viernes, 21 de octubre de 2016

Dios y Richard Dawkins
Bueno, aceptémoslo, es posible que Dios no exista… Que se trate de una burda mentira inventada por aquellos que deseaban dominar al mundo. El infierno, al paraíso, el premio, el castigo, la dicha, la desdicha no reflejan aplicaciones que vengan de nadie… ¿Y a dónde nos lleva todo esto? 
No recuerdo si el texto que antecede lo he escrito yo o lo leí en algún sitio y se quedó grabado en mi coco, pero mío o de otro, la suposición nos atañe a todos, a todos los mortales, porque tan inverosímil es que hayamos sido creados por un Dios como que seamos frutos del azar.  Y lo más duro es que no podamos hallar la respuesta. Esa situación de ignorancia es lo que más me inclina a pensar que por encima de nosotros existe alguien. ¿Que nos ocurriría si encontráramos con certeza que somos fruto de la casualidad? Que caeríamos en la ley del absurdo, en la incomprensión y el desacato, en la burla, en cumplir las leyes solo por miedo al castigo y no porque nos haya sido inculcada como base de nuestro comportamiento. Y si descubriéramos que somos el fruto de un ser que está por encima de nuestras cabezas, un creador, en este mundo donde vivimos se acabaría el progreso, esperaríamos la hora de nuestra muerte adoptando una actitud pasiva con la esperanza de llegar lo antes posible a ese otro mundo que sabemos superior a este.
Ahora, razonemos: la negación acérrima de Dios proviene principalmente de los científicos y yo de los científicos desconfío mucho, aunque para esta desconfianza me base en mi propio criterio y no en mis conocimientos académicos. Ahora mismo acabo de ver un programa dedicado a la ciencia, en un canal de televisión… Y me admiro: cuántas teorías, cuántos principios, cuantas elucubraciones sin base. Nadie habla apoyado por un conocimiento profundo, todo son elucubraciones, posibilidades, mitos, creencias falsas o pretenciosas. Y la única verdad es que no hemos sido puestos aquí con un folleto bajo el brazo donde se explique nuestra utilidad y nuestro manejo. ¿Qué hace un científico en esta época? Trabajar para quien le paga, claro, experimentar, hacer números y fórmulas que nadie entiendo y decir: esto es así porque lo digo yo.
De cualquier forma, a Dios, si existe, le ha de tener sin cuidado que creamos o no en él: ya la vida nos ha dado un sentido del bien y el mal y con eso es suficiente. Lo demás, que creamos o no creamos carece de importancia.

Contemplemos el caso de Richard Dawkins, una especie de fanático de la negación, y, digamos, esa actitud suya le ha producido mucho dinero. Dicho eso, ya no tenemos más que hablar: Richard Dawkins mantiene esa postura para ganar dinero. Yo tampoco creo, pero no lo discuto con nadie, no lo publico y no escribo libros porque prefieren respetar a aquellos que tienen otras creencias. Por otra parte, está muy claro de que RD es un hombre con poca o nada sensibilidad, con ninguna preocupación metafísica porque él va a lo suyo. Me pregunto: ¿Qué diferencia de conocimientos, de posesiones, de cultura hay entre Dawkins y la chica dominicana que viene a limpiar mi apartamento los jueves, y que es casi analfabeta? ¿Cómo a esa chica yo la voy a decir que Dios no existe cuando la idea de Dios y de otra vida le sirven de acicate para soportar esta? Pero, ¿cuál es el mundo de Richard Dawkins? ¿Cómo es su vida? ¿Admira la magnificencia del mundo? ¿Y a quién se lo agradece? ¿Ni por un momento se tambalean sus propósitos? Y es que él no piensa en otra posibilidad porque si pensara en otra el éxito de sus libros bajaría. ¿Es que carece de sensibilidad? Y cuando huele una flor, ¿qué siente? ¿Que relación hay entre esa flor y el Bing-Bang? ¿Ha sido la casualidad la que ha puesto ahí a la flor? No, no, no des tu brazo a torcer pienses lo que pienses o veas lo que veas mantente firme porque si te tambaleas, si se te debilitas tus acciones bajarían el precio…

