viernes, 30 de mayo de 2014

¿Tiene sentido la vida?
Y es que la vida debe tener un sentido, un significado, ser una necesidad metafísica o trascendente para algo o para alguien. El Ente para quien podemos ser útiles se alimentará de nuestros alientos, de nuestras acciones, de nuestros pensamientos, de nuestros sueños, de nuestros suspiros, de lo que sea, pero hemos de servirle para sus propósitos. Porque si esto no tuviera sentido, si no fuésemos útiles para nadie, todo nos sería negado: nos sería negada la felicidad, nos serían negados los sentimientos, la lucidez, el amor, la placidez del alma, el sentido de plenitud, la creatividad, y hasta, en sentido contrario, no existiría la desdicha, ni la melancolía, ni la tristeza. Aquí en la Tierra, si todo fuese exclusivamente una implantación física y biológica, sería siempre todo igual, siempre lo mismo, como el estado de ánimo que puede tener una lombriz o un escarabajo. O la misma falta de perspectiva hacia la plenitud de dicha que posee un crustáceo, que nunca se pregunta para qué está aquí y cuál sería su papel. Tiene que haber algo, porque si el ser humano es capaz de imaginar, de concebir, de construir, de aprender, de destruir, de idealizar la belleza, o imaginar un campo de asombro y placidez, un «más allá» pletórico, algo más completo, más intenso de lo que existe aquí, es porque está capacitado para concebirlo, y lo desea, y si lo desea y es capaz de concebirlo es porque existe o porque puede existir y está reservado para él. Además, por alguna extraña razón se le habrá dotado de esta propiedad. Si el ser humano aspira a una felicidad superior a la que conoce aquí, es porque en este lugar no tiene todo lo que desea; no tiene todo lo que aspiraría a tener. Y, si no, ¿por qué se nos ha dado esa capacidad de sentir, de ambicionar, de evolucionar, de percibir niveles superiores? ¿Es una anomalía mental, un desgraciado gesto de nuestro corazón, un desquiciamiento horroroso de nuestras neuronas, una apetencia trascendental, sin sentido, inexistente, de nuestra alma insatisfecha? Tal vez nuestra existencia se deba a un imperativo evolutivo. ¿Sería posible que nuestro Dios fuera el mismo, de la misma hechura, que el de los primeros habitantes de la Tierra? Ellos eran, probablemente, seres que se asemejaban más unos a otros, con unas reacciones más parecidas, y de una mente más simple, y una misma igualdad entre ellos, y a su Dios no le creaban complicaciones. Mientras nosotros somos más heterogéneos y sofisticados, más complicados, más exigentes, más inconformes, más destructivos,  más capaces y creativos, y por esa razón requerimos de un Dios más eficiente, más cercano, e, incluso, más despiadado. 

viernes, 23 de mayo de 2014


El ensueño
Ahora, cuando soy viejo, pienso que la vida, el mundo, tiene ciertas imperfecciones, unas más graves que otras. Que está como inconcluso o mal acabado, o no bien perfilado, o sin terminar. Y no deja de ser una lástima cuando se trata de una estructura tan compleja, tan ambiciosa, tan amplia de miras, y que existan puntos débiles inexplicables que nos afectan penosamente a cuanto mortal pisamos la Tierra. Así que no puedo evitar mantenerme en la idea de que el mundo fue hecho con cierta desgana, obligado el Creador por extrañas circunstancias físicas, químicas y psicológicas impuestas por una extraña condición universal. En cambio —fíjate en esto— hubo otra época, un tiempo mucho, mucho más atrás, cuando yo era más joven, que, recurriendo a un ejercicio poético y consolador, un día me dediqué a elaborar una poesía imaginando a un Dios en el momento que tomaba la decisión de dedicarse a crear un mundo, el nuestro, y, animado por esa idea, elaboré un escrito en prosa muy poético —que no sé qué he hecho con él—. Pensaba en las razones espirituales más que materiales de Dios para crearlo. Y meditaba en el momento glorioso de planificarlo con sus montañas, sus valles y sus ríos. Pensaba en el estado de amor que le embargaba y le animaba a hacer todo lo posible para que todo fuera agradable y dichoso para la especie humana, y en elevar su rango, enardecerlo, sensibilizarlo y sublimarlo por medio de su creación. Pensaba en aquel tierno instante cuando Dios decidió crear las flores y dotarlas de un perfume embriagador; y cuando decidió sembrar las semillas para que los árboles nacieran, dieran sombra y atrajeran la lluvia; y no digamos cuando construyó las primeras aves y sus trinos, y cuando, después de todo, se dedicó a nosotros las personas, y nos dio un corazón y un alma, y nos capacitó para amar, y para componer música y poseer sensibilidad para oírla y entenderla; un ser humano que sería casi como un dios, que sintiera piedad, felicidad y ternura, que fuera condescendiente y, sobre todo, que creyera en la vida… Y cuando pienso en aquellos días, casi se me nubla la vista, y son momentos con los que me recreo, porque eran los días cuando yo era puro e ingenuo, y cuando todo en la vida me parecía poesía y ensoñación…

