domingo, 21 de agosto de 2011



La imaginación todo lo puede


Para mí, para mi vida, ella, o sea la presencia de mi mujer, Angelines, en mí, aún después de muerta, se ha convertido en una cuestión primordial. O, mejor diré «esencial» para expresar mejor la necesidad que tengo de su apoyo. Pero es triste que lo esté descubriendo ahora, cuando ya no está entre nosotros, y cuando es imposible manifestárselo en persona.

Claro, debo advertir que yo no había tenido nunca tanta comunicación con nadie, ni soñaba tenerla cuando nos casamos; esa sublime sensación de pertenencia, de ser amado, de ser necesitado por alguien, de convertirme en objeto de su mirada —siempre tranquila y afable.

Y creo que esa es la esencia de la vida, lo verdaderamente fundamental de ella… Comunicarse, entenderse con otra persona.

En nuestro caso, fueron cuarenta y cinco años abriéndonos el corazón, relatándonos cómo somos, lo que sentimos cuando nos miramos, lo que ambos esperamos de la vida, y cuanto nos deseamos sin referirnos con esto a implicaciones sexuales, o no considerar a éstas como parte esencial de la vida. En realidad, es mucho tiempo sintiendo su ternura, su preocupación por mí, su dedicación a mí… Vivimos juntos el tiempo suficiente para reconocernos con una mirada, con una sonrisa, o con un simple gesto. Y es curioso cómo se acostumbra uno a convivir con la otra, a encontrarse con ella y en ella, a abrazarse, a identificarse, a sentirse amado, y a dar amor sin condiciones.

Por esa razón he tenido que inventarla de nuevo, resucitarla, usar los medios que me ha regalado la Naturaleza para continuar teniéndola como base de mi vida. Y volver a percibir su mirada generosa y amable y su sonrisa triste… Igual que lo hacía cuando estaba a mi lado.

En verdad, ignoro si está en alguna parte y si se sigue sonriendo con mis gracias. No lo sé ni quiero saberlo, porque eso es solo cuestión de instinto, de percibirla maquinalmente sin recurrir a explicaciones científicas. Si presto mucha atención a la frialdad de mi razonamiento, soy capaz de «quedarme viudo para siempre», en un vacío abismal, sin representaciones imaginativas. Y, ¿entonces, qué sería de mí? Viéndolo bien, estas son las facultades entregadas por la vida… ¿Por qué renunciar a ellas si me ayudan a vivir?

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