unos seres como nosotros, tan sofisticados y enmarañados, tan complejos, tanto física como emocionalmente, estemos aquí y no haya una constatación de nuestra presencia, o que, aparentemente, no seamos útiles para nada, me parece tan inexplicable como la versión de nosotros que hace la Biblia… Aparte de estas elucubraciones intelectuales, yo cuento con la garantía de que te siento en mi corazón, que te siento presente en mi sensación de vida. Hay ocasiones que noto tu presencia de una forma tan palpable, tan tangible, que solo me falta verte. Es por lo que nunca podría acatar la decisión de prescindir de ti, de sacarte de mi pensamiento y alejarte de mi vida. Acepto que puede deberse a las complicaciones de mi mente, o a esta sensibilidad impertinente con la que me ha dotado la Naturaleza, o debido a la composición de mis genes, o a mi constitución psicológica, pero me es imposible desecharte a pesar de que mis razonamientos científicos me lo exijan. Y ya, de por sí, esa misma exigencia mental, esa conjunción espiritual, ese intelecto ávido con el que hemos sido dotados, tanto si estamos en lo cierto como si vivimos en el engaño, es un gran misterio, un enigma. Igual que esa impenetrable barrera sobre el límite del conocimiento, o los estancamientos de la Filosofía, o la composición física y mental de nuestro ser, o la finalidad de nuestro destino, pero ese grito estentóreo que nos llega sin que sepamos de dónde nos viene, ese «de aquí no pasas» que nos vocifera constantemente la Naturaleza, representa —para el que lo desafía— un complicado laberinto del cual es muy difícil salir indemne, o mantenerse cuerdo.

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