miércoles, 23 de diciembre de 2015



Por fin, la novela 
Después de vivir toda mi vida entre libros, por razones que tienen mucho que ver con esa circunstancia (cuando nací mi padre era dueño de una librería en Burgos, mi abuelo paterno era escritor y dirigía El Papa Moscas, y mi progenitor también escribió diez o doce libros, y al crecer, tal vez debido  a esa cercanía libresca y a mi familiaridad con esta actividad, trabajé en el campo editorial —como corrector de pruebas, como jefe de producción, como gerente y hasta como director— durante más de 40 años), ahora, en las postrimerías de mi vida, cuando soy viudo y jubilado, me decidí a escribir una novela… Y en ello estoy dedicándole toda mi pasión y mi tiempo. No me lo tomo ni mucho menos con frivolidad dado que estoy muy impuesto en las corrientes literarias y no ignoro que una novela tiene que tener un significado, un mensaje, una proposición o varias, una calidad de entretenimiento hacia el lector, una o muchas afinidades, un repertorio de sentimientos, tiene que atender el significado de la pasión y una o varias interpretaciones de la vida. Yo, en esta novela, expongo algunos detalles del extraño mundo de mi infancia, de  las muchas cuestiones que me he planteado ahora, de mayor, de la infidelidad, de la pasión, de los sentimientos, de la relación hombre mujer, de la etapa de Franco en España y de tanto lo grotesco como lo furtivo que resultaba el amor en aquella época, de la lucha por abrirse paso en la vida cuando no se ha partido de una propuesta valiosa. Ahora me veo a mí mismo y lo deploro. Hasta que me hice novio de Angelina, fui un trapajo, un papel arrugado votado al suelo, un niño desplazado, un «nosequién», un tipo sin importancia, sin voz, ni pensamiento, sin lograr atraer hacia mí la consideración de los mayores. En realidad, fue ella la que me sacó del anonimato, del «autismo» doméstico… Hablo también de las creencias que tuve que sufrir llevadas hacia ciertos extremos exagerados por las que yo denominaba «las beatas» (mis tías), y hablo de la emancipación, de la vida propia. Además, debo confesar que, en el elemento inspirativo, me veo muy atendido por mi difunta mujer a la que trato de dar explicaciones de mis actos, de mis traiciones, de nuestro amor singular y único. Claro, hay veces que me entran unos reparos, una falta de motivación, un sentimiento de que lo que estoy haciendo no es lo más valioso de mi vida, que no tiene razón de ser. Pero, cada vez que padezco estas crisis, de forma inmediata siento la intervención de ella. El impulso que Angie me da. El mensaje que ella me envía diciéndome «No puedes renunciar ahora a lo que ha sido la mayor ilusión de tu vida…». Así que escribo, escribo y escribo, releo, corrijo, pienso en mi novela cuando estoy paseando por ahí o, mientras duermo (a veces me despierto y si se me ocurren cosas, me levanto de la cama y la anoto). Hay veces que me sonrío ante el asombro de que yo sea capaz de escribir semejante cosa, o me echo a llorar ante la duda del sentido de lo que estoy haciendo. Puede que cuando salga la novela me lleven a la hoguera donde queman a los malos escritores…

