jueves, 24 de mayo de 2012



A propósito de las deformaciones
Deformación… Qué palabra ésta tan imprecisa, tan incierta. A primera vista, al pronunciarla, suena a contraproducente, o a malvada, o a dañina; pero, después, analizándola más en detalle, vemos que es posible que no lo sea tanto. 
¡Aún así, cuántas cosas hay en la vida que están deformadas, mal construidas, desquiciadas, desencaminadas, enviciadas! ¿Cómo sería hoy el mundo si, desde el principio de los tiempos, aquellos seres medio simios y medio personas hubieran hecho las cosas mejor, con más sentido común, con más noción de futuro, o más en armonía con el ideal de lo que en realidad busca el ser humano… Y más preocupadas por el futuro, con más inquietud hacia los semejantes, hacia los contemporáneos y hacia los que vendrían después. No sé… 
Aunque, pensándolo bien, esos seres de los primeros días, ¿poseerían espíritu renovador, facultad de razonar, sentido de la justicia, amor poético? ¿Dispondrían de conductores sociales o decidirían por sí mismos el camino a seguir? Es posible que ya entonces se vieran obligados por los requerimientos de la tribu. ¿Sentirían admiración por la belleza, captando el aroma de una flor o la majestuosa presencia de un árbol, o actuarían exclusivamente guiados por el instinto, por las imposiciones inductoras de la Naturaleza? ¿O se comportarían guiados simplemente por las exigencias que les proponía la vida? ¿Existirían por aquel entonces —dentro de su exigua cultura—, moralistas, sociólogos, filósofos, psiquiatras, conductores sociales que explicaran los hechos mágicos y singulares de la vida o existirían simples seres amorfos que verían las cosas sin inmutarse, sin emociones, como las puede ver una cebra o un canguro? Y, sobre todo, ¿tendrían sentido del futuro y de la evolución o del progreso que les implantaba o les exigía la vida o carecerían de condiciones para presentirlo? En realidad, por más teorías que hayan sido elaboradas relacionadas con este asunto, poco es lo que sabemos. ¿Vivirían robándose unos a otros como se ha dado a entender en ciertos mentideros antropológicos? ¿Cómo surgiría la idea de un dios que se dedicaba a vigilar nuestras acciones y las premiaba o las castigaba según su carácter y condición? ¿Surgió por espontaneidad, porque la gente presentía o necesitaba una autoridad suprema, un creador, alguien que les exigiera un modelo de conducta o fue promovido por avispados ventajistas con ánimo de atemorizar a la gente y someterla?
De cualquier manera, no deja de ser admirable que, entre mentiras, medias verdades, errores, «palos de ciego», supersticiones, dictadores, avispados y pillos se fuera construyendo este mundo un tanto alocado donde nos ha tocado vivir. ¿Será ese el único motor posible para que esto funcione? 

viernes, 11 de mayo de 2012



Nuevas
actitudes
Me preocupa el hecho de que yo, ahora, a medida que me voy haciendo mayor, tiendo a contemplar la vida con cierto escepticismo y con una pizca de desconfianza; incluso, sintiéndome molesto a veces conmigo y con los demás. Las acciones, las actitudes, los gestos, las emperradas costumbres de las personas, sus manías —incluso, sus creenciasme parecen exacerbados y sin fuste… Veo a la gente obsesionada, sobre todo, y eso hace que los juzgue con ironía e incredulidad. Me ocurre, principalmente, al constatar que todo el mundo se afana y se desvela, acrecienta sus ansiedades, busca notoriedad, persiguiendo signos falsos, vacíos, que no merecerían la pena, y que, a la larga, no producen satisfacción alguna o no una satisfacción sólida y permanente, de esas que llenan y conviven en el cofre de las auténticas emociones; o sea, entiéndeme, me refiero a aquellas que son anheladas por el corazón, por el alma, o por el espíritu. 
Claro, debo confesar que estos cambios de mis puntos de vista son atribuibles a mi mayoría de edad, exclusivamente; es decir, a la vejez, al hecho de que a medida que se acumulan los años se van viendo las cosas con mayores exigencias (tal vez con más arrogancia —o quizá con más envidia). Porque, voy más allá: si me hago un auto-examen y miro hacia mi propio pasado, veo en mí los mismos defectos que atribuyo ahora a los más jóvenes. Y, no obstante, me irrito conmigo mismo al comprobar como desperdicié mi tiempo en bagatelas, en simplezas, sin reparar en las magnificencias que me ofrecía la vida. 
Esto me lleva a pensar que, una de dos: o es que están ocurriendo cambios profundos en las costumbres, en la marcha de la vida, o es que soy yo, que, a medida que acumulo años, voy viendo las cosas con unos ojos y unos criterios más críticos, que tienden a reformar (o deformar) la realidad cotidiana. Y a reconstruirla a mi modo un tanto caduco. 
Porque, al margen de lo que diga y como lo diga, y pidiendo disculpas debido a que a los viejos, sin que podamos evitarlo, se nos va desarrollando una sensibilidad especial como consecuencia de tener más cercana la muerte y de ir sintiéndose cada vez más excluido, menos escuchado, cada día menos tenido en cuenta, en realidad yo creo que la vida es como es o dependiente de cómo uno se la tome, del carácter que se tenga. En una palabra: de la personalidad.