jueves, 30 de septiembre de 2010


¿Cómo que qué vamos a hacer?


¿Cómo que qué vamos a hacer, Ángeles Mastretta? ¡No podemos hacer nada, ¿no lo estás viendo? ¡Sólo empeorar! ¿Es que cabe otra cosa? Para poder hacer algo habría, primero, que querer hacerlo —y, en realidad, nadie quiere, a pesar de las palabras huecas que se sueltan por ahí—, y, por otro, no se puede, es imposible… Yo no soy partidario de las guerras, pero tengo que reconocer que tras las dos guerras mundiales anteriores, llegó como una especie de renacimiento, de reconstrucción del mundo, de la vida y de los conceptos. Pero ¿ahora? Ahora no hay guerras (o sea, me refiero a que no hay guerras convencionales, porque de las «otras» sí las hay, y en abundancia), y el ser humano parece que no sabe vivir sin ellas.

Observa el panorama con serenidad, sin prejuicios. Vamos, como lo observaría un robot, sin sentimientos ni complejos de culpa. El mundo ha traspasado los límites, ha ido más allá de donde debía. Ese es el problema. Porque todos, absolutamente todos tendrían derecho a participar de la cacareada bonanza. ¡Y son los menos! Cuando yo era pequeño —hace muchos años, y algo después—, un médico tenía unos ingresos moderados que le permitían vivir con cierta comodidad, pero hasta ahí. ¿De cuando acá a un médico le está permitido amasar millones mientras intenta sanar gente enferma? Quiero decir, el mal es desde un punto de vista moral. (Perdón por mencionar esto de «moral». ¡Qué tonto soy! ¡Si no me acordaba que eso ya no existe…) Un periodista disfrutaba de una relativa buena paga, pero no excesiva —incluso, algunos, vivían cerca de la pobreza—, pero para ellos lo fundamental era lo que hacían, no lo que ganaban. Un escritor, incluso con cierto renombre, debía de ayudarse con trabajos complementarios: traducciones, corrección o teniendo otra profesión (yo conocí a varios). Una enorme cantidad de ingenieros ganaba solo lo necesario para vivir e ir de vacaciones todos los años; o veterinarios, o carpinteros, o maestros de escuela… Hoy todo es diferente: el cacareado «estado de bienestar», creado demagógicamente por políticos y conductores sociales, nos ha llevado a perder la medida: ¿cuáles son los límites del «estado de bienestar»? ¿Los tiene? «Algunos», solo algunos, pensaron que no, que esta es una expresión que no tiene límites. «Tratemos de ahogar al ciudadano en un bienestar basado en cosas, en espectáculos, y así nos dejará hacer lo que nos venga en gana» (eso se decía en la época de Franco…).

