martes, 18 de enero de 2011



Conjeturas acerca de la vida


¡Cuántos elementos difusos, ininteligibles, misteriosos y apasionantes se conjugan en el suceso de la vida, y que, encima, existen así, sin más, confundidos con lo que denominamos realidad aunque no estemos muy seguros de lo que significa ella…! Y no todas las sensaciones mágicas se camuflan: algunas, muchas, las podemos ver delante de nuestros ojos y manifestándose en nuestro vivir diario, aunque lo hagan sin revelarse plenamente ni conceder explicaciones acerca de sus fundamentos, o sin aclararnos sus extrañas razones. O sea, sin permitirnos descubrir lo que hay acerca del componente espiritual que las mueve. Aunque sí lo hacen en relación a su composición material (física, química o biológica). Ahí sí lo exponen todo, sí se abren a nuestro conocimiento, y nos permiten desentrañarlas, pero se mantienen férreamente en el empeño de escondernos su alma, su razón de ser, sus percepciones y motivaciones, las verdades acerca de su naturaleza universal… Y es que, de por sí, la vida, toda ella, constituye un enigma profundo, indescifrable (¿por qué hay «algo» en lugar de «nada»?, se preguntaba el filósofo), y no por mucho recurrir a costosos aceleradores de partículas o a enviar sondas al espacio sideral con la intención de descubrir los secretos de los agujeros negros (¿habrá algo más misterioso y apasionante que un agujero negro?), vamos a encontrar la respuesta acerca de su función vital y de su constituyente espiritual (pese a lo que nos digan algunos científicos materialistas, sobre todo aquellos que todos los fenómenos los consideran normales mientras aseguran sin inmutarse que los entresijos de la vida han surgido de la nada y sin ningún propósito y que, después —y esto para ellos no tiene significado alguno—, se fueron desarrollando de una forma armoniosa, perfectamente diseñada… Como si esa afirmación, en sí misma, no encerrara un peso específico, un alma, un componente apasionante, rodeado de gran misterio).

Yo, ahora, a mi edad avanzada, pensando, quizás, que voy a descubrir la pólvora, pero, sobre todo, considerándome parte integrante del misterio del cual procedo, me sobrevaloro, salgo de la mediocridad, conformo la hechura de mi propia vida, me procuro un aliento, una excitación, recurriendo a componentes místicos y de elevada condición emocional, es decir: asomo mi mente por el minúsculo resquicio que solo me permite atisbar una ínfima parte de su magia, esa que existe en el lado oculto del «velo de maya» —algo que viene siendo el objetivo fundamental de la filosofía y la metafísica— y, aunque no pienso manifestar públicamente las sensaciones que dicha sensibilización me confiere (dado que estoy en la edad apropiada para que se me pueda considerar que no soy más que un loco «iluminado»), sí puedo confirmar que este empeño alienta bases trascendentales para «engancharme en otra composición de la vida» y moverme por ella. Echo mano, simplemente, del pensamiento, de la imaginación o de la fantasía, y hasta del deseo de trascender o del de abandonar la rutina de la vida y alcanzar otras sensaciones más puras; eso es lo que me alienta y, hasta cierto punto, me sostiene y me permite acercarme, casi, hasta rozar un género integrado en una vida más espiritual, más eminente, mas incorpórea y, desde luego, más nutritiva y con vitaminas de condición sublime.

¿Es locura? ¿Insensatez? ¿Imaginación desbordada? Tal vez, pero no se puede dejar de reconocer que son facultades incluidas en las funciones del ser y que nos han sido conferidas por la Naturaleza.