viernes, 16 de mayo de 2014


Evoluciones del alma
Estoy entusiasmado con mi novela, o sea, quiero decir con Expiación. Ayer tuve algo así como una iluminación repentina. Hasta pienso que pudo venir del «más allá», tal vez de Angelines. Me explicaré: Pasaba por un momento depresivo, pensando que estaba aburrido de la vida y diciéndome que no me importaría morir en aquel momento, que no estaba de ninguna manera sujeto a ella, que entendía que mi vida, como la de cualquier persona, tenía que tener un final. No me iba a suicidar, pero deseaba fervientemente que me llegara la hora… La idea era tan negativa, tan sobrecogedora, que me senté frente la fotografía de Angelines a continuar con estas reflexiones frente a ella con la esperanza de recibir algún consejo, alguna indicación. Repentinamente, sin que yo lo provocara, mi cerebro fue invadido por una idea que no puedo decir ni de dónde vino porque mi mente en aquel momento se encontraba muy lejos de esta narración. Empecé a pensar en Expiación, así, de forma espontánea, sin que se tratara de algo provocado por mí, ya que es una novela que la tengo comenzada pero que ahora la tenía medio abandonada (estoy con otra que se llamará Orquitis). Pero inmediatamente de ese «toque», me puse a pensar en la forma narrativa que debía tener, en el estilo, en lo que iba a decir y cómo decirlo, en la personalidad de Pedro (el personaje)… Así que de repente me vi envuelto en ella, dedicado hacia esa novela casi olvidada con todo mi afán y mi fervor, decidido a ponerme a escribir en aquel mismo momento. Pensé en cuál sería la personalidad de Pedro, en sus conversaciones, en que ya tenía escritos en mis blogs unos cuantos pensamientos relacionados, porque reflejaban muchos aspectos de mi personalidad, que solo tendría que trasladarlos. Sobre todo, pensé en Pedro cuando era niño, en qué clase de niño sería. Me envolví tratando de recordar mi niñez y cómo aprovecharla para aplicársela a Pedro. Y en ese punto me puse a escribir, a plasmar todas mis ideas resumidas acerca de de esta novela. Y así se me pasó todo el día. Y en ello estoy. 
Claro, mi pensamiento negativo acerca de mí se me pasó…
Deseos de eternidad
¿Qué es la fe? Un deseo fuerte, superlativo de creer en Dios; en un Dios protector y amigo, en un ser que me ampara y me protege, y que me convertirá en una criatura transcendente, en una criatura alentada por una fuerza impelente y que me enclavará en la inmortalidad, o me impulsará hacia otra dimensión, o tomará las medidas para reencarnarme. Esta es como una necesidad perentoria; es un forma de apaciguar a esa soledad terrífica que está depositada en nuestras entrañas, esa desolación que sentimos cuando nos encontramos solos, que suele ser la mayoría de las veces. Hay personas que sin fe no podrían vivir porque la creencia en Dios es como un alimento para ellos, una necesidad no solo espiritual, sino física. Y, en verdad, a todos, incluso a los que presumen de ser totalmente ateos, nos queda un resquicio, una mota de creencia, aunque sea minúscula, aunque no nos la expliquemos o nos falte sensibilidad para entenderla y nos pasemos la vida negándola. No es posible desechar absolutamente de nuestra mente una creencia que nos da esperanza para sostenernos, para que después de que me muera me encuentre con algo superior a lo que tengo aquí, bien sea material o espiritual, o las dos cosas. La vida es eso: esperanzas, sueños, mitos, ilusiones, afanes, deseos, delirios. Si yo, además de desearlo, supongo que detrás de esta vida existe otra superior, que es mejor retribuida, con menos penas, más justa y más equilibrada, podré sobrellevar esta de aquí con mayor sometimiento y resignación. ¿Estamos fabricados así, dentro de ese plan, con esos anhelos, con esos afanes, con  esas ambiciones de proyección eterna? Pues puede ser una señal, puede ser un indicio de que la Naturaleza nos ha creado bajo ese molde: ilusión, inconformidad, anhelo, deseo perenne, ansias de mejorar. Pero por algo será…