Mira, soy aficionado al fútbol desde que tenía 12 años, y hoy me parece excesivo las enormes cantidades de dinero que se mueven en ese ambiente. ¿Y la publicidad y el cine (¡hacia el teatro no mires, por favor! Porque el teatro es el único arte que vive como puede y a duras penas…)?. La enorme cantidad de dinero que se despilfarra por ahí, un dinero que no produce nada, que no corrige nuestros males… ¡Y, encima, hemos rebasado con creces nuestra «línea de competencia», como vaticinó Peter… ¿Tú crees que el mundo puede sobrevivir con esos millones de gentes habitando en chabolas, alrededor de las grandes ciudades o los que viven en barquichuelas en la bahía de Hong Kong? ¿Y los niños del subsuelo de Bombay? ¿Crees que es posible que se arregle esta situación con esos millones y millones de hambrientos que circulan por ahí, en África, principalmente, que llegan en pateras a Europa? ¿Tú crees que a esos millones de desdichados habrá alguien que los acoja? ¿Qué pensaran ellos de la vida y del «estado de bienestar»? ¿Se pueden borrar de la historia los asesinatos y la cantidad de gente que murió porque uno solo deseaba hacerse inmensamente rico con el caucho, como fue el infame Leopoldo II de Bélgica? ¿Crees que los pueblos que formaban el llamado entonces Congo Belga podrán olvidar aquel genocidio? Ese es el origen de las matanzas perpetuas de su zona, y su disculpa. ¿Crees que es posible que se arregle «esto» cuando se ha perdido —y se está perdiendo cada vez más— el significado del acto de matar, lo mismo da que sea inocente que culpable? No, hoy el honor no existe, la ambición lo copa todo y va en aumento; los fraudes, los desastres están a la orden del día y ya no se pueden ocultar debajo de la alfombra, porque nosotros mismos hemos creado un sistema, Internet, que nos tiene controlados y que se entera de cuanto ocurre… ¡Por Dios! y encima está la pederastia, la trata de mujeres por seres tan despiadados como ambiciosos, la explotación de niños, los abusos comerciales, los fraudes financieros, etc. Son cosas que los ciudadanos no queremos ver, o las vemos solo de refilón: ¡Eso no va conmigo!, decimos. O, qué pena que ocurran estas cosas. Pero yo no puedo hacer nada… Se necesitaría una ONU cada vez más fuerte, que reprima el mal, allí donde suceda… Pero, ¡qué va! Esta sociedad de las naciones es cada día más débil, y se da mejor vida personal: comilonas, reuniones en las que nunca se llega a un acuerdo, y cada día tiene menos ganas de hacer algo provechoso.

Yo diría, Ángeles, que no tenemos salvación. Y que será todavía peor para nuestros nietos. ¡Y encima, la «ciencia» metiéndonos miedo: para el año 2012, anuncian, viene un fuerte ramalazo de calor, un desastre de enormes consecuencia producido por una tormenta solar. Pero, no se preocupe: ya tenemos resuelta la técnica para lograr que nos avisen con seis horas de antelación (eso parece un chiste: imagínate que te dicen ahora mismo que dentro de seis horas te vas a quedar sin luz, sin comunicaciones, sin refrigeración… y que lo que va a ocurrir va a ser indefinido. ¡No me gustaría vivir esas terribles seis horas!). Otros, que viene hacia la Tierra una lluvia de meteoritos, y nos bombardearán sin piedad… ¡Huyan de aquí!, grita Stephen Hawkin, el científico loco. ¡Es la única forma de salvarse! Sí, pero, ¿quienes podrán huir? Los poderosos… porque las pateras no llegan hasta la Luna y sería en el único medio que permitiría huir a la humanidad. En realidad la Ciencia ha contribuido en muchos aspectos a fomentar lo malo, lo inútil, lo perjudicial —siempre por ambición—, y ahora nos avisa de que nos libremos de todo eso que ha sido producido por ella misma. ¡Ah! Y a Dios no recurras, porque los científicos se cansan de gritar que Dios no existe, que no pierdas más el tiempo. Ojalá que este comunicado no llegue a oídos de esa ancianita que cuida ovejas en mi pueblo para sostener a sus cuatro nietos. Ella cree que, con tanto sacrificio y tantas necesidades, se ha ganado un puesto en el Cielo. Y eso la sostiene y la ayuda a vivir…

lunes, 27 de septiembre de 2010


Nuevas loas a Puerto Rico


Cuando mis amigos puertorriqueños critican a su país, yo les digo que ellos tienden a ver los inconvenientes y, sin embargo, parece que se negaran a considerar las virtudes, que tanto abundan aquí; también pudiera ser que se han acostumbrado a ellas de tal manera, que ya no las ven, o sea, que no las advierten. O es posible que carezcan de una base de comparación.

Pero yo, extranjero (bueno, extranjero en cierta medida, porque me siento puertorriqueño por adopción y amo mucho a este país), me pregunto: ¿habrá un lugar más encantador, más grato, más atractivo que éste para vivir dadas mis condiciones?