lunes, 14 de diciembre de 2015


El mundo mío
Sí, el mundo existe para mí porque mis sensores visuales así lo captan, aunque abarque solo una ínfima parte de él. Pero, para algo dispongo de las figuraciones extrañas que detecta mi cerebro, y también están mis conocimientos, mi imaginación, que me traen una representación inmensa, descomunal, fantástica, irreal, loca de la estructura de la vida. No puedo evitar pensar que todo esto que se me manifiesta ante mi persona lo hace como parte de mí, para que yo lo contemple, para que lo use, para que lo experimente, lo disfrute y construya mi propio mundo. Durante la trayectoria de mi vida, todas las piezas, los elementos mostrados (personas, plantas, animales, cielo, montañas, mar, imposiciones domésticas, gente, palabras) giran en torno a mí, y me producen una amalgama de sentimientos, de felicidades, de sensaciones y, a veces, de desdichas, y, sobre todo, de ilusiones y deseos de progresar; ellos, mis sensores cerebrales, contribuyeron a elaborar mis principios, mis conceptos y me inculcaron los albures, lo que creo que significa realidad, las fantasías, las pasiones, los desengaños y las líneas de conducta. Por mi parte, espero haber hecho lo posible por contribuir a la felicidad de los que me rodean, de mi difunta mujer, de mis hijos, de todos aquellos que tienen relación conmigo… Pero pienso que si yo no viera todo esta amalgama de cosas, si yo no lo disfrutara, si no tuviera la capacidad y la sensibilidad para sentirlo y amarlo, es decir, si yo no estuviera aquí presente, si mis ojos carecieran de funcionalidad visual; si de mi boca no salieran palabras que provocaran acciones y pensamientos; si en mi corazón no se formaran los deseos delirantes, extraños o reales, si yo no me hubiese encontrado con la persona que me embelesó, la misma que hizo palpitar mi corazón y me hizo feliz, no hubiera sentido el amor como lo he sentido y ambos en colaboración no hubiéramos fabricado a nuestros hijos —lo cual nos produjo sensación de vida—, ni tendría idea de lo que significa la función creadora, ni tan siquiera tendría el deseo de experimentarlo; si no estuviera en condiciones de pronunciar el vocablo simple en primerísima persona del «yo» (yo esto; yo aquello), no hablaría de mí ni de mis sentimientos, porque yo no sería nada y no habría instrumentos para animar mis manifestaciones. La vida, mi vida, soy yo, no tengo duda, y no es que trate de usar una expresión egocéntrica, porque sin mí, sin mi yo, la vida no existiría: es decir, que todo fue elaborado para mí, para mi recreación, para mi consumo. El día que yo no exista, el día que me pellizque y no sienta nada, ya no habrá sentimientos, ni expresiones de amor, ni sonrisas alentadoras, ni promesas, ni asedios, ni paladar, ni deseos de recopilar todo lo que es afín a mí… ¿Qué importancia puede tener que esa persona que juegue con unos niños a la que estoy viendo desde mi ventana? Si yo no la podría ver, ni sentir, ni disfrutar, ni enternecerme, sería que no estoy aquí, que no soy nada. ¿Quién me dice a mí que este mundo seguirá existiendo después de mí, después del día que yo me vaya. No tengo ninguna prueba. Hay veces que pienso que soy el sueño delirante de alguien, de alguien que está muy por encima de mí, y que su sueño es lo que me da la vida y produce en mí otros sueños de menor envergadura. Podría ocurrir que ese ser que me soñó, al levantarse por la mañana, le dijera a su esposa llamada Minerva: «Oye, Mini: Hoy he tenido un sueño muy extraño. He soñado con un individuo que solo poseía una cabeza pequeña (creo que mi soñador tiene una cabeza muy grande). Era una persona extraña que poseía anhelos, ambiciones, inquietudes, temores, padecía fastidios, alegrías, envidias y rencores… y creía que el mundo donde él vivía existía de verdad, y era así de la misma forma que él lo concebía. Se trataba de un ser que era capaz de sentir un extraño amor que le atraía inevitablemente hacia una mujer, quien, a su vez, sentía un fuerte amor hacia él y ambos amaban a los hijos que trajeron al mundo. A este individuo que, además, le gusta un espectáculo raro llamado fútbol y le hace feliz cuando su equipo gana, que se queda embelesado al contemplar a los niños, a los paisajes, a los animales, a la vida; que le gustan expresiones de amor como dar besos y acariciar a otros cuerpos, es a quien yo he soñado. ¡Qué bonito era todo eso! Se trataba de un mundo lleno de delicias, de complicaciones, de competencias, de sis y nos, de motivos para luchar, de inseguridades, de traiciones, de deseos insatisfechos, de anhelos, de variedades. No era como este nuestro, tan estructurado, tan perfecto, tan «científico», tan igual, tan serio, tan inamovible, tan sin motivaciones ni anhelos. Fíjate que las mujeres de mi sueño tenían pechos pronunciados, no como las de aquí que son planas porque los pechos ya no son necesarios y las anatomías han cambiado. Aquí a los niños ya no se les amamanta… Nosotros todo lo tenemos regulado, establecido de antemano. ¡No existen las ilusiones! ¡No existen los encantos de vida! Bueno: voy a seguir tomando de esas pastillas alucinantes para que este sueño no termine nunca…!