Ken Wilber —un pensador moderno dotado de unos conceptos muy claros— y otros pensadores eminentes, interpretan la vida de forma global donde se aúna tanto lo espiritual como lo físico, constituyendo toda esta amalgama una parte íntegra del ser. Negar ese constituyente —especialidad, por ejemplo, de Richard Dawkins, que utiliza la negación como reclamo publicitario para lograr la mayor venta de sus libros— es como negarse a sí mismo y negar que con algún propósito determinado fuimos diseñados todos así como la vida que nos rodea.

domingo, 16 de enero de 2011


Más especulaciones sobre la vida


¿Será ese lado mecánico que nos condiciona —compuesto fundamentalmente por el instinto, las necesidades físicas apremiantes, la regulación del metabolismo, los ordenamientos biológicos, las exigencias de los genes, las facultades visuales y olfativas, así como la función automática en general—, lo más valioso, lo más importante de la configuración humana, o sea, lo más significativo de nuestra estructura asentada en reacciones materialistas, o será ese otro lado compuesto por el pensamiento, la conciencia, el espíritu, el sentimiento, la capacidad de amar, la de tomar decisiones, la inventiva, el entendimiento con nuestros congéneres, o sea, todos esos factores que nos fueron convirtiendo en humanos a través del tiempo como exigencia de la sacrosanta evolución? Sin duda, los dos aspectos son esenciales para el desenvolvimiento humano, pero el segundo —al menos en mí— es el que me impulsa a amar la vida, el que me ayuda a escribir, a cantar, a hablar y comunicarme con mis vecinos, a decidir el rumbo que debo tomar, a escoger mis amigos, a admirar el esplendor de la Naturaleza, a llorar o alegrarme según me ocurre un acontecimiento triste o alegre… Sí, no escapa de mi entendimiento que el segundo no podría existir sin el primero, mientras que, en cambio, el primero sí podría vivir sin el segundo, pero, en este caso, solo se percibirían los estímulos primarios o instintivos, y si esta situación se estuviera produciendo ahora en nuestro planeta, yo, en lugar de estar escribiendo, estaría saltando de árbol en árbol y comiendo raíces y hojas de las ramas… ¿Te has representado alguna vez la idea de que, en realidad, en nuestro entorno galáctico pudieran existir planetas donde podría haber vida pero, sin embargo, al carecer de seres humanos que perciban y constaten la maravilla de la existencia, y que vivan ajenos a los mandatos de su conciencia, o sea, que no exista nadie que sienta admiración por la belleza, ni que rija sus principios impulsado por el amor; alguien que sea capaz de sentir compasión o solidaridad o conmoverse ante las desgracias ajenas; alguien que no se haga preguntas acerca de los perfiles y la estructura del mundo, alguien que no esté consciente de la vida?

Esas maravillosas funciones sensitivas con las cuales hemos sido dotados, como es la creatividad, la conciencia, el sentimiento de vivir y la imaginación, es lo que nos ha permitido adaptar la vida a nuestras necesidades, y re-crearla, y hasta modificar su apariencia construyendo jardines, carreteras, edificios, escuelas… Es cierto que a veces los humanos caemos en una execrable enajenación y cometemos una variedad de despropósitos… Son como anomalías enfermizas, virus, tumores o descomposiciones mentales y físicas ocasionadas por la propia cultura o por una ambición desmedida. Pero si tenemos capacidad para distinguir el bien del mal, y sabemos cuál es la ley, siempre queda la esperanza de que corrijamos nuestros dislates. ¿O es que la sociedad ha mitificado de tal modo el sentido de la libertad que llega hasta el extremo de permitirse hechos nocivos para la vida como una enfermedad crónica sin remedio?

Dijo Mabel Collins que «Del mismo modo que la luz baña todas las cosas y cada cosa recibe y refleja lo rayos que es capaz de recibir y reflejar, así el flujo inspirador de la búsqueda del sendero pasa a través de las almas de los seres y cada alma retiene lo que es capaz de retener y reflejar».


(Foto de Mónica: una calle de Amsterdam)

sábado, 8 de enero de 2011


Al cumplir 51 años de casado…


Al pensar en Angelines, mi mujer, ahora, cuando acabo de cumplir 51 años de casado (nuestra boda se celebró el 4 de enero de 1960), y casi 11 de viudo, siento, por una parte, un intenso, perenne y elevado agradecimiento a la vida por haber atado tantos cabos —algunos de complicada y milagrosa ejecución— para lograr que nuestra unión llegara a consumarse; pero, por otro lado, está el inevitable sentimiento de nostalgia que la ausencia de ella me hace padecer, y no me deja otro remedio que recurrir a la imaginación, a la fantasía, al mito, al delirio, a la locura, para compensarlo y aproximar hasta mí —aunque sea de una forma quimérica— su estimulante apoyo, y disfrutar en cierta medida de su poética, envolvente, amorosa y tranquilizante presencia. Por eso, a esa misma vida a la que tres o cuatro líneas más arriba muestro mi mayor agradecimiento, hay momentos que siento el impulso de pedirle cuentas…