También es probable que esta sensación provenga de mi edad y del deseo que tengo de vivir mi situación de viudo en unión y en paz conmigo mismo, y en medio de un ambiente tan significativo y hasta cierto punto indolente. Claro, también puede depender de lo que uno espere de la vida en un momento dado. Hay gente que prefiere la agitación y las lides competitivas de la gran ciudad, o, si es joven o de mediana edad, desea hallar caminos por donde entrar y conquistar sus sueños materiales, como puede ocurrir en Nueva York, Madrid, París o Londres. Aunque, hay que reconocerlo, éste no sea el momento ideal para ello, si se tiene en cuenta la crisis económica que padece el mundo. Pero, aún así, los jóvenes tienden a internarse en esos mundos complicados y ruidosos porque buscan el progreso personal. Muy lógico. Y, posiblemente, a pesar de todo, allí lo acabe por encontrar. Yo también era así cuando joven: inquieto, ambicioso, siempre pensando en conquistar posiciones mejores y en buscar nuevos horizontes… Pero hoy me entrego con ahínco a encontrarme a mí mismo, a conocerme, a saber cómo y quién soy, y entender y aceptar lo que podría haber esperado de mí la vida y los que me rodean, y muchas de las cosas que yo no les supe dar, quizá por egoísmo… Y busco una aproximación más «sentida», más frecuente e íntima con mi difunta mujer, Angelines, en este lugar ideal, porque ella amaba tan profundamente a esta Isla que aquí me resulta muchísimo más fácil «encontrarme» con ella…

Aún así y al margen de cualquier sentimiento personal, Puerto Rico es, en general, un país gratísimo, dulce, acogedor y hermoso. Hay días que su semblante —el de San Juan, que es donde yo vivo— es de una serenidad que no parece propia de este mundo. Hoy (en realidad, ayer), por ejemplo, a esta hora —son las cuatro de la tarde, las diez de la noche en España— hay una quietud solemne, solo interrumpida, de cuando en cuando, por esa especie de bramido que surge de las sirenas de los barcos cuando se aproximan al puerto o cuando salen de él, lo cual aumenta el misterioso y dulce encanto del atardecer. El sol, que ya comienza a amarillear, destaca sobre el luminoso azul del cielo, y va dorando el paisaje, las casas, los edificios… Y los árboles, la enorme cantidad de árboles que se divisan desde mi balcón, mecidos por una leve brisa, lucen su prodigioso vestido verde salpicado de motas rojas y amarillas, mientras las aves saltan de una a otra rama buscando donde pasar la noche, supongo. Hay un curioso pájaro, gris, de pico rojo y mediano volumen —ignoro en este momento cómo se llama—, que se aposenta en un lugar propicio de un árbol e inicia desde allí un dulce concierto que, posiblemente, durará toda la noche. Por la forma sentida como emite su sonido, pienso que trata de comunicar alguna nueva buena a sus congéneres, algún acontecimiento ocurrido en su familia, un nacimiento, o relativo a su pueblo, el nombramiento del pájaro-alcalde, por ejemplo, o de su casa, anunciando que sus hijitos pájaros ya comienzan a ir a la escuela… No sé, pero resulta muy poético y pacífico escuchar su trino. Y es que se trata de una tarde tan bella que invita a suplicarle al regidor de la naturaleza —no sé si éste existirá, pero es que resulta muy difícil atribuir una tarde así a la nada, y uno se siente animado a creer en todo, por fantasioso que sea— que la mantenga eternamente, que no la cambie, que no deje que se termine.

A mí me encanta asomarme por las mañanas a mi balcón y contemplar el paisaje, ver a la gente camino de sus trabajos o al supermercado, con sus afanes, sus movimientos, sus preocupaciones y sus obsesiones. Y siento como si una especie de felicidad me envolviera y me dijera ¡alégrate de haber nacido y estar aquí! Y todo ocurre al saberme viviendo en una isla del Caribe, en un punto minúsculo —en términos geográficos—, rodeado de mar y sintiendo, percibiendo plenamente los dones de la naturaleza. Qué curioso que cuando pequeño yo soñaba con irme algún día a vivir en el Trópico, donde los colores eran más intensos que en el norte —suponía—, y la vida más rítmica; donde la gente cantaba al hablar, y donde siempre era fiesta y había amor a raudales, del cual yo andaba tan necesitado. Fue la película Los tres Caballeros, de Walt Disney, la que me abrió ese anhelo… Y es que aquí la naturaleza te regala, a veces, no siempre, claro, unos espectáculos tan deliciosos y te ofrece unos incentivos tan auténticos y, sobre todo, tan sinceros y reposados, que te ayudan a sentir la vida de verdad, sin amaneramiento alguno. Y a amarla intensamente…