domingo, 11 de mayo de 2014

En el día de las madres
Hoy es el día de las madres y no puedo dejarte a un lado con la disculpa de que ya estás muerta. En realidad, ahora te siento casi más presente en mi vida que cuando vivías junto a mí. Y te siento más cerca, aunque decirlo pueda parecer una imbecilidad propia de un ser supersticioso, pero antes, me acostumbré a ti y no te notaba tanto, no te sentía tan próxima. Pero ahora estás junto a mí de una forma perenne. Ahora, incluso, me siento más amparado por ti y más bajo tu protección. Además, sigo enamorado de ti como el primer día. Tú eres mi dulce compañera y lo seguirás siendo mientras viva, y en todo momento tengo presente tu recuerdo y los momentos vividos juntos, y me río con los anécdotas que nos solían ocurrir en la vida (como el día aquel, cuando íbamos en el coche por un expreso y me gritaste «¡¡Que tas pasao!!», porque me pasé del desvío por el que me tenía que meter). Y empezamos los dos a reírnos. Yo siempre te he querido intensamente, tú lo sabes, pero nunca te he sentido tan profundamente como ahora. Te quiero con la mayor pasión y te imagino siempre a mi lado, abrazada a mi, mirándome con esa ternura como tú me mirabas. Hoy he tratado de recordar algún momento que te hubieras enfadado conmigo, y no he encontrado ninguno, porque siempre eras afabilidad, y tenías esa mirada afable que veo en tus fotografías, que es donde queda patente la expresión que tenías siempre. Sé que todas estas palabras sentimentales pueden parecerte un poco cursis (y hasta pueden hacerte reír), pero a mí me encanta decírtelas. Amor.

viernes, 9 de mayo de 2014


La Naturaleza 
promueve el amor
Existen en la Naturaleza algunas leyes inmutables, fijas, de condición natural, que son necesarias para la vida, y que producen la idea de que alguien las ha creado dado que hay en ellas un estructuralismo y una asociación, una utilidad evidente que demuestran que han sido edificadas ladrillo a ladrillo, es decir, que de ninguna manera se han podido fabricar solas y así porque sí. Se puede apreciar que están realizadas para promover un plan en el cual basar el funcionamiento del mundo o de un asunto en concreto, así como la progresión y el desarrollo futuro de la vida. Una de ellas es la normativa impuesta con el fin de que los seres nos multipliquemos. Para que un ser humano pueda acceder al mundo, se requiere, como partida básica y desde el punto de vista biológico, de un padre y una madre. Un padre que produzca y expida un espermatozoide, y una madre que lo reciba y aporte el óvulo necesario para ser fertilizado. Y para que se efectúe esta acción, se introdujo toda una parafernalia donde intervienen la atracción de sexos, el deseo sexual, el llamado amor con toda la aportación de pasiones, sentimientos y movimientos sociales que representa. Debe existir también en ambos cónyuges el deseo y el interés en crear una familia, y someterse al compromiso común para sacar adelante al hijo recién concebido: darle educación, alimentarlo y convertirlo en un ser que sobreviva y que aporte en el futuro su apoyo a la sociedad. O sea: que llegue un momento que el individuo en cuestión sea capaz de valerse por sí mismo y reiniciar el proceso creador. Y este andamiaje, esta obra de evolución, de «azar y necesidad» no tiene nada porque responde a un requerimiento, donde se conjugan biología, sentimiento, placer y estructuralismo. Y está muy claro que detrás de todo ello existe un pensamiento impuesto, una idea, una necesidad. Que seamos el resultado de una concepción cultural y social de una mente muy superior a la nuestra, es un asunto aparte. Fíjese que hasta se ha llegado a pensar que somos la creación virtual de una raza de seres superiores. Vamos, como si fuésemos el resultado de los experimentos en una especie de «Silicon Valley» situado en un mundo cuya civilización y cultura está muy por encima de nosotros…