jueves, 20 de octubre de 2016

Mir recuerdos cuando niño 
El recuerdo que guardo de mí cuando soy un niño se refiere principalmente a que no tengo claro quién soy, ni quién puedo ser, ni cuáles son mis inclinaciones. Me limito a vivir y hacer lo que puedo por resultar simpático y agradar a las personas que me festejan y se ríen conmigo. Puede que haya un momento en el que advierto que formo parte del mundo, que vivo en él, pero en mi concepto se va imponiendo con firmeza que, si bien todo es digno de admiración, también deben  mirarse las cosas, los hechos y las personas con cierto recelo. 
Observo, eso sí, todo a mi alrededor un tanto fascinado, pero sin abandonar la impresión de que la vida que contemplo pertenece a otros, no a mí. Aún así, hay veces que pongo todo mi empeño en aferrarme a ella, en mirarla con sonriente e ingenua ilusión (pero no con una ilusión plena), en infundirme esperanzas asido a un futuro que solo se me presenta en migajas y donde sus promesas no son fijas ni certeras… Por esa razón nunca lo hago con pleno convencimiento o con una ilusión exenta de reservas. Son incontables los inconvenientes que me salen al paso, los cuales van anidando en mi subconsciente y me imponen, quieras o no, su cruda realidad. Las citaré por orden según me van llegando: la ruina que representa nuestro traslado a Madrid cuando apenas tengo tres años; el inicio y permanencia de la guerra civil española con todas sus imposiciones: el hambre permanente, la amenaza sobre nuestras cabezas, los bombardeos del bando contrario que nos obligan a salir corriendo para el refugio o a la estación del metro más próxima, la deserción de mi padre (huyó a México con su secretaria y nos dejó a mi madre y a mis dos hermanas y a mí empantanados), las imposiciones de mis tías y mis abuelos maternos (lo que significaría misas, novenas, comuniones, penitencias, pórtate bien que Dios te está mirando, Purgatorios, Infiernos a todo pasto), los días de colegio interno en un caserón de Burgos cuyo recuerdo aún me hiela la sangre, las enfermedades, la soledad que significó el desmembramiento de la familia, la falta de estabilidad impuesta por los cambios constantes, la sensación de ser un hijo poco amado y escasamente deseado, la dependencia que anula cualquier opinión que provenga de mí, el continuo estado «sufridor» de mi madre y sus empleos precarios que nos obligan a vivir en una especie de «miseria decorosa»… Es decir, puro maltrato emocional y físico hasta cumplidos los 14 años. ¡Ah! Y dentro de esta clima, cero escuelas, lo que significa cero universidad… A partir de ahí, mi primer trabajo (de mensajero repartidor de cartas y paquetes por todo Madrid montado en una bicicleta), y el regreso de mi padre, lo que significa el hundimiento definitivo de mi persona. 
Ya tengo 17 años y emprendo el intento fallido de ser marino mercante, lo que, debido a las imposibilidades «académicas» que representa, me conduce a un servicio militar en la marina plagado de contratiempos y accidentes (me costó lo indecible aceptar una vida consistente en obediencia ciega e indiscutibles y burdas órdenes militares). 
Después, el regreso a casa sin oficio, sin ideas, sin ambiciones, sin amor y pelado al cero (lo cual entonces era un signo vergonzante).
Ahí fue cuando conocí a Angelina.

miércoles, 19 de octubre de 2016


Dios y Richard Dawkins
Bueno, aceptémoslo, es posible que Dios no exista… Que se trate de una burda mentira inventada por aquellos que deseaban dominar al mundo. El infierno, al paraíso, el premio, el castigo, la dicha, la desdicha no reflejan aplicaciones que vengan de nadie… ¿Y a dónde nos lleva todo esto? 
No recuerdo si el texto que antecede lo he escrito yo o lo leí en algún sitio y se quedó grabado en mi coco, pero mío o de otro, la suposición nos atañe a todos, a todos los mortales, porque tan inverosímil es que hayamos sido creados por un Dios como que seamos frutos del azar.  Y lo más duro es que no podamos hallar la respuesta. Esa situación de ignorancia es lo que más me inclina a pensar que por encima de nosotros existe alguien. ¿Que nos ocurriría si encontráramos con certeza que somos fruto de la casualidad? Que caeríamos en la ley del absurdo, en la incomprensión y el desacato, en la burla, en cumplir las leyes solo por miedo al castigo y no porque nos haya sido inculcada como base de nuestro comportamiento. Y si descubriéramos que somos el fruto de un ser que está por encima de nuestras cabezas, un creador, en este mundo donde vivimos se acabaría el progreso, esperaríamos la hora de nuestra muerte adoptando una actitud pasiva con la esperanza de llegar lo antes posible a ese otro mundo que sabemos superior a este.
Ahora, razonemos: la negación acérrima de Dios proviene principalmente de los científicos y yo de los científicos desconfío mucho, aunque para esta desconfianza me base en mi propio criterio y no en mis conocimientos académicos. Ahora mismo acabo de ver un programa dedicado a la ciencia, en un canal de televisión… Y me admiro: cuántas teorías, cuántos principios, cuantas elucubraciones sin base. Nadie habla apoyado por un conocimiento profundo, todo son elucubraciones, posibilidades, mitos, creencias falsas o pretenciosas. Y la única verdad es que no hemos sido puestos aquí con un folleto bajo el brazo donde se explique nuestra utilidad y nuestro manejo. ¿Qué hace un científico en esta época? Trabajar para quien le paga, claro, experimentar, hacer números y fórmulas que nadie entiendo y decir: esto es así porque lo digo yo.
De cualquier forma, a Dios, si existe, le ha de tener sin cuidado que creamos o no en él: ya la vida nos ha dado un sentido del bien y el mal y con eso es suficiente. Lo demás, que creamos o no creamos carece de importancia.
Contemplemos el caso de Richard Dawkins, una especie de fanático de la negación, y, digamos, esa actitud suya le ha producido mucho dinero. Dicho eso, ya no tenemos más que hablar: Richard Dawkins mantiene esa postura para ganar dinero. Yo tampoco creo, pero no lo discuto con nadie, no lo publico y no escribo libros porque prefieren respetar a aquellos que tienen otras creencias. Por otra parte, está muy claro de que RD es un hombre con poca o nada sensibilidad, con ninguna preocupación metafísica porque él va a lo suyo. Me pregunto: ¿Qué diferencia de conocimientos, de posesiones, de cultura hay entre Dawkins y la chica dominicana que viene a limpiar mi apartamento los jueves, y que es casi analfabeta? ¿Cómo a esa chica yo la voy a decir que Dios no existe cuando la idea de Dios y de otra vida le sirven de acicate para soportar esta? Pero, ¿cuál es el mundo de Richard Dawkins? ¿Cómo es su vida? ¿Admira la magnificencia del mundo? ¿Y a quién se lo agradece? ¿Ni por un momento se tambalean sus propósitos? Y es que él no piensa en otra posibilidad porque si pensara en otra el éxito de sus libros bajaría. ¿Es que carece de sensibilidad? Y cuando huele una flor, ¿qué siente? ¿Que relación hay entre esa flor y el Bing-Bang? ¿Ha sido la casualidad la que ha puesto ahí a la flor? No, no, no des tu brazo a torcer pienses lo que pienses o veas lo que veas mantente firme porque si te tambaleas, si se te debilitas tus acciones bajarían el precio…