domingo, 19 de septiembre de 2010


El valor del pensamiento consciente


Para la mayoría de las personas, el mundo, o sea, lo que sucede aquí, el acontecer diario, el sacrificio o el placer de vivir cada día, los métodos de supervivencia, no ocurren como debieran ocurrir; por ello, todos —o casi todos— nos erigimos en dioses y decidimos reinventar una vida a nuestra manera: decidimos cómo tendrían que suceder las cosas, cómo debíamos estar construidos nosotros, de qué clase tendría que ser nuestra política y qué sentido tendría la vida, si es que tiene alguno. Y es que dentro de estas facultades que nos han sido otorgadas por la Naturaleza está muy presente la inconformidad o el pensamiento exigente, así como las ideas de perfección, que, hemos de aceptarlo, si pudieran ser implantadas, y debido a que surgen de unas mentes tan imperfectas como son las nuestras, podría degenerar —por qué no decirlo— en situaciones más adversas que las que estamos rechazando. Pero es que el ser humano es muy dado a corregir, a criticar e, incluso, a intentar rectificar los hechos del pasado (como si eso fuera posible), que, en definitiva, son los que nos han conducido a las anomalías de hoy. Esa es la verdad.

En realidad, las muchas contradicciones y desbarajustes en que se desenvuelve hoy la vida, se deben a decisiones o pasos torcidos —posiblemente, sin detenerse a considerar el mal que se hacía— que se dieron en el pasado, pero los cuales, buenos o malos, ya no son rectificables —o al menos no lo son a corto plazo— porque derivaron en lo que se denomina «intereses creados». Por ejemplo, el caso del petróleo, que a pesar del daño de polución que causa sobre la vida, ya no es posible prescindir de él porque se produciría una hecatombe económica de incalculables consecuencias.

Ahí es donde yo mas considero que la idea de un Dios semejante al que conciben los cristianos, por ejemplo, no encaja en el funcionamiento de la vida. Él, al habernos creado, debiera de haber implantado las reglas. Si lo vemos bien, el mundo parece funcionar a «lo que sale» y no se atiene a un reglamento determinado, a un camino hacia un final, un plan a seguir o, si lo tiene, no está a nuestro alcance entenderlo. Es posible que haya algo que nos impulsa hacia un progreso (comparando el mundo de hace 5000 años con el de hoy, no hay duda de que se ha progresado mucho), pero yo más creo que ese impulso procede de la ambición, del afán de prosperar, del deseo de vivir cada vez mejor, de disfrutar más, sin atenerse a unas condiciones específicas. Antiguamente, las supersticiones, las religiones, el temor a la procedencia inexplicable de los misterios, esas fuerzas que gobernaban el mundo con mano de hierro, la Inquisición, la amenaza continua de caer en el Infierno, detenían a los mortales, les creaban una necesidad de medir los pasos que daban. Existían infinidad de tabúes que frenaban las iniciativas e, incluso, cuando el conocimiento se salía de las normas establecidas —como ocurrió con Galileo—, era erradicado. Pero a medida que se fueron eliminando los prejuicios, los seres humanos se sintieron más libres y aptos para crecer…