Aunque, claro, ya lo sé: entiendo que esta expresión no pasa de ser un simple desahogo alegórico…, una forma inconsciente de culpar al destino, a la mala suerte, a la desgracia que en un momento dado nos acecha a todos y a todas, ya que nada ni nadie existe en los confines o en la proximidad de la existencia que decida cuándo debemos entregar nuestra vida. Cada uno se muere en el momento que se dan ciertas condiciones inevitables o ciertas características —bien sea por enfermedad, por vejez, por accidente, o por una descompensación cardíaca—, y cuando oigo esa expresión de beata trasnochada refiriéndose a un difunto de que «Dios se la ha llevado», casi me dan ganas de reír. Mire: la muerte es sólo la consecuencia de estar vivo. No hay otra. Y no importa que se crea en Dios o no. ¿Alguien se puede imaginar a un Dios todopoderoso pendiente de, en un momento dado, señalar a uno con el dedo y decirle: «Venga, llegó tu hora», y liquidarlo enviándole un virus que acabe con él, o reteniéndolo en medio de una calle para que el primer automóvil que pase lo atropelle? Nacer, vivir, morir: esa es la ley, por muy macabro o insoportable que nos pueda parecer.

¿Ves? Mi razón viene a deshacer y definirme siempre todos los misterios. Y la oigo decir: ¡Misterios a mí! Pero, ¿qué se han creído ustedes? ¡La vida es así, y no hay que darle más vueltas!

¡Ah, pero no! ¡Que no te contagien el pesimismo! —me dice mi otro lado, el manoseado e imaginativo sentimiento que hay en mí, es decir, el fantasioso, el idealista, el calmante…— Si fuera así, ¿qué objeto tendría todo esto? ¿Qué sentido…?

¿Y por qué tiene que tener un sentido? Tercia el pesado razonador que me habita y que, aunque no quiere bregar con complicaciones filosóficas ni con instrumentos metafísicos, tampoco es capaz de quedarse callado.

¡Pero qué ignorante, insensible, y carente de imaginación! ¡Por qué cuando sale el sol todas las mañanas lo hace con el fin de darnos la vida, o cuando las hormigas u otros insectos horadan la tierra no solo intentan protegerse, sino que, de paso, procurar que el oxígeno penetre en las capas inferiores. O cuando cae la lluvia es para que las plantas que nos alimentan se desarrollen y tengamos líquido para beber… Todo, absolutamente todo tiene una razón de ser y participa de esta armonía vivificante. ¿Y no vamos a tener una razón de ser los seres humanos, cuando somos los más sofisticados de la creación desde el punto de vista morfológico y espiritual? ¿Tanto para nada?

Pero, pensemos con seriedad. Aprovechemos este don que poseemos. ¿Qué es lo que hay en este lado? O sea, me refiero al lado donde impera la imaginación, la creatividad, la capacidad de asombro, el sueño, la poesía, la música, el agradecimiento, etc. Ahí precisamente es donde yo me encuentro con mi chica y dialogamos, convivimos, eliminamos nuestras penas (al menos, las mías). Y yo la sigo haciendo mis declaraciones de amor eterno… Y en ese momento veo que se acentúa su sonrisa en la fotografía de ella que tengo frente a mí. Y dígame (por favor, absténganse de opinar quienes carecen de imaginación, como ocurre con esos pseudosabios que andan por ahí fastidiando), ¿cómo se puede denominar ese hecho? ¿Locura? ¿Superstición? ¿Argucias del subconsciente? ¿Estratagemas de la vida? Y entonces, ¿para qué hemos sido dotados con ciertas facultades como son la imaginación, la ilusión, la necesidad de amar, el deseo, el recuerdo, la creatividad y el afán? ¿Son, simplemente, taras psicológicas? ¿O es el «coco» mío, que ya no me rige bien?