martes, 4 de octubre de 2016


Una evolución con significado…
¿Es la muerte un hecho físico y definitivo, o sea, terminal, sin prolongación alguna? Me estoy preguntando que si la muerte es el final-final y, en realidad, no se dispone de un más allá trascendente… ¿O es un principio, un modo de producir el nacimiento de los espíritus que serían algo así como las hormonas o las células que sostienen al Universo? La verdad es que no sé si ahora, a mi edad avanzada, me dedico a buscar razones que me consuelen y atenúen un tanto lo terrible de esa idea de la exterminación definitiva, tratando de que la muerta se convierta en algo más llevadero, menos truculento, más de signo metafísico. El otro día, en contra de mis razones, me dio por pensar que pudiera ser que la vida, el universo, necesitara a los seres humanos para que éstos fueran las estructuras básicas requeridas para producir espíritus, que, a su vez, vendrían a ser lo verdaderamente valioso, el prototipo, algo así como el combustible necesario para que la vida, el cosmos, funcione. Y, en ese caso, para que nazca un espíritu sería necesario partir de estructuras físicas, de un cuerpo con los elementos para producir esas estructuras requeridas… Esa sería la razón de nuestra existencia en la Tierra y en otros planetas habitados… Es decir, nosotros seríamos algo así como los productores de los espíritus. Después de pensar semejante cosa, me quedé muy tranquilo, con una cara beatífica, diciéndome a mi mismo: «¡Acabo de aclarar el misterio!». Pero, claro, esto no pasa de ser un subterfugio, una forma de engañarme a mí mismo, de darme una esperanza que me alivie de la angustia de un final definitivo, sin remisión, como supongo que ha de ser la muerte. Claro, que si se piensa bien, una estructura como la nuestra, entrañada en una composición biológica, mezclado con potingues químicos y piezas hormonales, con estructuras físicas y funcionales, si lo vemos fríamente, desposeídos de mitos y desechando la imaginación calenturienta, no encontramos una explicación y nos enajenamos al pensar que no respondemos a una necesidad determinada. Si la presencia de unos seres humanos, con cerebro, con facultad de hablar y de apreciar las estructuras físicas y adaptar la vida a sus modos, no pueden carecer de un fin ni poner en duda las razones de la creación, sean cuales sean. Los animales actúan por instinto: saben lo que tienen que hacer sin necesidad de detenerse a pensar (al menos eso creo), mientras que el ser humano, con su facultad de decidir las cosas, de caminar de un lado para el otro, de sentir placer por la música y por el arte, de valerse de unas manos combinadas con el pensamiento y con la facultad de hacer diferentes cosas, además de poseer unos sentimientos y recabar unas exigencias de la vida (lo que influye en la evolución), con su habilidad para leer e inventar y desear cosas mejores, si no tienen ningún significado, que me devuelvan a la fabrica y sustituyan mi cerebro por un corcho… Pero algo, además de traer seres al mundo, tenemos que significar. Y conste: la idea de la muerte no une asusta. Lo que me asusta y me decepciona es la inutilidad.