Hablaba recientemente con un grupo de vecinos con el que me suelo reunir por las noches aquí en los bajos del edificio, gente de cierta edad (entre los 50 y los 65 años) y mediana cultura —y que ya tienen caminado lo suyo—, que les gusta hacer comentarios respecto a los acontecimientos de cada día y de los misterios de la vida. Al hablar de la noticia que apareció recientemente en la prensa acerca de los desastres que se avecinan ocasionados por la tormenta solar prevista para el año 2012, uno de ellos exclamó: ¡Pues que nos caigan encima todos los rayos del sol y que nos achicharre de una vez por todas y acabe con esta vida sin sentido! Para lo que sirve…

No le aplaudí en absoluto porque mi forma de pensar no comulga con esta actitud extrema y más bien trágica que, además, no considero sincera porque si se le pincha un poco lo acabas encontrando tan abrazado a la vida como el primero. Pero es curioso que nadie del grupo le contradijo… El que más o el que menos, con su silencio, mostró una conformidad con la expresión. O sea, quiere decir que, en el fondo, todos están un poco hastiados de la vida…

Pero, para mí, que a la vida le falta muy poco para ser, si no perfecta, sí más llevadera, más aceptable, más digna. Lo verdaderamente difícil, ya existe: están los seres, las plantas, la vida, las flores, los bellos amaneceres… Lo otro, lo que entorpece, las anomalías, las drogas, las guerras, la pobreza, la ambición excesiva, no tienen razón de ser…

¿Seremos las personas quienes hemos fallado?

viernes, 17 de septiembre de 2010


Mi salud y yo


Me llamarán bruto, temerario, cretino, o idealista descerebrado, lo que quieran, pero me niego a aceptar que mi salud dependa de la cantidad de dinero que gaste en ella o de que me ponga continuamente en manos del médico para preservarla.

Lo que intento decir es que mi salud, o sea, la mía, la que disfruto o padezco, no suelo confiársela a la ciencia: se trata de una función reservada exclusivamente a mi incumbencia, es decir, es responsabilidad mía, de mi subconsciente, de mi estado mental, del deseo que pueda tener de permanecer saludable. En mi mente, así, implantado como un requisito de reglamento interno, me he grabado el propósito de mantenerme sano y, de esta manera, todos los órganos materiales y espirituales que habitan en mi interior, colaboran conmigo. Esa es la clave. Creo que en el momento que mis células protectoras ven que mi salud se la confío a los médicos, ellas se inhiben o desatienden mi cuidado; si ven que a la menor dolencia ya estoy tomando medicinas, ellas se van al cine o a ver un partido de fútbol entre Pancreatitis, F. C. y Riñón Salteado, C. de F., arbitrado por Tumor Maligno. Y dicen: ya tenemos quién haga el trabajo por nosotras, así que vayamos al fútbol. Cuando «obligo» a mi subconsciente a velar por mi salud, todo mi potencial defensor se pone alerta, pendiente de preservarme, y lucha contra los tumores, ahuyenta a las epidemias, aleja de mí a los virus y sitúa a mi organismo en un estado de alerta apropiado. O sea, las defensas se ponen a mi servicio, que es para lo que las creó la Naturaleza. Ellos y ellas, células y anticuerpos, saben que es una cuestión de armonía, de mantenerse con un deseo, de hacer que los colesteroles malos se lancen por las venas como si se tratara de un tobogán y que, sin darse cuenta, acaben en el orificio de salida en compañía de los alimentos no metabolizados. Pero está claro que si ingiero más alcohol del que mi organismo puede absorber, si como más grasa de la permitida, nadie puede evitar que mi páncreas trabaje mal y entonces me dé una pancreatitis como la que me dio hace nueve años que estuvo a punto de otorgarme un pasaporte para el otro barrio. Y, ahí sí, mira por dónde, solo los médicos pueden salvarme: me tuvieron cuatro días a dieta rigurosa, solo a base de sueros inyectados en mis venas gota a gota. Y después las advertencias consabidas: no beba, no fume, tome comidas muy ligeras, y haga un ejercicio moderado. ¿Ves que bien? Ahí sí, no hay más remedio que utilizar a la ciencia médica debido a que he sido yo quien no ha tratado a mi cuerpo correctamente… Pero, aún así, en esa situación, el 50 por ciento o más del trabajo de curación la realiza mi propio organismo aliado con mi mentalidad.


