Por fin, la novela
Después de vivir toda mi vida entre libros, por razones que tienen mucho que ver con esa circunstancia (cuando nací mi padre era dueño de una librería en Burgos, mi abuelo paterno era escritor y dirigía El Papa Moscas, y mi progenitor también escribió diez o doce libros, y al crecer, tal vez debido a esa cercanía libresca y a mi familiaridad con esta actividad, trabajé en el campo editorial —como corrector de pruebas, como jefe de producción, como gerente y hasta como director— durante más de 40 años), ahora, en las postrimerías de mi vida, cuando soy viudo y jubilado, me decidí a escribir una novela… Y en ello estoy dedicándole toda mi pasión y mi tiempo. No me lo tomo ni mucho menos con frivolidad dado que estoy muy impuesto en las corrientes literarias y no ignoro que una novela tiene que tener un significado, un mensaje, una proposición o varias, una calidad de entretenimiento hacia el lector, una o muchas afinidades, un repertorio de sentimientos, tiene que atender el significado de la pasión y una o varias interpretaciones de la vida. Yo, en esta novela, expongo algunos detalles del extraño mundo de mi infancia, de las muchas cuestiones que me he planteado ahora, de mayor, de la infidelidad, de la pasión, de los sentimientos, de la relación hombre mujer, de la etapa de Franco en España y de tanto lo grotesco como lo furtivo que resultaba el amor en aquella época, de la lucha por abrirse paso en la vida cuando no se ha partido de una propuesta valiosa. Ahora me veo a mí mismo y lo deploro. Hasta que me hice novio de Angelina, fui un trapajo, un papel arrugado votado al suelo, un niño desplazado, un «nosequién», un tipo sin importancia, sin voz, ni pensamiento, sin lograr atraer hacia mí la consideración de los mayores. En realidad, fue ella la que me sacó del anonimato, del «autismo» doméstico… Hablo también de las creencias que tuve que sufrir llevadas hacia ciertos extremos exagerados por las que yo denominaba «las beatas» (mis tías), y hablo de la emancipación, de la vida propia. Además, debo confesar que, en el elemento inspirativo, me veo muy atendido por mi difunta mujer a la que trato de dar explicaciones de mis actos, de mis traiciones, de nuestro amor singular y único. Claro, hay veces que me entran unos reparos, una falta de motivación, un sentimiento de que lo que estoy haciendo no es lo más valioso de mi vida, que no tiene razón de ser. Pero, cada vez que padezco estas crisis, de forma inmediata siento la intervención de ella. El impulso que Angie me da. El mensaje que ella me envía diciéndome «No puedes renunciar ahora a lo que ha sido la mayor ilusión de tu vida…». Así que escribo, escribo y escribo, releo, corrijo, pienso en mi novela cuando estoy paseando por ahí o, mientras duermo (a veces me despierto y si se me ocurren cosas, me levanto de la cama y la anoto). Hay veces que me sonrío ante el asombro de que yo sea capaz de escribir semejante cosa, o me echo a llorar ante la duda del sentido de lo que estoy haciendo. Puede que cuando salga la novela me lleven a la hoguera donde queman a los malos escritores…