jueves, 11 de agosto de 2011



Los «(des)arreglos» de la vida


Hay algunas «funciones» en la composición de la vida, o sea, en determinados campos estructurales y procesales de ella, donde parece quedar demostrado que existe una «fuerza» regidora o administradora de nuestro desarrollo espiritual, de nuestros comportamientos y de nuestras normas de reproducción. Sin ir más lejos, podemos reparar en el hecho supremo, creativo e impresionante del nacimiento, de llegar los seres a este mundo después de haber pasado por una serie de acontecimientos biológicos y químicos, combinados con la acción de creación gracias a un rapto de frenesí que puede provenir, incluso, de una acción irreflexiva pero hacia la que nos empuja insistentemente la Naturaleza (¿Ves, cariño, no soy yo: es la Naturaleza…!). ¿Y qué decir de la regulación de los individuos debida a la muerte…? Morir no es un acto biológico o pasajero, desde luego, sino regulador, además de estar colmado de representaciones profundas. También hemos de mencionar el celo de las hembras, tan relacionado con el deseo sexual (aunque, más poéticamente, este hecho podría entenderse como un «impositivo acto de amor temporal», del cual depende la proliferación de los seres humanos). ¿Y nuestra facultad de captar tanto lo bello como lo feo, que influye radicalmente en los sentimientos y nos convierte en seres con un talante mejor o peor hacia la vida? O la ternura despertada por los niños así como el cuidado amoroso que se les dedica mientras no pueden valerse por sí mismos o se encuentran en etapas de aprendizaje. Disponemos de la sonrisa como un atenuante de los malos sentimientos, y su influjo en la vida armoniosa; o el día y la noche, o la vegetación con su triple utilidad: nutritiva; ayudarnos a vivir mediante sus funciones químicas y biológicas, y hacernos disfrutar de su aroma y de su belleza. Sin olvidar nuestro deseo de mejorar, o la facultad de hablar y comunicarnos, y el entendimiento, y la creación musical y el arte, y la conciencia, y el llanto y la creatividad… Y existen muchas, muchísimas más facetas que forman parte de las herramientas que son clave de la vida… Funciones que con el paso del tiempo han sobrevivido, por ser necesarias y, sobre todo, útiles, porque, ¿qué sería de nosotros si no pudiéramos pensar (bueno, hay muchos que esto de pensar no va con ellos…), o si no fuésemos aptos para apreciar la música y para crearla, o que careciésemos de la posibilidad de expresar nuestros sentimientos y nuestra opinión?

Luego, a las funciones naturales, se han ido sobreponiendo otras creadas por el ser humano como actitudes necesarias para el desarrollo artificial de la vida que nos hemos ido imponiendo. Me refiero a las diversidades ideológicas —a veces irreconciliables—, a la ambición, al horror de matar, al robo, al uso de drogas, a la enemistad tantas veces provocada por la envidia…

Cuando yo era niño —es decir, cuando era ese joven sabihondo que fui y que nunca dejaba de hurgar en los temas más enrevesados (aunque no me estaba permitido expresar ninguna duda o proponer una modificación acerca de Dios, de ese Dios antropomorfo propuesto por la Biblia, tan reconstruido a base de adoptar como modelo a uno de tantos reyes de la Edad Media), cuando pensaba en la creación del mundo, veía a Dios (entonces creía en él ciegamente) a un ser colmado de poesía… ¿No se requieren grandes dotes de poeta para crear una flor, un ciervo, un árbol, una estrella, una montaña, un río…?

Otras veces achacaba la creación del mundo al hijo pequeño de una familia perteneciente a una raza muy superior a la nuestra, una familia de otro mundo muy por encima del de nosotros, un mundo inconmensurable con unos seres muy superados, que serían capaces de dominar la materia, de crear vida, de viajar mediante la descomposición molecular, de crear acciones materiales solo con la aplicación de la mente, de poseer un conocimiento exacto de la razón de la vida y acerca de cuál es nuestro verdadero destino. Bien, pues dentro de esa familia perteneciente a una raza superdotada, cierto día, el hijo más pequeño, antes de que su papá se fuera de viaje, le pide que si puede, para entretenerse, jugar a crear un mundo. Ante tal petición, el papá se le queda mirando pensativo. Duda de si el niño ya estará suficiente maduro para responsabilizarse de algunas cosas, como la creación de elementos con vida. Y se dice: «Bueno, el nene ya va estando mayor. Le autorizaré y si veo que su creación no responde a las normas establecidas, las destruiré». Entonces le dice: «Está bien, pero trata de ser responsable. Esas cosas no son muy apropiadas para jugar…» Después se sube a su nave que desarrolla una velocidad mil millones de veces superior a la de la luz, y se va a una reunión en la Galaxia X-0328zh300. Mientras, el niño se encierra en su cuarto-laboratorio, mira en su archivo y elige una bola que parece tener ciertas condiciones para el experimento; agarra después varias moléculas, se las inyecta a unas células que tiene reservadas en la nevera, les adiciona unos átomos desarrolladores, y comienza la diversión creadora: comienzan a surgir caballos, pero también camellos jorobados. Y en ello está aún (en ese mundo el tiempo es otro, diferente del de aquí). El papá aún no ha regresado de la reunión en la Galaxia X-0328zh300. Cuando regrese tal vez apruebe la creación del niño (aún pasando por alto algunos defectos). Pero tal vez no lo encuentre apropiado y entonces decida destruirlo todo y esperar a que el niño sea más maduro…

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