Gracias por la cesión de la fotografía de la entrada a mi

desconocido amigo Carlos, por su cesión a través de Picasa.

domingo, 12 de septiembre de 2010


Sobre la depresión


Sí, acepto que el tema de la felicidad —como casi todo en la vida— es relativo. En la mayoría de los casos el desarreglo del alma consiste, simplemente, en una quiebra del estado de ánimo, o en un pensamiento triste tras uno feliz generado por los recuerdos del pasado, o por operaciones financieras mal enfocadas, o por diversas situaciones ingratas, o por un amor fallido o mal resuelto. Eso es lo que marca la diferencia entre sufrir o alegrarse. Pero yo no creo en absoluto que, originalmente, la depresión sea producida por un desequilibrio fisiológico. O sea, no creo que la origine una enfermedad. Más bien, supongo que se lo produce uno mismo, porque, detrás de todo deprimido siempre existe un problema, un fracaso, un contratiempo, una tribulación mental causada por un conflicto momentáneo o por un mal recuerdo que se nos hace presente ahora… Según los neurólogos, las buenas intenciones, las reflexiones optimistas, los razonamientos nobles, generan en nuestro cerebro una mayor producción de dopamina, y ésta, a su vez, contribuye a que nuestro ánimo mejore, a que veamos las cosas con sentimientos más elevados, a que analicemos los percances desde un ángulo diferente, más creativo, más procesal, más combativo. Y hasta puede que más dulce o más poético. Sobre todo, consiste en que no nos dejemos aniquilar por las adversidades y pensemos que todo tiene solución (y si no la tiene, ¿para qué preocuparse?)

Y que, en verdad, deseemos salir de tal estado…

Yo, en términos generales, en el transcurso de mi vida, en todo momento —o en casi todos ellos— he combatido las situaciones depresivas dando prioridad en mi mente a las sensaciones gratas; anteponiendo los buenos recuerdos a los malos, situando lo positivo sobre lo negativo, y contemplando con benevolencia las situaciones adversas, tratando de no caer en la desesperación: es decir, intentando alcanzar una respuesta física o biológica mediante el estímulo de mi cerebro emocional para que produzca las sustancias regeneradoras que necesita y que serán las que modificaran la visión de mis quebrantos, o los suavizarán, o los harán más aceptables, o que me ayuden a entender la forma de alcanzar la solución. No me puedo permitir mi hundimiento porque es algo que comienza como un sentimiento leve, casi desapercibido, desagradable pero imperceptible, y acaba convirtiéndose en un círculo vicioso hasta conducirme cada vez con mayor ahínco a una tormenta, a una angustia que tenderá a cambiarse por una crónica, para acabar en un desastre mental de grandes proporciones (encerrado, disminuido, llorón). Y, además, va operando de forma progresiva: cuanto más angustia me genera, más destruido me voy sintiendo, y cuanto más destruido me siento, soy cada vez más irresponsable, más inadaptado, más inoperativo. Y así, se van abandonando las disciplinas personales hasta convertirse uno en una entidad deforme, cada vez más abonada al sufrimiento, en cuya actitud acaba uno por sentir complacencia porque el abandono, la irresponsabilidad, el apartarse de la vida, lo justifica todo y produce adicción.