lunes, 5 de mayo de 2014

La madre Naturaleza
Es asombroso ver cómo la Naturaleza ha sido creada para nosotros y cómo nos cuida, cómo nos asiste, como nos ayuda a respirar y a vivir, cómo nos proporciona ilusión por la vida y deseos de progresar, cómo nos lo expone todo, tan bello, tan espectacular. Yo, en cuanto a Dios, contemplo un ser inasequible, lejos de mi campo de entendimiento, e infinitamente superior a mí, superioridad que lo sitúa a una mayor distancia (es decir, me lo convierte en un ser lejano e indescriptible) quien, combinando algunos sustancias químicas y partiendo de propiedades biológicas y emocionales, produjo la Naturaleza, la implantó y la difundió, sembró las semillas, le dio formas bellas y convenientes, además de establecer innumerables disposiciones físicas y morales, y se la entregó a ella, permitiendo que, en adelante, fuera la Naturaleza quien se preocupara de nosotros y lo organizara todo a nuestro alrededor: que nos proporcionara oxígeno para respirar; agua para beber y regar las plantas; la indujo para que despertara en nosotros el amor al prójimo, el deseo sexual y, como consecuencia, el afán de reproducirnos; para que nos inculcara los buenos sentimientos, la admiración, el éxtasis, la sensibilidad, la creatividad y la ternura. Además, por mandato directo de ese Dios inaprensible (y deformado por una multiplicidad de creencias), la Naturaleza nos introdujo un corazón para impulsar nuestra sangre a través del cuerpo y aprovechó el emblema espiritual para fomentar la capacidad de respetar y amar a nuestros semejantes; nos sembró también unas neuronas encargadas de crear nuestros pensamientos y administrarlos; unas células que trabajaran para nosotros y nos produjeran ojos para mirar, olfato para oler las emanaciones aromáticas y oídos para oír el canto de las aves, manos, y pies, piernas y brazos con los que valernos en nuestras acciones físicas. También nos regaló el instinto para cuidarnos y sobrevivir, el afán de solidaridad y una sensibilidad para asombrarnos plenamente ante la belleza. 
¿Acabaremos por destruir nuestra fuente de vida?

viernes, 2 de mayo de 2014



¿Es el amor una treta?
¿Es el amor una treta de la Naturaleza empeñada en que nos multipliquemos o está directamente relacionada con los elementos místicos, misteriosos, mágicos y gloriosos que componen la vida? Aunque la mayor parte de los días tengo una respuesta propia, hoy no podría darla, porque el alcance de esta acción fundamental y pasional de la existencia hay veces que me tiene aturdido, y hoy es uno de esos días: hay en el amor una especie de aglutinación de sentidos con diversos significados, sean éstos mágicos o biológicos. En la procreación todo cabe y depende de quien la juzgue. Para un experto en ciencias biológicas o un filósofo naturalista, a quienes no les atrae la espiritualidad ni se sienten inclinados a renunciar a sus pesquisas científicas, solo les cabe un concepto: apoyarse en el «azar y la necesidad», es decir, el amor sería para ellos una simple reacción molecular basada en la exigencia universal de multiplicarse, sin que haya que buscar más explicaciones: ocurre porque ocurre, y punto. Así, sin recurrir a misterios ni andarse con rodeos. A pesar de que ya el mismo ejercicio biológico posee su lado enigmático. No hay más que ver el recorrido del espermatozoide, y su función, su lucha por acceder el primero al óvulo y su afán por fertilizarle; la carrera competitiva que emprende a través de las trompas de Falopio; su encuentro con el óvulo y su selección privilegiada. Todo ello parecería que encierra un procedimiento inducido y no una casualidad. 
Pero para un imaginativo creador, para un poeta o para todo aquel ser que sea poseedor de un alma o de un espíritu, el amor representa el más excelso principio de la vida; o sea, uno de tantos movimientos sublimes en que se basa la existencia, sin entrar en consideraciones acerca de quién y por qué lo haya creado. Aún siendo evidente que la función primordial de este sentimiento es la procreación.
En esta segunda acepción, podemos situarnos tú y yo como ejemplo vivo. Y no voy a recurrir al extraño caso de que poseyera una fotografía tuya desde un año antes de conocerte, que, en cierto modo, no tuvo otro significado que el del acaso por muy insólito que parezca (puesto que ese hecho no influyó para nada en nuestra unión). Debo recurrir a la enorme cantidad de inconvenientes que se nos presentaron, desde la oposición férrea de tus padres a nuestro noviazgo hasta mi concepto negativo de que no era aquel el momento de buscarme una novia con fines matrimoniales. Más tarde está también la presencia en mi vida de aquella otra mujer que se cruzó en mi camino; hecho que, en lugar de acabar con nuestro matrimonio —como era lógico que ocurriera—, lo fortaleció. Pero lo más significativo de nuestro amor fue nuestra relación, la que hubo entre tú y yo y perduró en el tiempo; la forma como fue progresando mientras envejecíamos, y su adaptación al paso de los días, a las disfunciones que presentan las edades, a nuestros delirios, a los frecuentes cambios de situación que hubo en nuestra vida; y a cómo evolucionó según lo dictaban la necesidad en un momento dado, y, sobre todo, a cómo nos entendimos tú conmigo y yo contigo. ¡Ah! y sobre todo con la intensidad que nos amamos a lo largo de nuestra vida.