Si se analiza de forma veraz, cuando se enfrentan las situaciones con espíritu combativo y con serenidad, se acaba por ver que todo tiene remedio o, al menos, llegamos a entender que la adversidad que nos causa el desequilibrio, tiene una solución…

Claro, siempre exigiendo a nuestro alrededor que todo el mundo afronte la parte que le corresponde, porque, a veces, nuestra amargura no proviene exclusivamente de nosotros …

Pero, volviendo al tema principal, a aquello que aseguraba acerca de que la felicidad es un estado relativo y que los nubarrones sobre nuestras cabezas somos nosotros quienes los formamos —con el pensamiento—, y que nosotros creamos y oscurecemos nuestro panorama, ante eso nuestro deber es luchar con las armas disponibles, esas que nos han sido dadas por la Naturaleza —como la fuerza del espíritu y el pensamiento—. En pocas palabras, tenemos que intentar eliminar todo aquello que nos perturba a base de sobreponernos y aprendiendo a separar el trigo de la paja…

sábado, 4 de septiembre de 2010


Ser uno y varios


Cuando introduzco la mirada en mi fuero interno y siento mi corazón latiendo e insuflando presión a mi sangre para que riegue hasta las partes más apartadas de mi organismo, y a mis células dedicadas a sostener mi vida, a configurarla, o a mis neuronas en su oficio de procesar mis pensamientos, y alentar mis intenciones, y promover mis propósitos, al tiempo que cumplen con la función de gobernar mi cerebro, el cortical, quien, a su vez, dirige mis pasos y sintoniza mi conciencia con aquello que yo soy, siento como si mi realidad se evidenciara y me gritara ¡Éste eres tú y tus otros «yos» que viven en ti, y te gobiernan y hacen de ti un enaltecido, un descastado, un limpiador de cloacas, un pelagatos, soñador, héroe y villano al mismo tiempo…! Y entonces pienso en esos seres que me pueblan, en donde uno es un individuo tímido e inactivo; otro es un tipo sociable, dinámico y hasta puede que gracioso. Y siento que vive en mi interior otro fulano un tanto engreído, que mira de reojo a su prójimo y, a veces, los ve como si fueran insectos, o quizá lobos, o tal vez ángeles… Y, créeme, te descubro estas variantes de mi personalidad sin ningún tipo de presunción o desvergüenza, ya que mi vida, a veces, no siempre, está llena de situaciones disímiles, de inestabilidades existenciales, de rodeos y vamos-al-grano. Ahora, de mayor —con esa tendencia casi viciosa a auscultarme que se me ha destapado—, al «repasarme» me veo en momentos tan dispares, tan enredados, tan armoniosos, tan destripados, que me llevan a pensar que no soy yo solo, y que la estela que he ido dejando tras de mí a lo largo de mi vida es, fruto de esos seres que me pueblan, maniaco-depresivos, y que forman un grupo de reformadores abotargados, quijotescos y soñadores irrefrenables, que en muchas ocasiones actúan como poetas.

Mi situación económica, por ejemplo, ha sido un continuo subir y bajar, algo que está muy en consonancia con esta personalidad que menciono, y que tiene mucha relación con mi actuación frente a la vida. No hace mucho comentaba con un amigo que en un momento dado la carencia de dinero se convierte en una especie de reto plagado de emociones y de poner a prueba las reacciones propias, y él me miraba como si yo padeciera una locura irreversible o como si estuviese loco como una chota. Claro, no hay duda de que, dentro de esta personalidad descalabrada, existe un yo global definitorio, que impera sobre ella y la describe. Por ejemplo, si hago un análisis de los coches que he poseído en mi vida (13), ellos mismos reflejarían las pautas de mi carácter y narraría mi historia, porque, cuando he pasado de un automóvil bueno a otro mejor es señal de que las cosas van bien; pero, cuando he pasado de un coche bueno a otro peor es señal de que las cosas van mal. Y eso que, al mismo tiempo, me horroriza significarme por la clase de automóvil que poseí en un momento dado. En realidad la vida es algo más importante que estrenar un auto, porque eso es algo circunstancial y la vida no lo es. O sea, todo esto viene a significar, sobre todo, que he vivido unos momentos más intensos que otros espiritual y afectivamente hablando. Claro, tal vez, estoy alardeando de particularidades que le ocurren a cualquiera, que forman parte del ser, aunque con mayor o menor incidencia en cada persona… Pero ¿cómo yo puedo protestar de las actitudes de otras personas, si hay un día que soy sublime y al otro me convierto en un villano?